Contra las violencias, más democracia

Siempre es buen momento para reflexionar sobre lo que supone la existencia de diversas violencias en la sociedad, para valorar el grado de democracia del que disfrutamos. Siempre ha de ser un objetivo político, social e institucional a alcanzar la plena democracia y, por tanto, la plenitud en el ejercicio de los derechos que la Constitución y las normas vigentes garantizan para toda la ciudadanía. Y resulta obvio que dicha reflexión es más necesaria que nunca en el momento actual, pues siguen produciéndose asesinatos machistas en España, asistimos en el Parlamento a bochornosos espectáculos machistas y misóginos provocados por diputados y diputadas de la extrema derecha, incluso de la derecha a secas, y se aprecian síntomas de retroceso en la concepción social de lo que sea una lucha legítima e implacable contra todo tipo de violencias machistas.

El 25 de noviembre debe seguir siendo una fecha reivindicativa y concienciadora de la absoluta incompatibilidad que existe entre una democracia plena y cualquier tipo de violencia, especialmente la violencia machista. Justamente por ser ésta la violencia más repugnante que existe, al ejercerse por personas que pertenecen a la mitad de la población sobre personas que pertenecen a la otra mitad. Y sólo por el hecho de que esta segunda mitad se encuentra en posición más débil, y así quieren que siga siendo quienes ejercen la violencia.

Es decir, la violencia machista busca la perpetuación de las situaciones de desigualdad e inequidad en la que se encuentran (aún) las mujeres en nuestra sociedad. Pretende que no se remuevan los obstáculos que impiden la consecución de situaciones de igualdad y equidad. Y lo peor de todo, intenta hacerlo, negando la evidencia de que, desgraciadamente, en nuestra sociedad, hoy día sigue siendo una circunstancia discriminatoria el hecho de nacer con vagina, en lugar de nacer con pene. Como suena.

Debemos reconocer y reconocernos colectivamente en los avances producidos, todos y cada uno de ellos, debido a políticas activas y comprometidas realizadas por el PSOE. También, como suena. Gracias al empuje de la sociedad, a la lucha sin cuartel y a las razones de fondo que sustentan esas políticas. La gran mayoría de esos avances, como acertadamente manifiesta Carmen Calvo, han supuesto un salto hacia adelante en la concepción democrática de la sociedad. Lo logrado, que es mucho , pero aún mejorable, (equiparación salarial; condiciones de igualdad en el acceso a la representación pública; igualdad de derechos y obligaciones; protección legal y condiciones de seguridad, etc.), es llanamente, democracia. Ha sido y es, un compromiso colectivo para mejorar la democracia. Y así hay que proclamarlo frente a los intentos negacionistas y antidemocráticos que nos rodean.

El siguiente paso es perfeccionar esa democracia con el ingrediente feminista. Que la mitad de la población participe en el reparto del poder, de la influencia, de la capacidad de decisión y, en definitiva, de la organización de la sociedad. Sólo así desaparecerán las condiciones (las que se ven y las que subyacen) para la existencia de desigualdad y de injusticia. Ingrediente feminista que implica erradicación total de cualquier violencia, de cualquier discriminación y de cualquier concepción social no igualitaria entre seres humanos.

Que poco tiene que ver con el llamado mujerismo, al parecer tan de moda ahora, que consiste en que haya muchas mujeres, aunque la mayoría de éstas no sean feministas. El debate nunca puede ser cuestión de número (aunque también), sino cuestión de concepción social y democrática. De entender y comprender que hoy aún persisten circunstancias y condiciones que posibilitan que una circunstancia biológica determine, desde el nacimiento, que la mitad de la población disfrute de más posibilidades que la otra mitad. Y que las mismas han de ser definitivamente erradicadas.

Al igual que han de ser erradicadas las circunstancias que permiten que condiciones raciales, geográficas, climáticas o culturales determinen esa desigualdad. Es una cuestión de democracia, de igualdad, de solidaridad y de pura justicia. Y a la vista de algunos debates que nos rodean, es también una cuestión de mera decencia cívica.

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