A propósito de San Jorge

San Jorge es un personaje histórico que nunca existió, aunque sabemos que, de haberlo hecho, nacería en Capadocia en el año 303. Aunque, por otra parte, es un santo bastante aclamado, por el caballo, por la lanza, por el escudo, por el dragón y por la princesa (cada cual escoja su fetiche). Simbólicamente el dragón es el mal y la joven, la virtud cautiva; tanto que las armas son las voluntades y el caballero en sí, el convencido converso que se revela al paganismo.

La Iglesia, en un expurgo que hizo en su momento (no hace tanto), quiso despedir a este personaje del santoral, precisamente por pagano y hagiográfico, pero se topó con la enseña de mil naciones y entidades que anidaban bajo su ala. Así, san Jorge, es patrón de Inglaterra y de Dinamarca; de Aragón y de Cataluña; de la caballería y de la marina; del movimiento Scout y del libro, por hacer coincidir convencionalmente en este día —23 de abril— la muerte de Cervantes, de Shakespeare y del inca Gracilaso de la Vega.

Los niños de mi generación leíamos una serie de libros reunido bajo el nombre genérico de ‘Los Cinco’, de la escritora inglesa Enid Blyton (editados entre los años 1940 y 1960), en donde una de sus protagonistas se llamaba Jorge. Era una chica, en realidad Jorgina, pero prefería masculinizar su nombre. Y hacía bien —aventuro— porque jorguina (con ‘u’ intercalada) es el femenino de «jorguín» que, según el ‘Diccionario de la Real Academia’, es la persona que hace hechicerías. Jorguín proviene a su vez de «sorgin», que en vasco significa «bruja».

En el ‘Tratado de las supersticiones y hechicerías’ (1529), fray Martín de Castañega troca la ‘n’ por una ‘ñ’ (quizá por inclinaciones galaico-portuguesas populares en la época), haciendo equiparar claramente este término con otras féminas de su condición. (Francisco J. Flores Arroyuelo comenta en ‘El diablo en España’ (1985) una curiosa derivación de «fémina» que, según Institoris y Sprenger en ‘Malleus maleficarum’, la hacen proceder de ‘fe’ y ‘minus’, «dado que ella es siempre más débil para sostener y conservar la fe».) El misógino Castañega escribe: «Las mujeres, como no tienen excusa por alguna arte o ciencia, nunca las llaman nigrománticas (…) salvo magas, brujas, hechiceras, jorguiñas o adevinas».

Corominas, en su ‘Diccionario etimológico’, no recoge la palabra como tal, pero habla de «jorfe» como un «muro de piedra seca», del que hace derivar «jorguín» y «jorguinería», remitiéndonos a su vez a la palabra hollín.

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