Adoctrinamiento y exclusión.

Son muchos los ejemplos que podemos traer sobre cómo en los sistemas educativos nacional y europeos o americanos ha sido común el empeño histórico de unificar el tipo de ciudadano patrio a través de determinados saberes (geografía o historia, por ejemplo), símbolos (la bandera) o doctrinas religiosas (la católica en España es un buen ejemplo de cómo hacer buenos españoles a través de un adecuado adoctrinamiento confesional). Rousseau llegó a decir en 1785: “Al abrir los ojos un niño de debe ver la patria, y hasta su muerte no debe ver otra cosa”.

El adoctrinamiento como mecanismo de control social para generar discurso patrio procura eludir cualquier sentido crítico en las personas, asumiendo un único criterio válido propio de una doctrina específica. Se evita así un pensamiento plural y se genera una actitud pasiva en las personas, que sin más alternativa, irán asimilando a través de lenguajes y símbolos quién es quién en la sociedad. Como mecanismo de diferenciación y de exclusión es muy antiguo: nosotros frente a ellos. Por tanto, las expresiones que hoy podemos percibir en determinadas malas prácticas escolares o políticas nunca desaparecieron del todo de nuestros procesos sociales discriminatorios.

Sostengo que estamos viviendo una renovada retórica de la exclusión por parte de sectores cada vez más amplios de la derecha más ultraconservadora de nuestro país (a la que se va sumado otra que parecía más adaptada a las reglas institucionales democráticas) a través de dos elementos (habría otros que no menciono aquí), como parte de una estrategia política dirigida a amplios sectores de la población:

el primer elemento tiene que ver con el uso de conceptos y símbolos con significados precisos, producto de luchas sociales concretas, resignificados ahora para un uso torticero en discursos adoctrinantes y marginalizantes o, directamente, excluyentes. La lógica ya no es sólo la confusión, sino la negación del aporte social del término y la vuelta a discursos añejos con apariencia novedosa. Algunos ejemplos son: pensamiento único, igualdad, libertad, sexualidad, género, feminismo o sectarismo, y todos ellos válidos para justificar la peligrosidad o radicalidad de grupos sociales específicos

(in.migrantes, feministas, colectivos LGTBIQ) y su consecuente estigmatización.

El segundo elemento tiene que ver con los métodos de adoctrinamiento y exclusión, tradicionalmente vinculados a las Iglesias y a determinadas escuelas y libros, y hoy ampliados a otros canales de comunicación, como está siendo la calle (léase el autobús de Hazte oír, las pintadas en espacios públicos sobre el peligro de la inmigración, o los símbolos como la bandera española franquista –frente a otras de corte nacionalista-, el caballo, el toro o la escopeta), y las redes sociales (cuya amplitud garantiza cobertura global).

Estos procesos en nuestro país se están poniendo de manifiesto, sobre todo por parte de los sectores ultraconservadores, conscientes de poder llegar a amplios sectores de la sociedad, disconformes o desilusionados, empobrecidos y sin esperanza con respecto al soñado bienestar, que van asimilando con naturalidad la necesidad de preservar la identidad patria y el exclusivismo frente al otro y, por tanto, la amenaza del extranjero, los riesgos de los supuestos privilegios de las mujeres para la justicia y derechos de los hombres, o el peligro de la libertad sexual encarnado en mujeres y colectivos LGTBIQ como contramodelo nacionalista de lo masculino y femenino heterosexual.

Ejemplos no faltan, lamentablemente. Me detengo muy brevemente en dos de los más recientes: la denuncia y persecución del programa coeducativo navarro SKOLAE para escuelas de infantil y primaria, y en algo no menor, como ha sido el ademán fascista con bandera franquista, brazo en alto y símbolo de Vox de los estudiantes de un colegio privado financiado con fondos públicos de Palma de Mallorca, imagen que ha circulado recientemente en algunas rotativas y en redes sociales, sin denuncia hasta hoy.

Desde hace algo más de dos siglos, las mujeres y algunos pocos hombres feministas han venido luchando contra el llamado pensamiento único androcéntrico, ese mundo de verdades únicas exclusivas masculinas, que se ha ido transformando en apuestas co-educativas a través de programas escolares que se han propuesto trabajar las desigualdades de género y clase, con instrumentos para aprender a convivir en sociedades diversas (por pertenencia étnica o por opción o identidad sexual), una conquista necesaria del feminismo para la pluralidad de opiniones y la formación amplia de opciones y perspectivas de vida y vivencias sin condicionantes de género. Hoy, el programa coeducativo navarro SKOLAE, que refleja todo esto, es para los sectores reaccionarios que lo han denunciado en juzgados y redes: sectarista, modelo de pensamiento único, un programa propio de posiciones radicales, una barbaridad que invade la privacidad de las casas y un atropello a las libertades de los padres. No olvidemos que hablamos de escuelas que educan y que tienen la función de preparar para la vida –compleja y fascinante- a criaturas desde los 0 a los 12 años.

No deja de ser curioso que, acusado SKOLAE de sectario y modelo de pensamiento único, no se hayan oído voces de alarma mediática por parte de grupos ultraconservadores ante los saludos fascistas de unos estudiantes en un colegio privado de Palma. El adoctrinamiento, recordemos, busca respuestas fáciles distorsionando nuestro conocimiento de la realidad, a través de discursos y símbolos que puedan entenderse dentro de una ideología particular, en este caso la fascista. Debería causar estupor la corrupción mental provocada en estos estudiantes, en pleno proceso escolar donde ven lo que pasa en el mundo, y cuando comienzan a desarrollar instrumentos de conocimiento y análisis para desarrollar creencias y pensamientos acerca de lo que es lo mejor para él y de cómo desean vivir y convivir en él.

La credibilidad social que desarrollen, o la legitimidad que consigan estos discursos neofascistas o ultraconservadores dependerán de nuestras estrategias de análisis, de la verificabilidad de (hacer reales) las políticas sociales, y del desmantelamiento de tales discursos con discursos alternativos. No olvidemos, para finalizar y como último ejemplo, que en materia de principios sobre inmigración -un eje esencial excluyente de estos grupos-, en España seguimos teniendo Centros de Internamiento para inmigrantes, lo que choca frontalmente con cualquier discurso de derechos humanos que nuestros gobernantes pretendan utilizar como freno a ideologías xenófobas, racistas, machistas y excluyentes.

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