Acerca de la buena suerte

Estamos en crisis, aunque yo siempre he estado en crisis. Sigo heredando ropa de mis hermanos. De los mayores y de los pequeños. Chaquetas que ya no usan, saquitos que se le han quedado estrechos, camisas pasadas de moda… Una camisa que me llegó hace tiempo, no sólo me gusta sino que me trae suerte cuando la calzo (si es que la suerte existe; si es que acaso se cruza en mi camino). Muchas veces he definido a la Suerte (con mayúscula) «como esa señora entrada en carnes que nunca me mira a la cara».

Savater en su libro ‘La hermandad de la buena suerte’ (2008), viene a decir que la suerte no existe como tal, hay que buscarla, «aunque tal vez lo que sí exista sea la mala suerte», deja entre leer. El libro, ‘La buena crisis’ de Alex Rovira y Fernando Trías (2009) me defraudó bastante, pero en el anterior: ‘La buena suerte’ de 2004 afirmaban igualmente que la buena suerte no existe, si acaso la suerte a secas. «Tú eres la causa de tu buena suerte», llegan a decir. José Stalin aseguraba: «El destino baraja las cartas, nosotros las jugamos». Y Voltaire decía: «Azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa».

Camilo José Cela, en ‘Los vasos comunicantes’ (1981), clama por su parte: «La suerte existe, ¡quién lo duda!, pero también existe una cierta dosis de vocación de suerte, que la propicia y nos la hace asequible». Aunque, en ‘Nuevas escenas matritenses’ (1965), este mismo autor se contradice: «Contra la mala suerte no hay escape posible y al que le toca, le tocó».

Bastantes creadores de éxito han manifestado que la suerte les sonrió trabajando. Voltaire lo deja claro: «Suerte es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan». El economista canadiense Stephen Butler Leacock (1869-1944) lo reafirmaba: «Soy gran creyente en la suerte, y he descubierto que mientras más duro trabajo, más suerte tengo».

En algún momento de mi adolescencia portaba un colgante al cuello: un ladrillito con un cordón de cuero, al que llamaba «mi amuleto de mala suerte», cuando necesitaba algo de suerte simplemente me lo quitaba.

La vida pasa. Hay momentos buenos —los menos—, y momentos malos; pero quizá, por suerte, lo malo se olvida y lo bueno permanece. Es quizá lo que nos mantiene vivos (o sobrevivientes). Tendemos a romantizar nuestro pasado. Flexibilizamos nuestra vida y las aristas las dejamos romas. Llega un momento en que nos reímos de nuestros límites, hacemos humorada de nuestros tropiezos y blanqueamos nuestros «marrones».

La suerte tiene tres patas, como cualquier hijo de vecino. Tonto es buscarle la cuarta. Como tonto es buscar el trébol de cuatro hojas, cuando el mismo concepto encierra su inexistencia. Trébol viene de tres, como triciclo, tricornio o trifásico. Si buscáramos un «cuaebol» tendría su lógica. Pero si queremos tener fortuna, al menos en la búsqueda, intentemos hallar «cuaéboles» de tres hojas. «Hasta en las flores existe la diferencia de suerte. Unas embellecen la vida y otras adornan la muerte», decía Héctor Góngora, que no viene a cuento, pero queda bien para terminar.

Después está «La teoría los terrones de azúcar» (pero ésa es otra historia).

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