A vueltas con la poliandria

Gustav Flaubert decía que «el harén es el sueño de todos los estudiantes secundarios». Poseer varias odaliscas a disposición, custodiadas por eunucos en un gineceo privado, es sueño oriental. Como también es una fantasía recurrida ser bígamo o polígamo. Henry Miller decía que «la monogamia es como estar obligado a comer papas fritas todos los días».

Algunas sociedades —no necesariamente primitivas— permiten este doble o múltiple casamiento fomentando de camino el exotismo de presentar «mi primera esposa, mi segunda esposa…» y así hasta completar el himeneo. Incluso Sócrates —nos recuerda san Jerónimo en su ‘Adversus Iovinianum’— tuvo dos mujeres, Jantipa y Mirto, hija de Arístides, porque lo permitía la ley (e incluso lo obligaba para recuperar la población, diezmada por las guerras).

No solo era una cuestión social. Se supone en general que uno tenía tantas mujeres como fuese capaz de mantener. Por eso actualmente, donde se estile, el polígamo es el señor pudiente o el ‘jefe de la tribu’. No obstante, en caso de tener un serrallo —podemos pensar—, las obligaciones morales superarían los gastos pecuniarios.

Hoy día, en los países del primer mundo al menos, la mujer logra una independencia y una integridad considerables. Los tiempos por venir son del sexo femenino. (Llegará el tiempo, si no ha llegado ya, si no ha existido siempre, que los hombres vindiquen una igualdad profunda y comprometida.) Aunque lo ideal sería, hablando de relaciones o grupos familiares, que todo estuviera permitido. Si es normal en nuestra sociedad la pareja de hecho, por qué no el trío de hecho o el grupo de hecho intersexual (José Luis Sampedro, en ‘El amante lesbiano’ (2000) concebía nueve modelos entre las inclinaciones sexuales).

Puestos a elegir, sin embargo, pudiéramos inclinarnos por lo contrario: una mujer para varios hombres, o —lo que es lo mismo pero no es igual— varios maridos para una sola mujer. Es lo que se llama poliandria, o sea, la unión de una mujer con varios hombres al mismo tiempo.

En un estudio de Emilio Guerrero se explica que las causas principales de poliandria fueron en otros tiempos «la escasez de mujeres, debido al infanticidio de las mismas y a la apropiación de muchas mujeres por parte de muchos jefes polígamos y los poderosos de la tribu, y a la escasez de comida que hacía imposible que cada miembro masculino de una familia mantenga a una esposa».

Esta unión conyugal, aunque menos frecuente que la poligamia, existió entre los antiguos bretones, los árabes, los habitantes de las Islas Canarias, los aborígenes de América, los habitantes de la India, Ceilán, Malabar, y Nueva Zelanda. Incluso hoy en día la podemos encontrar todavía en el Tíbet, entre los hotentotes, en las Islas Aleutianas o entre los cosacos de Zaporogian.

Por ejemplo, entre los treba del Tíbet, todos los hijos del mismo padre compartían una única esposa. Así que sólo celebraban una boda por familia en cada generación. El padre Feijoo en su impagable ‘Teatro crítico universal’ (118 discursos publicados en nueve volúmenes entre 1726 y 1740) comenta que en Malabar, región de la India meridional, pueden las mujeres casarse con cuantos hombres quisieren.

Fray Antonio de Guevara, en el capítulo tres del libro segundo de su ‘Relox de príncipes’ (1529), dedicado a Carlos V, de quien ejercía de secretario, cuenta: «Los lacedemonios (…) tenían por legítima ley no que un hombre se casasse con dos mugeres, sino que una muger se casasse con dos hombres, y la ocasión que tomaron para hazer esto fue que, si el un marido se fuese a la guerra, le quedase otro en casa; porque dezían ellos que por ninguna manera se avía de consentir en la república estar una muger en su casa sola». Más adelante, el que habría de ser obispo de Mondoñedo, comentaba que «Julio César dize en sus ‘Comentarios’ que en la Gran Bretaña (la qual agora se llama Inglaterra) tenían los bretones costumbre de casarse una muger con cinco maridos»; y terminaba moralizando: «agora digo y afirmo que la muger que no se contentare con un marido no se contentará con todos los del barrio».

Fray Antonio, uno de los mayores mentirosos de la historia, como se sabe, «solo por el placer de mentir bello», diría Nestor Luján, tenía razón sin embargo al hablar de los bretones, lo que confirma su editor Emilio Blanco en pie de página: «Julio César da una descripción de Bretaña y de sus habitantes en el libro quinto de los ‘Commentaria de Bello Gallico’. Allí se cuenta la pluralidad de maridos de las bretonas, pero no son cuatro o cinco, sino diez o doce. Además no los tiene “cada una”, sino que los comparten».

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