Contra la (excesiva) juridizacion del sexo
Opino con Sade, que al deseo los frenos le sientan fatal (J. Sabina, Güiski sin soda)
No deja de ser curioso que personas y grupos que suelen rechazar todo lo que viene de los Estados Unidos hayan acogido sin ninguna reservas ni crítica una serie de productos culturales de las universidades norteamericanas y de la sociedad civil de ese país, que sus oponentes designan como cultura woke y cuyo fundamento teórico no es tanto las reflexiones sobre la postmodernidad que desde los años setenta se desplegaron fundamentalmente en Francia e Italia sino la traducción norteamericana de las mismas. En ese sentido, por ejemplo, la llamada French Theory de las universidades de los Estados Unidos no es más que una popularización moralista y multiculturalista de las obras de Derrida, Foucault y Deleuze especialmente. Esta lectura atlántica reduccionista y moralizante del posestructuralismo francés olvida los fundamentos ontológicos y el mordiente político de esas teorías y las convierte en una moralina insulsa, base de lo políticamente correcto, amalgama incoherente de feminismo, ecologismo, decolonialismo y otros ismos desarrollando sus lados más identitarios, menos universalistas y más moralistas. En concreto, esta política venida de los States despliega una serie de políticas identitarias, clausuradas en sí mismas, y críticas de todo universalismo y a veces de todo racionalismo, denigrados como productos machistas y productivistas del colonialismo occidental. Una lectura de la postmodernidad en clave antimoderna que resuena muy parecida a las criticas religiosas y místicas de la Ilustración y la Modernidad. Una lectura sesgada y parcial de Nietzsche y de Heidegger, resaltando sus aspectos más irracionales, antimodernos, antidemocráticos y esteticistas es la base de estas teorías y estas políticas que desde hace unos años han contaminado las izquierdas tradicionales, de tradición socialista y comunista.
En lugar de entender la postmodernidad como un estadio autorreflexivo y autocritico de la modernidad que sin rechazar sus logros universalistas y racionalistas pone de relieve sus limitaciones en el sentido de que su universalismo no es tal, porque deja fuera a numerosos colectivos definido por su sexo, raza o cultura, y su racionalismo es también parcial porque deja fuera los sentimientos y las emociones, estas tendencias rechazan la modernidad y la ilustración in toto y no fundamentalmente sus deformaciones debidas al contexto capitalista en el que surge y se desarrolla la versión de la modernidad que se ha impuesto oscureciendo otras posibles versiones más coherente con sus propios postulados. Como nos recuerda Sousa Santos, el problema de la modernidad dominante ha sido el predominio del pilar de la regulación sobre el pilar de la liberación, el predominio del buen orden sobre la sociedad buena y el bien común, y la yugulación de las expectativas liberadoras por el mantenimiento del orden que controla las experiencias vitales. En la modernidad capitalista, ahora en crisis, el Estado y el Mercado se han impuesto sobre la Comunidad; Hobbes y Locke han tenido más fuerza que Rousseau. Por su parte, el pilar de la emancipación ha desplegado tres lógicas de racionalidad ya analizadas por Max Weber: la racionalidad cognitivo-instrumental de la ciencia y la técnica; la racionalidad práctica ético-política y la racionalidad estético-expresiva del arte y la vida. Estas lógicas son emancipatorias porque trascienden los límites que el Estado, el Mercado o la Comunidad imponen a las expectativas de los individuos en un momento dado y al hacerlo generan futuros posibles más libres y racionales que los presentes; en ese sentido son utópicas, no tanto por imposibles como por no ser todavía vigentes y efectivas, y por rechazar y refutar la necesidad ineluctable de la situación presente.
En el caso que nos interesa aquí, las recientes acusaciones de agresiones sexuales que se han hecho a Iñigo Errejón, se pueden ver en acto algunas de las consecuencias más nefastas de estas políticas importadas de forma acrítica por parte de nuestra izquierda. Hay dos puntos de gran importancia teórica y política que queremos destacar: la juridización creciente del sexo en nuestra sociedad y la noción de sujeto que se encuentra tras estas políticas. Me parece que una de las funciones de la filosofía critica es precisamente poner de relieve los aspectos no claros en lo que a simple vista parece evidente y evitar la clausura apresurada y autoritaria de los problemas teóricos y prácticos en estos temas .
Por ejemplo, en la cuestión del aborto el progresismo dominante lo considera un derecho de la mujer sin atender a los derechos de los otros elementos que concurren en una interrupción voluntaria del embarazo además de la mujer. En principio está el padre que ha contribuido con su posible deseo y con su real aporte genético al embrión; en segundo lugar, el propio embrión cuya definición como un ser humano no es algo decidido de antemano sino que exige una definición legal y ética de la realidad biológica. Para los conservadores religiosos desde la concepción que da lugar a la primera célula ya hay un individuo humano con su alma recién creada exprofeso para él. En la definición legal de individuo se consideran elementos como la viabilidad del feto fuera del seno materno, el grado de desarrollo que limita la posibilidad del aborto legal a un determinado número de semanas y lo prohíbe después, etc. Que democráticamente las sociedades occidentales hayan autorizado o despenalizado la interrupción voluntaria del embarazo en una serie de supuestos bastante amplios se debe a que han reconocido que en ese conflicto de valores y derechos entre la mujer, el hombre y el feto ha de prevalecer el derecho de la mujer sobre el del posible padre y sobre el del nascituro, pero este reconocimiento no tiene por qué negar que se da un conflicto de valores y una colisión de derechos que se decide en un sentido en detrimento de los otros posibles. Estas consideraciones no han de ser vistas como objeciones en relación con el aborto sino como un planteamiento de la complejidad del mismo y la puesta de relieve que las regulaciones legales son el producto de elecciones democráticas entre diversas posibilidades y no algo que va de suyo y sobre lo que no hay más que hablar.
Otro punto en el que según la fracción del feminismo que se ha impuesto en la cuestión de la regulación de la actividad sexual está todo claro es la cuestión del sentido, los límites y las condiciones del consentimiento de un sujeto, generalmente del sexo femenino, a una actividad sexual. Se supone que los varones consienten siempre a cualquier actividad sexual que se les proponga. En este punto las reflexiones de Clara Serra han sido, en mi humilde opinión, las que con mayor radicalidad y profundidad han planteado el espinoso concepto de consentimiento en su versión legal del “solo si, es si”. Lo primero que hay que decir en esta cuestión es que es todo menos simple, clara y evidente. La cuestión es muy compleja, oscura y nada evidente, como todas aquellas cuestiones en las que el deseo humano interviene. En primer lugar Serra nos recuerda que el problema no estriba en el consentimiento que ha sido desde hace mucho tiempo la clave para regular la ilegalidad de una actividad sexual sino la forma en que dicho consentimiento se lleva al ordenamiento jurídico: de si el consentimiento depende de que sea posible expresar una negativa, diciendo “no es no” o de si consentir implica la explicitación afirmativa de dicho consentimiento, “solo si es si”. Que el tema no está claro se puede ver por la larga tradición de discusiones que el feminismo ha desplegado en torno a este tema.
(Podríamos decir entre paréntesis que una de las cosas en las que el feminismo ha reiterado los aspectos más perversos de la tradición de la izquierda ,y de la teología, es utilizar la teoría y las legítimas discrepancias que hay que resolver en congresos y discusiones en las luchas entre diversas posiciones políticas, transformando a los disidentes en herejes y traidores, traidoras en este caso. Las diferencias teóricas se utilizan como arma diferencial para hacerse un hueco en el campo constituido del feminismo dominante camuflando la lucha por el poder de las diferentes fracciones como la victoria de la verdad sobre el error, del verdadero feminismo sobre los falsos feminismos vendidos y claudicantes. Nada nuevo bajo el sol, pero no deja de ser triste que las distintas experiencias emancipatorias no aprendan de los errores de sus predecesoras y recaigan en su sectarismo, oportunismo y cainismo).
Volviendo al tema del consentimiento en el seno del feminismo se ha desplegado una gran discusión desde los años noventa entre las que defienden el “solo no, es no” y las que defienden “solo el sí, es si”. No hace falta ser psicoanalista sino simplemente haber tenido una vida afectiva medianamente normal para darse cuenta de que las relaciones entre el consentimiento y el deseo son muy complejas, ya que no solo no es verdad que cuando alguien dice no en realidad está diciendo si, sino que muchas veces quien dice sí en realidad no desea. Serra recuerda la relación de la noción de consentimiento con la idea de contrato, propia del contractualismo clásico liberal y además afirma que en contextos de desigualdad el consentimiento puede ser una cesión ante el poder de otro. Se da una polaridad entre la idea de consentimiento como expresión de la pura libertad o como una cesión al poder del otro. Nos movemos entre el sujeto neoliberal, transparente y completamente libre, y un paternalismo que quiere proteger a la mujer al considerar que en la situación patriarcalista actual no es capaz de decir no por las desigualdades de poder imperantes. La idea del solo si es si, bandera del podemismo que dominó el Ministerio de Igualdad la pasada legislatura, se ha importado de los Estados Unidos sin ninguna crítica. En esta cuestión se enfrentan dos posiciones, para una de las cuales se pueden dar contextos intimidatorios en los que la voluntad de la mujer se vea coartada, mientras que para la otra, la del solo si es si, las relaciones sexuales siempre son intimidatorias debido a la desigualdad de poder entre los sexos en las sociedades patriarcales. La postura que al final se convirtió en ley, a costa de fracturar el movimiento feminista y facilitar la reducción de penas a numerosos condenados por delitos sexuales, además de basarse en el contractualismo neoliberal, tiene unos fundamentos filosóficos importados de USA correspondientes al feminismo de la dominación.
La cuestión que hay que plantear es si la mujer puede decir no en nuestras actuales sociedades. Si aceptamos que la mujer no puede decir no en el patriarcalismo la consecuencia es que en estas circunstancias no es posible distinguir el sexo de la violencia derivada de la desigualdad estructural entre los sexos. Quizás para salir de este embrollo convendría distinguir el poder y la desigualdad de la violencia, ya que no todas las situaciones de desigualdad suponen violencia sobre el inferior, casi siempre la mujer. El consentimiento es incompatible con la utilización de la violencia pero no siempre lo es con la desigualdad de poder, ya que incluso en condiciones de desigualdad se puede decir si o no al sexo. La cuestión es que una cosa es la voluntad -consciente- y otra el deseo -inconsciente y que el consentimiento se refiere a la voluntad más o menos expresada y no al deseo. Freud y Lacan han analizado la pregunta sobre el deseo de la mujer, pero igualmente se aplica al varón, ¿qué quiere realmente? ¿cuál es verdaderamente su deseo? independientemente de lo que exprese, ya sea si o sea no. Algunas veces el no quiere decir sí, otras veces podría querer decir no sé o no estoy seguro/a, y otras veces el sí oculta un no vergonzante, ya que se dice sí no porque se desee sino para no contrariar al otro, para acabar cuanto antes, por experimentar, etc. etc. Pero me parece que el legislador no se puede meter en estos vericuetos y tiene que ajustarse a la voluntad expresada por la persona en la relación. El decir no ha de parar la actuación, pero quizás no sea necesario un sí explicito para continuarla sin violentar al otro/a. La infinidad de matices en el mundo de los afectos hace que no se pueda analizar la cosa en blanco o negro, sino que hay que explorar los infinitos matices del gris en cada caso concreto.
Como vemos en esta cuestión se nos ha metido de rondón nada menos que el sujeto neoliberal y no deja de ser una serie de paradojas infinitas las que se dan por ejemplo en la famosa cuestión trans que ha dividido profundamente al movimiento feminista. Las posturas extremas en esta cuestión parten de la afirmación, delirante, de que un individuo puede saber con certeza, sin duda ninguna y sin aceptar ninguna intervención externa, ya sean sus padres o médicos o psicólogos bajo el absurdo pretexto de que el consejo técnico es una forma de medicalizar y culpabilizar al sujeto, desde una tierna edad que está en un cuerpo equivocado, que es un hombre o una mujer con claridad evidente. Esto supone, primero, un sujeto prefreudiano, cartesiano, autotransparente, dotado de una certeza indubitable y que se conoce perfectamente y sin dudas; segundo, se supone que se sabe con claridad meridiana lo que es un hombre y lo que es una mujer, cosa también muy discutible, y que se quiere ser una cosa u otra sin resquicio de duda; tercero, que se puede obviar el factor biológico tanto morfológico como hormonal mediante una simple decisión. Habría que recordar que el autoconocimiento es una ficción neoliberal, y que no hay hombres o mujeres puros sino que lo masculino y lo femenino son polos teóricos que en cada individuo se combinan de forma variable. Por otra parte, muchas veces los individuos que quieren cambiar de sexo lo hacen porque sienten un malestar y lo atribuyen sin dudar exclusiva o fundamentalmente a que son hombres en cuerpo de mujer o viceversa. Por desgracia, en numerosas ocasiones , tras someterse al duro y caro calvario que supone el cambio de sexo, descubren con gran pesar que no era esa la principal causa de su sufrimiento. Quizás unos consejos de un técnico o de sus padres les hubiera ayudado a comprender que la causa de su malestar no era tan clara y de tan fácil solución como el no estar bien con su sexo.
Resumiendo: habría que someter a filtros cuidadosos las ideologías de origen anglosajón que gran parte de los movimientos alternativos han asumido sin critica. Por otra parte, el sujeto, consciente de la complejidad de su deseo tendría que dejar el papel de alma bella al atribuir lo que le pasa simplemente al otro y asumir que sus deseos no son siempre puros, claros e inmaculados, sino que a veces son vergonzosos y condenables. En casos recientes, como el de Errejón y Rubiales, se han emitido juicios condenatorios sobre actuaciones que solo desde un punto de vista excesivamente punitivista, que exige de todas las actuaciones sexuales o parasexuales que no solo sean consentidas sino también deseadas de forma rotunda, pueden ser consideradas como delito. Respecto a la desigualdad del patriarcalismo habría que distinguir entre los casos en los que realmente el inferior, casi siempre la mujer, no puede decir no porque de su aceptación depende su supervivencia y a veces la de sus hijos, de los casos en las que profesionales liberadas independientes económicamente no dicen ni si ni no pudiendo en cualquier momento cortar la situación, como se puede comprobar en el caso de la denuncia contra Errejón en la que la denunciante pudo interrumpir el encuentro en al menos siete ocasiones, especialmente en el momento en que recibió una llamada del padre que le comunicaba que su hija estaba enferma, y que solo al final de la noche se va, cuando podía, en primer lugar no haber ido y en segundo lugar cortar en las siete ocasiones en las que según la denuncia se encontró mal. Nadie la obligó a seguir un encuentro cuya ruptura no le podía acarrear ningún perjuicio. Cosa distinta es el caso de la manada, el de la chica encerrada en un baño sin poder salir o el de tantas mujeres obligadas a vivir con sus maridos sufriendo de verdad violaciones por no tener otra alternativa . Yo creo que el dar tanto pábulo a estos casos mediáticos en los que no hay nada punible sirve de cortina de humo para ocultar los verdaderos casos en los que no hay elección posible y que muchas veces acaban de manera trágica. Para no recordar que tanto el caso Errejón como el de Rubiales fueron montajes políticos que aprovecharon actuaciones de mal gusto para criminalizar a dos sujetos a los que se apartó de esta manera de su carrera profesional, uno sin culpa y el otro Rubiales, como Al Capone, defenestrado por una minucia en lugar de por su corrupción y nefasta gestión.