Juego de tronos por imperativo legal

Juego de tronos por imperativo legal

Sólo vi un capítulo de “Juego de tronos” y sentí lo mismo que Javier Cortines (lo cuenta en Rebelion: “Acabó la serie más parafascista de la historia”). Con el paso del tiempo, creí que estaba más solo que Robinson sin Viernes. Antaño dirimía mis dudas políticas con libros, consultas a los sabios y discusiones, pero con la aparición del «espejo de la Verdad» que es la cromática televisión donde todo, al final, es blanco o negro, mi aislamiento mental tocó techo. Cada vez que un político (todos) utiliza un símil de la serie me siento un neologismo, un ‘out’, un ‘loser’.

Hoy, apuestos jóvenes cual vencedores de Operación Triunfo desahucian de sus escaños a los envejecidos degustadores de los culebrones venezolanos que no se resisten a abandonar el «culebrón de Venezuela», ahora guionizado por la CIA. Estos chicos (y chicas) cargados de máster, pero no de razones, con sus ‘community managers’, sus jefes de gabinete ‘hipster’ y su belleza a flor de cámara, apostaron por reformar la comunicación política y no besar a los niños en campaña, los niños son imprevisibles y se pueden cagar en directo y en ‘prime time’. Se acabó el debate y la reivindicación porque ya no hay controversia: todos los homófobos tienen un amigo maricón; los racistas, un amigo negro; los fascistas, un familiar fusilado. Y así no se puede. Todo es personal y, por tanto, intransferible.

Y se cometen incorrecciones. VOX no es un partido “fascista” (el fascismo tenía un importante componente social). VOX es, simplemente, un eructo de puticlub, un pedo bajo el edredón de la democracia.

Ahora lo que se lleva es el autorretrato (perdón, el “selfie”), una práctica onanista con cómplices. El día en el que un político se fotografíe con su mascota (preferiblemente gatito, según los politólogos) le lloverán los votos, y si ésta fallece (texto sugerido: “Se nos ha ido ‘Micifuz’. Estamos desolados”) la mayoría refrendará su programa. Es el “gatopardismo”, la paradoja del «si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».

Dicen que las redes sociales son la democracia absoluta, pero se confunde opinión con conocimiento. Tener voz y voto se debe ganar y no regalar. Aseguran que la mayoría es la verdad, sin embargo, con tantas voces opinando cómo se filtra la verdad. En realidad, lo que importa no es lo que quiere la mayoría, sino qué quiere la multitud.

En cuestión de horas la parrilla televisiva puede sufrir un cambio imprevisto por razones de programación. El PP, de derechas ayer por la tarde, hoy se ha levantado de centro; Ciudadanos, de socialdemócrata, ha amanecido liberal y antropológico (que se lo pregunten al cráneo granadino del candidato Luis Salvador). ¿Y Podemos? Ahí me has dao. Podemos es la voz de Pablo Iglesias que clama en el desierto y, Pablo, a su vez, se está reencarnando en Fray Leopoldo de Alpandeire, santificado malafollá granadino, que “vuELve” liderando a las órdenes mendicantes mientras ÉL continúa elaborando deseos propios de los concursos de mises como la paz mundial, una vez laminado el inteligente, pero pusilánime Alberto Garzón. El PSOE es misticismo, pura promesa a la espera del encuentro con el Amado: “¡Oh llama de amor viva / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro!”. Y es que el PSOE ya no es socialista tras el lifting de Felipe en Suresnes en 1974.

Pero en el centro ya no cabe un alfiler. Se acabó la periferia, el barrio. Aquel universo de los ateos que Chesterton comparaba con un laberinto sin centro se ha convertido en parque temático: hoy el centro está abarrotado. Las ideologías suenan en el hilo musical de los ascensores; de la lucha de clases se ha pasado a la lucha con clase; las bellas artes embellecen como nunca, hay más escritores que lectores y más poetas que poesía. Y si lo único peor que quemar libros era no leerlos, en este gran centro (comercial) se ha acometido una magna empresa tan ‘analfabetizadora’ como homicida: regalar series de televisión.

Y Pablo, que viste de calle en el Congreso y de esmoquin en los Goya, cometió un error: le regaló al monarca un pack de “Juego de tronos” en vez de la solidez intelectual de las obras completas de Ana Rosa Quintana, las rancheras de Bertín Osborne, o una charla distendida con Jorge Javier Vázquez. No te lo perdonaré jamás, Pablo Iglesias. Jamás.

Ya nunca tendremos una República.

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