Aprendizaje para una reconstrucción social

En 2008 vivimos una crisis financiera, luego económica y social, que hemos arrastrado durante una década. Entonces muchas voces se dedicaron a predicar que “habíamos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades” para tapar la miseria que sacó a la luz aquella situación y mantener un estatus de privilegio enraizado en la desigualdad. Hoy aquellas voces se han quedado mudas y el desconcierto apenas les da para el ruido al golpear unas cuantas cacerolas a las 9 de la noche o los botones de un twiter. Resulta que sus vidas dependen de la sanidad pública que pretendían denostar, de las respuestas de Estado que hicieron débil frente al mercado, dependen de los trabajadores y trabajadoras de la cadena alimentaria, la limpieza y de tantos otros a los que explotaban sin contemplación para engrosar su caja. Ahora resulta que los empleos más precarios salvan nuestra existencia, y es que, como dijo Machado, solo el necio confunde valor y precio. Es buen momento para reconocer valor y asimilar salarios.

Esta ocasión es distinta a la de 2008, o debe ser distinta. El confinamiento nos lleva a la introspección sobre nuestros errores, individuales y colectivos, para no volver a cometerlos. Los primeros me los quedo para mí, pero sí voy a comentar aunque sea de forma deslavazada sobre aprendizajes de los segundos.

En primer lugar, una sociedad se construye a partir de la interdependencia y para las crisis solo caben respuestas en colectivo. Aquí no vale el “sálvese quien pueda” aunque algunos lo intenten practicar. De tanto individualismo capitalista, las libertades que se nos habían asignado penden de un hilo.

La deriva neoliberal nos ha hecho más frágiles, y ante una situación como esta, que va más allá de lo económico y que afecta en términos de salud de forma similar a todas las capas sociales, necesitamos de las instituciones, también de las supranacionales y de la solidaridad entre pueblos. Hoy, queda de relieve que “la idea de un mercado autorregulado implicaba una auténtica utopía. Una institución como esa no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y natural de la sociedad, sin destruir físicamente al hombre y transformar su ambiente en un desierto” Polanyi. Es paradójico que las voces neoliberales golpean ahora las cacerolas, por miedo, exigiendo un Estado protector de la ciudadanía. Entran en contradicción si a la vez quieren mantener privilegios, porque nos les queda otra que renunciar a la fuerte polarización capitalista y asumir mayores cotas de igualdad y justicia social. El pilar sobre el que pivota la igualdad son los servicios públicos, que garantizan por ejemplo que ante situaciones como la que vivimos no haya ciudadanía de primera y ciudadanía de segunda. Y la única forma de mantenerlos es a través de una fiscalidad progresiva que redistribuya riqueza y fomente un consumo equilibrado.

Sobre el sistema sanitario hemos aprendido mucho en estas semanas, por ejemplo, que no se exigía más personal desde los sindicatos por capricho, o que si se desmantela la atención primaria los hospitales no son capaces de absorber a toda la población demandante. Y hemos aprendido que la salud es un concepto integral, que comienza por atender las necesidades materiales de toda la población, y que los servicios sociales y también la atención a la dependencia conforman un único sistema que debe estar fuertemente interconectado. Mientras todo esto sucedía, hemos podido comprobar la situación de algunas residencias privadas, o como presentaban ERTE centros de pruebas diagnósticas y clínicas privadas. El capitalismo nunca tuvo cara humana.

Pertenezco a una generación que creció en democracia, sin grandes ambiciones de cambio político, y que va a sufrir una segunda crisis económica que interrumpirá su desarrollo vital y laboral. La solidaridad intergeneracional en las sociedades es otro pilar que garantiza la cohesión sin dejar a nadie atrás, por ello se está hablando estos días sobre la posibilidad de una renta mínima que los sindicatos ya llevaron al parlamento en forma de ILP con más dos millones de firmas en 2015. Y por otro lado está garantizar el sistema público de pensiones. ¿Cómo se paga todo esto? Pues mientras lo pensamos, confinados y sin poder movernos, el dinero y las transacciones financieras especulativas siguen viajando a velocidad de vértigo por todo el mundo. ¿Qué tal un impuesto a ese movimiento de capital? Y hablando de capital, estos días en los que andamos pidiendo moratorias, no termino de entender cómo hemos llegado a que controle nuestros recursos naturales, me estoy refiriendo a la energía y el agua, que además de comida, son casi lo único que consumimos durante el confinamiento. Los bienes naturales y sus recursos son de toda la población, y no deberíamos andar pidiendo favores por algo que nos pertenece.

Me detendré en el empleo. Y más concretamente en el empleo de Granada. Nuestra patronal y algunas instituciones granadinas decidieron que había que apostarlo todo a una sola carta, la del turismo, lo que ha supuesto que solo en la primera semana de estado de alarma cerca del 28% de la población trabajadora del sector privado haya visto su actividad paralizada, ya sea por suspensión a través de ERTE, o directamente con despidos. El turismo, pese a nuestro patrimonio, tiene los pies de barro, no solo ante el virus, sino ante otras muchas coyunturas. No estaría de más invertir a medio plazo en un modelo económico diversificado y anclado en las industrias, agroalimentarias o del conocimiento, mucho más sólidas y con capacidad de crecimiento. El modelo granadino solo nos trae pobreza y precariedad, también mezquindad. Sí, mezquindad, porque llena de tristeza ver como a miles de granadinos y granadinas se les ha despedido habiendo alternativas, como se han enterado por el mensaje al teléfono que envìa la Seguridad Social comunicando la baja, sin respetar las leyes laborales más básicas ni el adeudo. Está pasando en Granada en mitad de esta ola de solidaridad, y pese a que se creen impunes, serán denunciados. Todo esto nos está mostrando de un lado la importancia de tener representación laboral en la empresa, y de otro la fragilidad de un mercado laboral que se ha cebado con el personal temporal, los falsos autónomos y el empleo sumergido, que en Granada es costumbre. Las personas que trabajaban sin contrato hoy están totalmente excluidas del sistema. Ante esto se hace necesario tomar un poco de conciencia, y para quien no lo haga, más control, inspección, pero también poner a disposición de la normativa laboral los medios tecnológicos (revisión sobre fraude en la contratación, exigir documentación fehaciente para tramitar una baja en la seguridad social…).

La industria agroganadera va sobreviviendo a pesar de las restricciones a la exportación, y es que hemos aprendido que podemos consumir productos de calidad y cercanos a nosotros por un ínfimo precio, reduciendo de paso la cadena de comercialización, el transporte y la contaminación. Es importante porque hemos visto como la pobreza y la enfermedad se extienden en paralelo en las grandes urbes, sin ir más lejos, Granada y su área metropolitana concentra el 90% de los casos diagnosticados del virus. Por tanto debemos responder repensando el urbanismo, diversificándolo, con movilidad sostenible, y desarrollo y cohesión territorial. Un envite que debe liderar la Diputación de Granada espero que en diálogo con los agentes económicos y sociales.

He nombrado a los sindicatos y me referiré al mío. Comisiones Obreras, sus sindicalistas, están realizando una labor ingente para defender la salud primero y el empleo después. Muchos de quienes cuestionaron su propia existencia bajo el prisma neoliberal hoy acuden a la protección de una organización que conforman casi 17000 personas en Granada en un ejercicio solidario loable. Es una tarea principalmente en los centros de trabajo pero que se extiende al conjunto de la sociedad. El diálogo entre instituciones y agentes sociales y económicos hoy ha cobrado su máxima expresión porque así es más fácil superar adversidades colectivas. Sindicatos y empresas estamos acostumbrados a negociar, en esta difícil situación se han apuntado también instituciones que negaban la concertación. No estaría mal que el Ayuntamiento de Granada y otras entidades locales tomaran nota.

Me vienen a la cabeza muchos más errores y muchas más enseñanzas. Por ejemplo ahora que madres y padres comparten horas lectivas con docentes, lo importante para la igualdad que es un aula articulada en base a la autonomía docente y la enseñanza en valores colectivos, por supuesto en la pública. Pero también pienso en la dificultad durante estos días de niños y niñas de capas desestructuradas y en la brecha digital, que es un abismo que separa unas vidas de otras. Pienso también en la importancia de la industria cultural que precisa reconocimiento y profesionalización, y ahora que no están, en lo desmesurado de los espectáculos deportivos. Estoy expectante a la reacción de la banca en tanto crezca el endeudamiento.

Uno se pone introspectivo y no tiene fin… cuánto echo de menos a mis amigos. En definitiva, salir de esta desgracia podría ser una oportunidad para hacerlo un poquito mejor como personas que compartimos proyectos colectivos e interdependientes. Para lograrlo tocará ejercer la democracia en mayúsculas más allá del voto, desde el principio de comunidad y cuando se pueda, en la calle. Ojalá la gente de las cacerolas comiencen a tratar mejor el instrumental de cocina a la hora de la cena y entienda que es momento de cocinar una sociedad más justa más allá de sus cuatro paredes, reconociendo al menos algunos de los errores. Eso sería demostrar humanidad.

*Daniel Mesa es Secretario de Organización de CCOO Granada

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