Andalucía 40 años

Mañana se cumplen 40 años de aquel 28 de febrero de 1980, en el que contra viento y marea, Andalucía decidió recorrer el futuro en pie de igualdad, con las denominadas nacionalidades históricas -Cataluña, Euskadi y Galicia-, las únicas a las que el Gobierno de la UCD reconocía el derecho de máximo autogobierno, recogido en el artículo 151 de la Constitución.

Venciendo todas las dificultades impuestas por el Gobierno, con una pregunta diabólica e incomprensible, unos medios de comunicación -salvo honrosas excepciones- volcados a favor del no y todo el aparato del Estado en Andalucía decididamente en contra, las andaluzas y los andaluces dieron toda una lección de participación y democracia, sacando adelante nuestro derecho a situarnos a la par de catalanes, vascos y gallegos, a la hora de gobernar nuestra tierra, decidir sus prioridades y trabajar para solucionarlas.

Fue la primera victoria colectiva de Andalucía, gracias a la cual nuestra tierra adquirió poderes legislativos, ejecutivos y judiciales y competencias propias similares a las de las denominadas comunidades históricas, a las que desde entonces se sumó Andalucía.

Cuatro décadas después, parafraseando a Alfonso Guerra, a Andalucía no la conoce ni la madre que la parió. Es cierto que aún lideramos las tasas de desempleo, o encabezamos datos de abandono escolar y que nos queda mucho trabajo por delante, pero no lo es menos que las infraestructuras de transportes, sanitarias, educativas, el acceso a la educación superior o la sanidad pública, la renta per cápita, el producto interior bruto y otros indicadores relacionados con el desarrollo de un territorio y una sociedad, han experimentado un salto que hubiera sido imposible, de no mediar aquel 28 de febrero.

Cuando los detractores de la Autonomía, que los hay, reivindican una vuelta a la centralización que podría traducirse en una cesión de algunas de las competencias tan duramente ganadas por esta tierra, convendría recordarles como era la fotografía de aquella andalucía de 1980, pueblos sin agua corriente, sin red de saneamiento, calles sin asfaltar -solo en la capital granadina más de trescientas-, sin centro de salud ni infraestructuras de ningún tipo, donde el servicio de recogida de basuras era un carro tirado por un burro, sin plantas de tratamiento de resíduos y sí con centenares de vertederos a las afueras.

Es cierto que, durante estos 40 años, Andalucía ha experimentado la mayor transformación de los últimos siglos, partiendo de aquella región que el franquismo dejó en el subdesarrollo, pero no lo es menos que sigue a la cola de España y de Europa en los principales parámetros que marcan el progreso de una sociedad. Una situación que constata la comisaría europea de Política Regional, que en su VII Informe de Cohesión, señala que tras una inversión de 45.750 millones de euros de la Unión Europea, entre 1986 y 2016, durante la crisis económica se han vuelto a agrandar las diferencias de Andalucía con la media europea. La lluvia de millones ha transformado nuestra tierra, pero no ha conseguido la convergencia, que era el objetivo principal. Para colmo, ahora, por los numerosos escándalos de corrupción, desde los ERE hasta los fondos de formación, la Unión Europea también coloca a Andalucía en el último lugar en el listado de calidad democrática.

Precisamente por esa realidad es por lo que deberíamos aparcar nuestras diferencias como sociedad, para conseguir espacios de encuentro, con los que poder avanzar y reducir los graves diferenciales que aún tenemos respecto de España y Europa.

No parece nada esperanzador el clima que se está viviendo en este 40 aniversario, con nuestros principales agentes políticos tirándose los trastos a la cabeza, los unos acusando a los otros de ser los responsable de esta situación de casi 40 años de Gobierno, los otros recordando a los primeros, su enorme dosis de cinismo en la celebración del 40 aniversario del referéndum del 28F, exactamente el mismo que ellos intentaron cargarse.

No es buena idea disputarse la bandera de Andalucía, ni proclamarse más andalucista que nadie, porque al fin y a la postre la autonomía, es solo una herramienta para conseguir mejorar la vida de la ciudadanía y aproximarla a España y Europa y convertirla en un arma arrojadiza entre partidos, solo beneficia a quienes no creen en ella y alzan la voz para una vuelta al pasado, caso de Vox, o de quienes vuelven a la carga con las dos andalucías. Solo una hoja de ruta clara, decidida y compartida, puede revalidar aquella ilusión de hace 40 años, porque ha merecido la pena y porque la autonomía andaluza, sigue siendo el principal instrumento para que nuestra tierra conquiste el futuro.

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