De la apariencia del diablo

Tradicionalmente pintamos al demonio como un macho cabrío, con su rabo, sus cuernos y sus pezuñas, por influencia de mitos antiguos asociados a la fertilidad y perversión, como el dios Baphomet (cabeza barbada y pequeños cuernos) en Babilonia, con el dios Pan en la mitología griega o con los faunos en la romana. Por otro lado, la cabra es una forma de confrontación con la idea del «Cordero de Dios». Camilo José Cela, en ‘El Solitario’ (1963) afirma: «El demonio gasta bigotes de cuerno de carnero, que son de mucho gusto y de muy refinada elegancia».

Ferrer Lerín, en su ‘Bestiario’, de 2007, nos recuerda que «El diablo cambia frecuentemente de figura. Una de ellas según el cardenal Baronio, es un tronco de árbol, sin brazos ni piernas, sentado en una silla, teniendo, sin embar­go, facciones humanas, y sin encubrir sus partes sexuales largas de un codo, escamosas y sinuosas en forma de serpiente de mediano grandor, de un rojo oscuro; aunque Boquet dice que los brujos de su país han declarado que el miembro del diablo no es mucho más largo que el dedo pulgar, y grue­so a proporción. El diablo tie­ne, además, una grande cola con una Cara debajo que da a besar en las reuniones».

El primitivo arte cristiano nos enseña que las apariciones del Demonio se reducen a cuatro figuras determinadas: el león, el basilisco, el áspid y el dragón; aunque en la Biblia lo encontramos también con forma de langosta, de oso o de escorpión; y en otros escritos como gato, serpiente, mosca, cabra, búho, rata, gallo, etc. En el Génesis es un Leviatán enrollado y en el Apocalipsis un dragón rojo.

En ‘El unicornio’ (1965), Mujica Láinez, describe a algunos demonios con forma femenina, de eunuco, de sapo o de mirlo; con un solo cuerno en la frente, con turbante o con cabeza de mochuelo y de leopardo.

Cuenta Francisco J. Flores Arroyuelo, en ‘El diablo en España’ (1985) que «miles de descripciones, más o menos detalladas, tenemos de la figura del diablo: a mujeres de carácter soñador se les ha aparecido bajo un joven de presencia atractiva, generalmente vestido de negro, que trataba de hacerlas caer en la concupiscencia». José J. Herrero, añade en ‘Noticia acerca de Enrique Heine’ que «En toda mujer hay algo de demonio».

Cela nuevamente, en ‘Nuevas escenas matritenses’ (1965) asegura: «El diablo tiene rabo y cuernos y va de tenedor, como otros van de gorra o de visera, y se le conoce en seguida»; y añade: «El diablo huele a azufre y a gato quemado; también gasta patas de cabra para mejor subir a los montes».

Hay mucho mito no obstante en el aspecto de Satán. Maquiavelo afirma en ‘Canto de los ermitaños’ (siglo XVI): «El que ve realmente al Diablo no lo ve con tantos cuernos ni tan negro». Cunqueiro, en ‘Viajes imaginarios y reales’ (1991), cuenta que «Defoe, Cabell y otros han sostenido que el demonio es de blanca piel, y su derrota en los días de la Gran Insurrección no lo han ennegrecido. Por decirlo de alguna manera, es alto, esbelto, muy gentil de maneras y en cierto modo elegante. Vestidos los demonios, siempre que pueden, en Viena, Londres, Florencia y Lisboa y perfumados en París». Esta idea del Demonio como un ser hermoso fue señalada por el profeta Ezequiel, que destacaba la belleza y perfección de este «querubín grande». Ya lo decía Shakespeare: «El diablo es un caballero».

Sea cual sea su apariencia, Thomas Mann lo dejó claro en ‘Doctor Faustus’ (1947): «La drástica, humorísticamente obscena figura del Diablo está más próxima al pueblo que la soberana Majestad».

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