44 años han hecho falta

Quizás para el tango de Gardel, veinte años no sean nada, pero para centenares de miles de españoles, cuyos familiares siguen abonando cunetas y barrancos por toda la geografía patria, los 44 años menos un mes que han transcurrido entre la muerte del dictador genocida, Francisco Franco y su exhumación de un mausoleo de Estado, son una auténtica eternidad.

Con la salida del Valle de los Caídos de los restos del proclamado “Caudillo de España por la gracia de Dios”, este país da un paso capital a la hora de acabar con una anomalía histórica, como es la de que tras más de cuatro décadas de democracia, los restos de uno de los peores dictadores del siglo XX continuaran ocupando un lugar de honor, rodeados además por las de más de 33.800 víctimas de la contienda que el mismo provocó, muchas de cuyas familias ni conocieron, ni autorizaron ese enterramiento a mayor gloria del “Generalísimo”.

Semejante escenario sería absolutamente inaceptable en ningún otro país de nuestro entorno, donde el más mínimo rastro de Hitler, Mussolini, o cualquiera de sus cómplices más cercanos, ha sido cuidadosamente lapidado por las autoridades, sean del signo político que sean, para evitar lo que en España lleva ocurriendo durante los últimos 44 años, que se puedan rendir honores a personajes que se cobraron la vida de millones de personas y sumieron a sus países en feroces dictaduras, que como en nuestro caso se prolongaron durante cuatro décadas.

Cómo será de relevante lo que esta mañana se está viviendo en nuestro país, que 500 periodistas de más de 150 medios de comunicación de medio mundo, se han acreditado para cubrir la salida de los restos de Franco de su megalómana sepultura, una de las primeras grandes obras en utilizar mano de obra esclava de forma masiva, por donde pasaron más de 3500 presos, entre los años 1943 y 1950 y que a día de hoy puede considerarse como la mayor fosa común de España, ya que de los 33.833 cuerpos que fueron trasladados a Cuelgamuros, 12.410 permanecen todavía hoy sin identificar.

Todo lo anterior demuestra que el Valle de los Caídos es la punta del iceberg de una auténtica anomalía en un estado democrático, como es que 44 años después de la muerte del dictador, aún no hayamos sido capaces de cerrar el capítulo que él inició con su golpe de Estado, continuó con la cruenta guerra civil y mantuvo con una de las represiones más brutales padecidas por nuestro país. Por eso es tan importante lo que hoy está ocurriendo allí.

La exhumación de los restos de Franco debería ser el primer paso para resolver esa anomalía, que a día de hoy se traduce en que España sea el segundo país del mundo con más fosas comunes, solo por detrás de la Camboya de los jemeres rojos y que más de 130.000 familias, sigan sin saber donde se encuentran los restos de sus familiares.

Siendo importante que los restos de quien provocó semejante carnicería, salgan del mausoleo más megalómano de este país, aún es más importante exhumar las 2.500 las fosas esparcidas por todo el territorio español, que guardan en su interior los restos de las más de 130.000 víctimas de la Guerra Civil y el régimen franquista, de las que en estos años solo se han abierto 740, logrando recuperar tan solo los cuerpos de 9.000 víctimas . Entonces y solo entonces podremos hablar de que se han cerrado las “heridas”, de las que tanto gusta hablar a la derecha patria.

En Granada sabemos mucho de esta historia. No en vano en las fosas comunes del cementerio de San José, en los pozos de Viznar, en Alfacar, o en el Carrizal de Órgiva, entre otras 70 esparcidas por toda la provincia, fueron arrojados los cuerpos de más de 11.000 granadinos asesinados por el franquismo, entre ellos nada menos que el de Federico García Lorca.

El tiempo corre en contra de la democracia española, que tras la exhumación del dictador, debe priorizar ahora una labor ejemplar de recuperación de la memoria que sirva no solo para dar el merecido descanso a todas las víctimas que fueron castigadas por una guerra maldita y una dictadura que repudió la diversidad en todas sus formas; también, para estrechar los lazos de una reconciliación que por fin permita vivir el presente y mirar al futuro sin obviar el pasado.

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