Albayzín: La gallina de los huevos de oro

Cuenta la fábula, que había una vez un granjero pobre y desgraciado que vivía en una pequeña granja de un pequeño pueblo, y que no había conseguido, en todo el tiempo que llevaba allí, sacar adelante ni una sola cosecha, ni un solo pollo, cuando un duende escuchó sus lamentos y, apiadándose de él, le regaló una gallina que escondía bajo su gorro mágico. Cuál no sería su sorpresa, cuando al día siguiente, y durante los días sucesivos,  vio como la gallina ponía huevos de oro. Empujado por su codicia, el granjero destripó a la gallina, creyendo que en su interior encontraría una mina de tan precioso metal, para al final no hallar yacimiento alguno en su interior, dejándola sin vida sin poder seguir beneficiándose de sus dorados huevos … Pues algo así pasa con nuestro querido Albayzín desde hace más de 25 años.

Podríamos trasladar la fábula a una ciudad, que maravillada por sus encantos y el efecto que causa en los visitantes, vio en uno de sus barrios más emblemáticos, un filón sin parangón para explotarlo turísticamente, sin invertir un solo euro en su mantenimiento, abusando de su vecindario restándoles calidad de vida y tranquilidad, y robándoles no sólo una forma de vida, sino parte de su propia cultura, como eran sus casas con las puertas abiertas durante el día y los vecinos sentados en sus calles compartiendo el final del día, mientras los chaveas jugaban por sus calles y placetas bajo la atenta tutela de cualquier vecino que estuviera por allí.

Conocer el Albaicín y su esencia no es sólo darse un paseo por sus miradores para admirar la constante vigía que la Alhambra ejerce con magnificencia sobre su vecina colina. Conocer el Albayzín es conocer su historia y sus gentes, sus modos y costumbres, pero sobre todo, el inmenso esfuerzo que sus vecinos están realizando constantemente para mantener a salvo un Patrimonio Universal que fue catalogado como tal, no por ser un conjunto monumental, como es el caso de la Alhambra, sino por ser un barrio habitado con unas peculiaridades urbanísticas sin igual, fruto de su historia, sus gentes y riqueza cultural.

Añadamos además el esfuerzo económico que supone para una familia media albaicinera, pagar de su bolsillo obrero, la rehabilitación de un barrio del que toda Granada se beneficia como reclamo turístico, mientras sufren el castigo de un plan urbanístico que encarece tres veces más cualquier obra, en proyectos, licencias y estudios arqueológicos que están obligados a pagar a la hora de ejecutarlas, eso, sin contar los años de espera con los que se pueden topar para que la Administración les otorguen sus licencias.

Pero no queda ahí la cosa, no. Los albaicineros, los pocos que  van quedando, que apenas alcanzan un tercio de los que había hace treinta años, siguen haciendo alarde de sus raíces históricas y sus valores vecinales y, como hemos podido ver en estas últimas semanas, copan redes, periódicos y televisiones, gritándole al mundo entero el estado de abandono institucional que sufren desde hace décadas, sin que nadie los escuche como merecen, al tiempo que sufren todo tipo de dificultades para mantener el barrio habitado.

No hay día que no padezcan un delito violento, ya sea un robo, un tirón o el allanamiento de alguna de sus casas, incluso estando ocupadas. ¿Puede alguien imaginar lo que supone vivir con esa angustia sentado en tu propio sofá o cuando te vas a dormir cada noche? Víctimas, en sus propios hogares y calles, de la violencia, el vandalismo y el desprecio de visitantes, conciudadanos y administraciones locales que permanecen siempre mirando hacia otro lado, un problema que no es de ahora, sino que llevan lustros reivindicando para su barrio y para su ciudad, porque aunque nos empeñemos en el desaire, “lo que es bueno para el Albaicín es bueno para Granada”.

Estos ejemplares vecinos, una vez más, lejos de rendirse al miedo, la injusticia y la inacción, se han movilizado creando grupos de wathsapp para comunicarse, avisarse, ayudarse y estar informados de lo que está pasando a su alrededor, cosa que por otra parte antes hacían en los trancos de sus puertas y balcones, espacios que perdieron hace ya tiempo, y que, ahora, para llegar a sus casas han tenido que crear y abrir corredores seguros por sus calles, en los que los vecinos se acompañan en grupo para no ser asaltados, al menos en soledad.

Piden más seguridad, objetiva y subjetiva, que les devuelvan la comisaría de Policía Nacional que tenían en el barrio, quieren presencia policial las 24 horas del día y tener agentes que se paseen por sus calles a pie porque es un barrio eminentemente peatonal, y los cacos no son tontos a la hora de delinquir. Piensen por un momento que si por la Alhambra pasan dos millones de visitantes al año, el Albaicín duplica o triplica esta cifra anual que no justifica, en absoluto, tal estado de dejadez por parte de nuestras administraciones y ciudadanos.

Los vecinos quieren que todos estos aspectos de la seguridad formen también parte de ese Plan de Habitabilidad, que la muy noble ciudad de Granada prometió elaborar desde aquel Informe Albayzín, allá por el año  2000, en el que Zouaïn dijo aquello de: “La revitalización del Albaicín no es imaginable en contra de las tendencias del barrio. Necesitamos acompañar a la población y ayudarla, puesto que es ella la que revitaliza; es una acción que no podrá salir bien sin la participación permanente de sus vecinos”. Un no-plan que supone una gravísima falta que nos tiene siempre en jaque para ser candidato perfecto, a la hora de perder la denominación de Patrimonio de la Humanidad.

Me decía una amiga “albayzinera” (con Y y Z, porque a ella le viene de casta) que más de uno le ha dicho en alguna ocasión: “Bueno, no te quejes, es el precio que has de pagar por vivir en un lugar privilegiado” ¿En serio? Si es así ¿por qué no vamos allí todos los granadinos a vivir a tan “privilegiado barrio” y a luchar por él? Pues porque no es cierto. El granadino no ve en el Albaicín más que una gallina que pone huevos de oro, antes denostada por pobre y que, ahora, estamos dejando destripada, al desaparecer la posibilidad del “business”, fruto de los abusos de décadas sobre los vecinos.

* Este artículo es fruto del trabajo y la pelea de Margarita Marín,  probablemente una de las mejores prescriptoras y activistas, con que pueda contar ese maravilloso barrio que es el Albayzín. Mil gracias.

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