Aproximación a la Rueda

Todo fue redondo en un principio, después se quebró. El círculo, la esfera, es un símbolo de perfección. Hasta que el cristianismo impuso sus reales líneas rectas, el grueso de las religiones contemplaban la vida en redondo, como el sol —fuente de vida—, como la luna —señora de la noche— o como la Tierra, antes de que empezara de nuevo a ser plana.

Borges, en el cuento ‘El inmortal’ (‘El Aleph’, 1949), explica: «Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o a castigarlo. Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto».

Gore Vidal, en ‘Creación’ (1981), cuenta que Pitágoras creía que, entre todos los sólidos, la esfera era el más hermoso; y que de todas las figuras planas, la más sagrada era el círculo, donde todos los puntos están unidos y no hay principio ni fin. Pitágoras simbolizó de esta manera todos los acontecimientos del universo con una figura circular, incluidos los del hombre en el sentido tanto material como espiritual. Consideraba que todo en el universo se repetía y que el hombre al morir debía regresar a la vida para cerrar nuevamente el círculo.

Rudyard Kipling, en su libro ‘Kim’ (1901) conceptualiza que la Rueda de la Vida: «Simboliza en la filosofía budista el ciclo de la existencia: nacimiento, muerte, reencarnación. La vida humana rueda sobre peligros, actividades y desilusiones. Se liberan de esa rueda los que siguen las disciplinas budistas. La Senda es el camino espiritual que conduce al “nirvana”, o liberación de las dependencias materiales —el deseo—que ata a los hombres a la Rueda de las Cosas».

Entonces llegó san Agustín de Hipona, doctor radical de la Iglesia entre los siglos IV y V, que escribió que «Jesús es la vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos». Y se impuso la línea y la cruz sagradas. El arte renacentista promulga que «lo que distingue la cultura clásica ante la barbarie es el uso sistemático de la línea recta sobre la curva».

El dominico Eckhart, en la Alemania del siglo XV, comentaba que Dios era «una esfera espiritual infinita, cuyo centro y circunferencia están en todas partes»; mientras su coetáneo Nicolás de Cusa afirmaba que «la línea recta no es sino el arco de una esfera infinita», de lo que podemos deducir que la línea recta en realidad no existe. El norte no es un punto, sino una dirección. Nuestro avance es radial, lo más parecido a la recta son los caminos en los jardines borgianos. Fray Julián, fraile y pintor, personaje de ‘Terra Nostra’ (1975) de Carlos Fuentes, refiriéndose a su pintura dice: «Sólo lo circular es eterno y sólo lo eterno es circular, pero dentro de ese eterno círculo caben todos los accidentes y variedades de la libertad que no es eterna sino instantánea y fugitiva».

Torrente Ballester lo comprendió cuando dijo: «El Destino es circular, hay que contemplarlo dando vueltas o desde el centro». Allan Poe consideraba la esfera como «la más perfecta y comprensiva de todas las formas». José Nieto en su Jaén natal poetizaba: «Es el triunfo arrogante de la estética / la pura simetría de la recta / fracaso y vocación de curva rota». Para ser un poco más enigmático sin embargo, la escritora danesa Isak Dinesen, en ‘Siete cuentos góticos’ (1934), termina profudizando: «Enseñó a la muchacha griego y latín. Trató de inculcarle la idea de belleza de las matemáticas superiores, y cuando le dio explicaciones sobre la infinita belleza del círculo, la muchacha le preguntó: —Si fuera realmente tan bello y tan perfecto, ¿de qué color sería? ¿No sería azul? —Ah, no —contestó—. No tiene color».

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