Cosas de negros

La preeminencia histórica de la ascendencia blanca sobre la raza negra ha llegado a extremos desorbitados a través de los tiempos. No es necesario aludir al esclavismo, la discriminación o el apartheid para incidir sobre esta idea; ni a la lucha por la igualdad o al odio subyacente que aún pervive (en determinadas zonas y ambientes con extremada violencia). Segregación no solo circunscrita a los Estados Unidos, como podíamos creer, sino a todo el concierto global. (El Pentágono tiene el doble de baños de los necesarios. Cuando se construyó, la ley requería de un baño para blancos y otro para negros.) Ya el ‘Diccionario de Autoridades’, en su edición de 1734, inserta unos versos de Quevedo para ilustrar la negritud: «Parecía matrimonio / concertado en el Infierno, / negro esposo y negra esposa, / y negro acompañamiento» (al diablo se le conocía como «El Gran Negro»).

A pesar de que el médico y etnólogo británico James Cowles Prichard, en su libro ‘Researches into the physical history of mankind’, de 1813, introdujera la hipótesis de que Adán había sido negro y que, bajo la influencia de la civilización, el hombre había ido gradualmente convirtiéndose en blanco; y de los subsiguientes estudios que hablan de la «Eva negra», hay quien asegura, desde el siglo XIX (Buffon y Blumenbach), que el hombre negro es la degeneración a partir de la perfección adámica, blanca desde nuestros primeros padres.

A este respecto el reverendo Samuel S. Smith en 1810 señaló el caso de Henry Moss, antiguo esclavo que se exhibía por todo el norte de Norteamérica «mostrando las manchas blancas que le habían salido por todo el cuerpo, dejándolo al cabo de tres años casi completamente blanco» (estilo Michael Jackson, aunque natural). El doctor Benjamin Rush presentó ese mismo caso en una reunión especial de la Sociedad Filosófica Americana, en la que mantenía que «el color negroide de la piel era una enfermedad, como una forma de lepra benigna, de la que Moss estaba experimentando una curación espontánea».

Santiago Collin de Plancy, en 1898, en su ‘Diccionario infernal’, curiosamente en la entrada «cópula», viene a decir que Adán debía contentarse con todas las bellezas del jardín (simbolizadas en los árboles): sílfidas, ninfas y las demás vírgenes de los elementos, y dejar á Eva el amor de Oromasis, príncipe de las sustancias ígneas, pero Adán, y no pudo resistir los atractivos de su mujer. «De aquí proviene el negro color de los etíopes, á los cuales les está mandado habitar la zona tórrida, en castigo del profano ardor de su padre», concluye.

Más adelante, este mismo autor, en la entrada «negros», refiere: «Es de creer que el color negro que tienen en su cutis los habitantes de algunos países depende del clima y del ardor del sol, pero algunos teólogos han querido suponer que eran negros porque descendían de Caín á quien Dios ennegreció la piel en castigo de haber asesinado á su hermano Abel; ó por ser de la estirpe de Cham inventor de la magia, a quien el Altísimo condenó á tener la nariz aplastada, los cabellos crespos y el color negro, por haber revelado maliciosamente la desnudez de su padre y haberse burlado de él con indecentes epigramas».

¿Sería de color negro igualmente Prometeo por haber revelado a los hombres el secreto del fuego del que solo gozaban los dioses?

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