Aventura en Granada

En una ciudad se entrecruzan muchas historias y a todas debemos darles cabida. La ciudad es un lugar donde crecen niños y niñas, se trabaja y se escribe, se pasea y se lee, se ama y se duerme. Existe una ciudad del trabajo como existe una ciudad del ocio, una ciudad que conserva el pasado y que desea liberarse de parte del mismo. La ciudad nos permite muchos recorridos y estos no suelen distribuirse al azar. Cuando paseamos solemos encontrarnos a quienes buscamos y, si ignoramos a nuestros vecinos y nuestras vecinas, suele ser porque efectivamente ni nos los cruzamos ni deseamos hacerlo: muchos viven donde no queremos vivir y eso se transparenta en cómo visten, hablan y suben el mentón.

De entre la muchísima inteligencia que trajeron los años sesenta del siglo pasado, destacó el concepto de deriva, imaginado y practicado por el filósofo y artista Guy Débord. Ahora que nos aburrimos sin emociones fuertes, recordarlo no está nada mal. Es un tipo de aventura sencilla de aprender aunque exigente de aplicar. Consiste en lo siguiente: comiencen a recorrer su ciudad por espacios que nunca pisan y analicen los cambios que se producen en sus mapas cotidianos. Sean precisos en el análisis, y las emociones ganarán en intensidad: en qué les afecta cómo visten las personas, qué marcas étnicas abundan y cuáles escasean, dónde juegan los niños y niñas, quiénes los acompañan –si es que los acompañan. Escojan diversas horas del día y verán las geografías del trabajo y del desempleo, de la escolarización y el absentismo, del vigor olímpico de las élites y de los cuerpos transidos por el trabajo embrutecedor. No hace falta equiparse con ropa de alta montaña ni visitar al Coronel Tapioca. Todo barato, muy barato, pero verán qué choque se produce en las formas de nuestra sensibilidad.

Por supuesto, no debe uno quedarse en el choque, debe uno pensar de dónde procede. Para lo cual nada mejor que elaborar una cartografía de nuestros movimientos. Basta un plano de nuestra ciudad en el que se dibujen los sitios por los que solemos andar, aquellos que evitamos y qué se ha producido cuando nos arriesgamos a recorrerlos. Después se trata de pensar en qué significa ser conciudadano o conciudadana: ¿en proteger nuestros espacios de otros y otras? ¿Y según qué criterios? ¿Somos capaces de explicitar esos criterios o nos avergüenzan en cuanto los formulamos mentalmente? En cualquier caso, si aparece la vergüenza ya podemos sentirnos orgullosos, lo malo sería que la congelase la frialdad. La vergüenza significa una cosa: la geografía en la que se desenvuelve nuestro quehacer diario se apoya en principios que no nos gustaría que nos aplicasen.

Como tenemos elecciones a la vuelta de la esquina, podemos utilizar la deriva para pasarle la prueba del algodón “debordiana” a los programas políticos. En general, los partidos van a la caza del voto y no suelen escribir sus programas sin intentar incluir al mayor número posible de potenciales votantes. Esa cinegética electoral es de lo más sano ya que eso significa que, más o menos cada cuatro años, se deben rendir cuentas a quienes pasean por una ciudad –que, como estamos viendo, no es una ciudad sino una legión de ciudades. Pasa que los partidos yuxtaponen medidas incompatibles entre sí para atraer el voto, por eso no está mal entregarse a la aventura con papel y lápiz, haciendo las cuentas de cuánto se va a hacer y dónde y debido a qué.

La contabilidad de lo que se promete, de dónde se promete y de si es compatible tanta promesa nos ocupará tanto tiempo que se nos acumularán los mensajes en el teléfono móvil. Un buen criterio para decidirme ante la urna podría ser: la próxima vez que me vaya de deriva por Granada, ¿servirá el programa para que me parezca más fácil? ¿Me encontraré en situaciones donde me gustaría situar a quienes quiero? ¿Se transformará la legión de ciudades en una ciudad común, donde crezcan con igual facilidad los niños y niñas, donde se trabaje y se piense, se pasea y se lea, se ame y se duerma en condiciones similares? Nuestra existencia, ¿podría desarrollarse más o menos igual si nos trasladasen fuera de nuestro mapa cotidiano? Si se responde que no, algo huele mal en los programas.

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