Cuentas del mundial de Qatar

Hubo un tiempo en que a una persona que supiera las cuatro reglas se la consideraba bachiller, un tiempo en que escasamente el uno por ciento estudiaba. Las cuatro reglas conferían a sus conocedores una envidiada dignidad en los tratos, fuesen éstos sociales o económicos, y era habitual que compartieran ese humilde conocimiento con un vecindario poco o nada nutrido de harinas, carnes y ciencias contables. En aquel tiempo aciago, un bachiller titulado era para el pueblo llano pájaro de mal agüero.

Los bachilleres de antaño solían actuar como mercenarios, poniendo su saber bien al servicio de la corte exactora, bien al de propietarios, tenedores o hacendados. Y no faltaban los mal avenidos con el bíblico sudor de la frente, inclinados al naipe o la estafa. En ese tiempo era utopía obrera, jornalera y de otras pobrezas, que los hijos accedieran al estudio, a la dignidad que ellos no tuvieron ni soñaron tener. Lograron, tras varias generaciones de desvelos y sacrificios, tener hijos bachilleres. También hijas.

Tiempo no muy pretérito, tan poco que muchos de quienes vieron a los hijos alcanzar la utopía, contemplan hoy afligidos cómo nietos y bisnietos renuncian por voluntad al bachiller, a la secundaria y aun a la primaria, en muchos casos ante la indolencia de unos padres en extremo indulgentes. La generación del gol de Zarra sudó la camiseta y una España de bachilleres celebró el gol de Kiko en Barcelona ’92, hasta que el gol de Iniesta hizo que España izara las banderas y arriara casi todo lo demás.

Un par de generaciones después, las cuatro reglas no alcanzan para que la generación desertora del saber haga la cuenta de los cadáveres de obreros ocultos bajo el césped de los estadios de Qatar. No les preocupa. A fin de cuentas, España sufrió, en 2021, 3.702 accidentes laborales graves y 575 mortales, cientos de emigrantes explotados malviven en los vergonzosos asentamientos freseros de Huelva y los que intentan entrar por Melilla son apaleados por maderos y picoletos o mueren junto a la valla.

No es cosa de renunciar, dicen, a las glorias de «La Roja» por el hecho de que la dictadura qatarí prive de Derechos Humanos a mujeres y homosexuales. Las cuatro reglas no valen para contabilizar días de cárcel, latigazos y muertes. A fin de cuentas, España tiene contadores propios para las muertes y agresiones machistas y homófobas que Abascal y Ayuso minimizan como si fuesen jeques o imanes. También tienen lugar aquí juicios y sentencias que dañan a mujeres que acuden a la Justicia por agresión.

Si contabilizar estas minucias es ardua tarea para quienes han renunciado a la dignidad, asuntos mayores son exclusiva de bachilleres a sueldo de banca y negocios. Ellos saben que esta crisis, todas las crisis, son orquestadas con el concurso de países como Qatar, con reservas de petróleo y gas. A fin de cuentas, en España tienen valedores políticos y económicos y regios comisionistas que se disputan el rentable derecho a estar en el palco junto al jeque para ver el partido de la selección nacional.

Basta el ojo de buen cubero, sobra el bachiller, para saber que lo de Qatar es una de las mayores operaciones de marketing de la historia, por inversión y objetivo. Al Thani no necesita dinero, quizás compró el mundial para purgar su conciencia de crímenes y codicia, mortales pecados en toda religión, pero piedras angulares de todas ellas. A fin de cuentas la sociedad civilizada sólo se escandaliza si prohíben la cerveza en estadios construidos sobre cadáveres. No echemos cuentas a este mundial. Paso.

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