Cómo destruir la sanidad pública

¿Salud, dinero y amor? Da miedo pensarlo, pero sin dinero difícilmente habrá salud y, en muchas ocasiones, tampoco amor. Como cantaría Tonino Carotone, me cago en ese amor. Al margen del invento de San Valentín para sacar el dinero al personal, me saca de mis casillas que políticos como Moreno Bonilla atenten contra la Sanidad Pública (y mientan) para que nos saque el dinero la privada. Lo hacen en el nombre de muchos votos que adrede malinterpretan como consentimiento.

Es legítimo que alguien ponga un negocio sanitario al que cualquier persona puede acceder, siempre y cuando su bolsillo le dé permiso. Es ilícito mentir y desactivar la Sanidad Pública para provocar el pánico en la población y hacer que suba como la espuma la contratación de pólizas privadas: casi dos millones de personas ya tienen seguro privado en Andalucía. La artimaña funciona igual que la venta de alarmas a raíz de la campaña política y mediática con los ocupas. Nuria Roca y Matías Prats venden alarmas y seguros de salud en su tiempo libre de la misma manera que venden ideología cuando informan. “Nuria y Matías son fiables, no pueden mentir”, piensa el vulgo.

Pero existe, y no es de ahora, otra manera de hacer negocio con la salud, una manera menos sofisticada, perversamente ilegal, moralmente despreciable y, a la vez, repulsivamente popular. Popular como la folclórica o el futbolista que, tras cometer delito fiscal, son aclamados y aplaudidos por el “pueblo». «Yo haría lo mismo si pudiera» es el clamor analfabeto que los justifica sin caer en la cuenta de que esas conductas empobrecen al mayoritario segmento pobre de la población al que suelen pertenecer los palmeros. Y sin IVA, por supuesto.

Usted tiene problemas para que el médico de cabecera atienda su dolencia en el centro de salud, como siempre ha hecho y no hace ahora porque Partido Popular, Ciudadanos y el partido fascista han decidido que la sanidad debe ser un negocio privado. Si no lo atiende el médico de cabecera, usted no tiene acceso al especialista que le corresponde. Usted, con desesperada angustia, consulta a su bolsillo buscando un remedio con urgencia.

Usted, si tiene para pagar, acude a la consulta particular de un reputado y popular especialista que, para hacerle las pertinentes pruebas diagnósticas, le cita, ¡oh escándalo!, en la consulta que, ¡oh sorpresa!, él ocupa en el hospital público que a usted le pertenece. Puede ocurrir también que dicho profesional pase consulta en un hospital concertado o una mutua en horarios diferentes a los que tiene para ejercer en la pública, una praxis inmoral practicada por no pocos galenos cegados por la avaricia y que Moreno Bonilla facilita.

En tiempo récord, usted ha encauzado o solucionado su problema: la Seguridad Social pone los medios y el pícaro rufián la mano. Usted, a cambio del servicio recibido, le paga lo que pida, renuncia a su propia ética y engrosa así la extensa lista de corruptos de este país, además de alargar las listas de espera en la Sanidad Pública. Para justificar su pecado, usted repetirá, sin que nadie se lo pida, que la Seguridad Social no funciona y que se ha visto en la obligación de hacer lo que docenas de familiares y amistades hacen. En el fondo, usted tirará del adagio “ande yo caliente y ríase la gente” que sirvió a Luis de Góngora para retratar la sociedad de su tiempo y que poco ha mutado hasta nuestros días.

Salud y que no le pase nada grave… si es usted pobre.

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