Cuando la letra arde

No es comentario desconocido ese de que la pluma hace más daño que la espada. Es común de los regímenes totalitarios acabar con las estructuras y el pensamiento del gobierno anterior. Siempre se han perseguido filósofos disidentes y poetas incisivos cuyas palabras y versos agiten al pueblo, en muchas ocasiones reprimido por el pensamiento único.

Aquí en España sin ir más lejos —hasta hace relativamente poco tiempo— existía una «lista de libros prohibidos» que la bendita censura había decidido que atentaban contra la moral, las buenas costumbres o contra el poder establecido. Y no solo se perseguían escritores, sino también, por extensión, cineastas, músico, artistas plásticos y cualquier creador que sacara los pies del tiesto. La censura es moneda de uso común en dictaduras y «dictablandas» (como denominaba Pinochet a su régimen de gobierno en Chile). En el nazismo se puede comprobar — libros y películas así lo evidencian— la quema pública de libros y enseres ajenos al modelo ario.

Jorge Luis Borges da comienzo a su cuento ‘La muralla y los libros’, inserto en ‘Otras inquisiciones’ (1952): «Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él», noticia de la que se hace eco en algunos otros escritos.
Se cuenta que poco antes de que Al-Mutamit ocupara el trono de la taifa de Sevilla, sustituyendo a su padre Al-Mutádid en 1069, mantuvo disputas intelectuales con sabios y reyes que dieron como resultado la quema de los libros del poeta cordobés Ibn Hazm (994-1064), que inspiró los siguientes versos: «Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles, — y mostrad vuestra ciencia para que se vea quién es el que sabe. — Y es que aunque queméis el papel — nunca quemaréis lo que contiene, — puesto que en mi interior lo llevo, — viaja siempre conmigo cuando cabalgo, — conmigo duerme cuando descanso, — y en mi tumba será enterrado luego.»
Es popular el capítulo V (y ss.) de Cervantes donde, para asesar a don Quijote que sus «malditos libros de caballería le habían vuelto el juicio», sus próximos adoptaron la solución radical que propuso su sobrina. Después de explicar a la concurrencia las orates inclinaciones del hidalgo, termina diciendo: «Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos, que bien merecen ser abrasados, como si fuesen de herejes». «—Esto digo yo también —dijo el cura—, y a fee que no se pase el día de mañana sin que dellos no se haga acto público y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho». El cura y el barbero libraron muchos libros de la hoguera, como sabemos, comenzando por los cuatro de Amadís de Gaula, aunque no se libraron la mayoría. El Manco de Lepanto escribe: «Aquella noche quemó y abrasó el ama cuántos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador; y así, se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores».

Para terminar con esta breve relación no podemos olvidarnos del emblemático ‘Fahrenheit 451’ (1953) del escritor estadounidense Ray Bradbury cuyo resumen (que ocupa la contraportada de gran parte de sus ediciones) reproduzco: «Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel se enciende y arde. Guy Montag es un bombero y el trabajo de un bombero es quemar libros, que están prohibidos porque son causa de discordia y sufrimiento. El Sabueso Mecánico del Departamento de Incendios, armado con una letal inyección hipodérmica, escoltado por helicópteros, está preparado para rastrear a los disidentes que aún conservan y leen libros».

La quema de libros es la negación del pasado pero sobre todo es un atentado contra el futuro. El novelista inglés Kingsley Amis (1922-1995) dijo respecto al último libro que comento: «Fahrenheit 451 es el más convincente de todos los infiernos conformistas».

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