Tiempo de reflexión

En estos días de confinamiento, como a la mayoría sensata de los ciudadanos, se me ocurre pensar en lo esencial, en eso que parece invisible a los ojos, según Saint-Exupéry. Ya hace algunos años decíamos, desde CCOO y otras organizaciones cercanas, que nuestras vidas, nuestras necesidades, nuestra industria básica, nuestra atención sanitaria, nuestra educación, nuestros servicios sociales y nuestra seguridad no se pueden dejar en manos del mercado y de la iniciativa privada.

Sin embargo, en cuanto apelábamos a los valores de solidaridad social, éramos acusados de comunistas trasnochados. Porque, amigos míos, determinados sectores se denominan como estratégicos porque son vitales e irremplazables para la población. Pero, como no se lleva eso de nacionalizar y fiscalizar servicios esenciales, pues callar toca. O utilizar eufemismos si queremos introducir el debate en el discurso colectivo. No vaya a ser que molestemos a los representantes de ese neoliberalismo atroz, salvaje y desalmado, tan determinante en nuestro modo actual de entender la realidad. Así, le hemos otorgado tal carta de naturaleza que tiene a su servicio todo un ejército (permitidme la metáfora bélica en estos tiempos de pandemia) de organizaciones que pagan y deciden voluntades: partidos políticos, organizaciones empresariales, algunas sindicales, muchos medios de comunicación, la iglesia, la banca.

Ante esto, como ciudadanía y como dirigentes al servicio del bien común, hemos actuado tibia, desafecta e indolentemente para no empacharnos con la exigencia de lo justo y necesario: El Estado debe ser garante de igualdad y protector con quienes más lo necesitan. Ahora que nos acordamos de los vulnerables cuando truena, de esos nadies de los que hablara el añorado Eduardo Galeano, todo el mundo reclama los recursos que se han hurtado a los menguados servicios básicos (Sanidad, Servicios Sociales, Educación…). Remedando a Galeano, cuando el bicho nos empuja a nuestras casas y nos saca a los balcones, hemos caído en la cuenta de que los recursos humanos eran personas de nuestro entorno.

Así pues, una vez apercibidos, queda claro que necesitamos una industria diversificada. Ya hemos visto que jugarlo todo al turismo es una apuesta cortoplacista y miope. Tenemos que poner en valor la generación de productos de calidad, expuestos a leyes y controles estrictos, y no a operaciones mercantiles de abaratamiento. Así tendremos músculo industrial para poder hacer frente a una situación como la que nos encontramos en este momento y no estar al arbitrio de los mercados internacionales. O al albedrío de la industria que produce en la otra parte del mundo a un precio menor, atentando contra la dignidad y salud de sus trabajadores y trabajadoras.

Necesitamos que el Estado intervenga con la intención de explicar el Por qué y el Para qué. No podemos seguir en manos de intereses particulares que elevan las curvas de acumulación de riqueza y aumento de desigualdad. Apostar por la intervención del Estado en los sectores más estratégicos es asegurar nuestras necesidades de futuro. De no hacerlo, seguiremos en busca desesperada de mascarillas, respiradores, test y un sinfín de otras necesidades perentorias. Tarde, lejos y a precio de oro.

Hoy estamos valorando más que nunca a nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y al propio ejército. Hoy más que nunca estamos percibiendo que un servicio público como es la seguridad es tan vital para la población como esos sanitarios y sanitarias a los que aplaudimos y reivindicamos todos los días. Sin ambages.

El valor de lo público como elemento de distribución de la riqueza entre la población cobra, en estos momentos, más fuerza que nunca. Ojalá aprendamos a valorar lo que tenemos y a pelearlo contra quienes vocean las virtudes del lucro y especulan a costa de las vidas humanas.

Es hora de que reflexionar acerca de todo aquello que nos arrebataron, así como el virus nos ha despojado de los abrazos y los besos. Es hora de reflexionar sobre el control que hemos perdido y que nos aleja de nuestro propio bienestar. Es hora de reflexionar sobre el valor de la vida frente al dinero. Es hora de reflexionar, por qué no, sobre la necesidad de organizarnos colectivamente, de reivindicar el sindicalismo como fuente de derechos sociales para que ningún nadie se quede atrás. Ese es el reto que tenemos por delante: conquistar nuestras vidas y nuestro bienestar. Cuando esto pase, que pasará, quizá entendamos, con Saint-Exupéry, que “amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección”.

*Ricardo Flores Secretario General de CCOO Granada

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