Dos crímenes atroces (1984)

A modo de breve crónica general, 1984 fue uno de los años recientes en que más sucesos terribles acontecieron. Habrá quien me alegue que todos los años lo son, por la sencilla razón de que todos los crímenes son abominables. Sin embargo, hay episodios que quedan alojados en la memoria, individual y colectiva, de manera indeleble. Y en este tipo de sucesos aquel lejano 1984 dejó varios episodios criminales que difícilmente se borraran del recuerdo de la crónica negra de Granada. Podría destacar varios. Sin duda los más infaustos fueron los dos que voy a relatar a continuación por haberse perpetrado sobre dos menores de edad en unas circunstancias terribles. Se trata de dos crímenes tremendos que aún más de tres décadas después siguen impresionando a todos los que los recuerdan o conocen.

El apuñalamiento de Antonio Peña

Cuando ya la ciudad lucía esperando la cercana Navidad. Antonio Peña Cabezas, de quince años, moría apuñalado el domingo 16 de diciembre a manos de su amigo y antiguo compañero de colegio, A.M.R.G., de catorce.

Según resulta de la documentación policial y judicial ambos muchachos se enzarzaron en una acalorada discusión sobre las tres de la tarde en casa de Antonio Peña, al reclamarle el que sería su asesino, A.M.R.G., el importe de una bicicleta que le había vendido. En medio de la discusión, sin mediar palabra y con una frialdad indescriptible, A.M.R.G. sacó una navaja de hoja muy fina con la que, si bien en el forcejeo ambos contendientes se hirieron, finalmente A.M.R.G. se impuso a su compañero tras asestarle más de treinta puñaladas. Después huyó, eso sí, pero antes tuvo tiempo de coger 27.000 pesetas que la madre de Antonio Peña guardaba en un sobre. Partió a la fuga y fue capturado por el dispositivo policial desplegado que le seguía la pista. Había logrado subir al tren expreso de Granada a Madrid, siendo capturado a las 1 de la madrugada en la estación de Linares-Baeza, interviniéndole el arma homicida.

Un auténtico drama

Antonio Peña fue recogido por la Policía en su propia casa tras ser atendido en un primer momento por dos vecinas que oyeron sus gritos y se cruzaron con el agresor en el portal cuando subían a socorrerle, pero moría en el coche policial camino de las Urgencias de hospital Ruiz de Alda, donde ingresó cadáver. Era el único de una mujer viuda. Su padre había muerto once años antes atropellado por un camión que se dio a la fuga y en unas circunstancias que nunca se esclarecieron. Los familiares de la madre, vecinos todos de Santa Fe, intentaron en vano que la viuda y él hijo dejasen Granada y se fueran a vivir al pueblo, pero ella prefirió seguir viviendo sola con su hijo de cuatro años, Antonio. La madre, limpiadora de profesión, solía ausentarse de su casa. Al muchacho se le solía ver por el barrio en compañía de sus amigos. El mismo día de su muerte, apenas hacía medía hora que había sido avistado, montando en bicicleta, “con un antiguo compañero de colegio”. Porque en ese momento estaba matriculado en un centro de Formación Profesional, al que asistía de modo irregular. En el curso anterior había estado escolarizado en el colegio público Cristo de la Yedra y anteriormente en el centro de EGB de San Agustín, del que salió a raíz de un expediente disciplinario. Si bien, Antonio Peña, como informaron todos los medios de comunicación entre los que resalta la magnífica información de ABC, era de gran nobleza, según relataron sus profesores, a los que su impresionó vivamente, como a toda la sociedad granadina del momento, dadas las circunstancias del crimen en el que concluyó su corta vida.

El terrible crimen de Bernardo D.M.

Pocos meses antes, a principio del mes de abril, cuando la ciudad se aprestaba bulliciosa para la celebración de otra fiesta principal, la Semana Santa que aquel año caería muy tarde, el domingo anterior al Domingo de Ramos, saltaba la despeluznante noticia. La noche del sábado 7 de abril aparecía muerto estrangulado el niño Bernardo D. M., de nueve años de edad, hijo de un policía nacional, poco antes de las once, en la casería de San Jerónimo.

Esperaba a su padre en un coche y fue secuestrado. Eso fue lo que sucedió según las primeras indagaciones. Bernardo se quedó esperando a su padre en el interior del coche, un Seat 133, junto al bloque Osuna-3, del polígono de Cartuja. Lo había dejado para un momento. Volvió no más de una hora más tarde. Eran casi las diez de la noche. Cuando poco después de esta hora el padre del niño regresó, el vehículo y su hijo habían desaparecido. Corrió a dar la voz de alarma y las pesquisas policiales se desplegaron rápidamente.

Varias dotaciones móviles de la Policía Nacional iniciaron una búsqueda desenfrenada para localizar al chiquillo, la cual concluyó tristemente cuando cerca de las once fue hallado el coche vacío, abandonado cerca del parque Nueva Granada, en el otro extremo del mismo polígono de Cartuja, y a unos centenares de metros, el cadáver del niño con una cuerda atada al cuello, con la que se parecía haber sido estrangulado. Desde ese mismo momento la Policía comenzó a realizar intensas investigaciones encaminadas a determinar los móviles y la autoría de tan horrible asesinato. Se barajaron varias, la principal, que unos vulgares ladrones se hubieran apoderado del vehículo sin percatarse de que Bernardo se encontraba dentro y, al descubrirlo, optasen por deshacerse de él, temerosos de que pudiera ayudar a su posterior identificación. También se consideró el móvil de la venganza por el que algún delincuente quisiera vengarse del padre del chiquillo. De cualquier modo, el suceso provocó la repulsa inmediata de la sociedad granadina y más especialmente de los cuerpos policiales. Más que nada porque aún se seguía sin saber nada del asesino de Marcos Serrano Martín, de once años, hijo de otro policía, que el 8 de diciembre de 1981, apareció salvajemente asesinado en las proximidades de la Silla del Moro.

Un resultado inesperado

Pero la investigación dio un vuelco inesperado en pocas horas. La profesionalidad de los funcionarios del Grupo de Homicidios condujo a sospechar inmediatamente del entorno más próximo de niño. Las circunstancias que rodearon el suceso, el hallazgo del coche, del cadáver y la actitud del padre cambiaron súbitamente el sentido de la investigación, tanto que en pocas horas el progenitor fue detenido acusado de parricidio.

Bernardo D. M. había murió asfixiado por su propio padre, el policía nacional J.M.D.J., de treinta y ocho años, según confesó inmediatamente y comunicó en una nota el Gobierno Civil de Granada. Al parecer, el parricida se encontraba bajo una fuerte tensión emocional provocada por la operación de cáncer a la que se había sido sometida su esposa, R. M.

Los hechos

De acuerdo con la versión facilitada por el Gobierno Civil en la información facilitada aquel día, padre e hijo visitaron en la tardé del sábado a R. M., esposa y madre, convaleciente en el Hospital Clínico de Granada. El niño estuvo hablando con su madre de lo feliz que se sentía ante la proximidad de su primera comunión, que debería celebrar el 5 de mayo próximo, y de su entusiasmo por el traje que llevaría ese día. Hacia las nueve salieron para cobrar unos recibos que el padre efectuaba como una segunda dedicación, y dejaron a la hermana menor de Bernardo en casa de unos parientes. Cogieron el coche, un Seat 133, en donde el niño se habría puesto pesadísimo diciendo al padre hubiera preferido quedarse a jugar con sus amigos y pidiéndole que le comprará unos pantalones.

J.M.D.J., el padre, en medio de las exigencias del menor, no hacía más qué pensar en su mujer, enferma de cáncer en la cama del hospital. De pronto, sin que el hombre pudiera explicárselo, en un rebato, cogió al niño por el cuello y lo estranguló.

Trató de ocultar lo sucedido

Cuando J.M.D.J. se dio cuenta de lo que acababa de hacer comenzó a dar vueltas a la explicación que les daría a su mujer e hija. Lo primero que se le ocurrió fue disimular la verdad de los hechos para no magnificar aún más el drama familiar que se le venía encima. Cogió el coche desde la calle Linares, donde había cobrado el último recibo y se dirigió al parque Nueva Granada. Allí estacionó el coche, lo cerró por fuera y arrojó la llave, muy cerca, en el suelo. Fue esto lo que alentó las sospechas de la Policía, dado que este comportamiento de los posibles autores, no se ajustaba a las hipótesis esperadas de unos ladrones de coches, ni tampoco a la de alguien que quisiera ajustar las cuentas con el padre del niño.

Después de aparcar el coche cargó con su hijo a hombros campo a través, hasta la casería de San Jerónimo, donde abandonó el cuerpo no sin antes anudarle una cuerda que llevaba en el vehículo. Seguidamente se marchó del lugar y alertó a la Policía.

Siempre según la nota oficial J.M.D.J. pensó en un principio en acudir al servicio de Urgencias del Clínico, pero, ofuscado y confuso, desechó la idea optando por la versión dada y tratar de encubrir su fechoría. A la pobre madre, dada su extrema gravedad, lo único que se le dijo fue que su hijo había muerto en un accidente de tráfico. Una versión muy débil, porque el padre fue detenido inmediatamente y puesto a disposición judicial.

Confesó inmediatamente

En efecto, así de sorprendente fue para la opinión pública. Tras prevalecer durante toda la noche la versión del posible secuestro por móviles desconocidos, la brigada de investigación judicial llegó a la conclusión de que si alguien se hubiese llevado el automóvil con el niño en su interior, bien con el simple ánimo de robar el vehículo o para realizar algún tipo de venganza personal contra su padre, difícilmente habría tenido la precaución de dejar el vehículo perfectamente cerrado, que fue tal y como apareció.

Este detalle y ciertas contradicciones en que incurrió el policía durante su declaración, así como la ausencia de huellas dactilares ajenas al dueño del vehículo y su hijo, indujeron finalmente al homicida a reconocer su culpabilidad como responsable de la muerte de su hijo, si bien, de acuerdo con la confesión, «en ningún momento tuvo la intención de causarla».

Polémica

Una fuerte polémica se desató en torno al asunto derivado de la gestión de la información facilitada entre la Jefatura Superior de Policía y el Gobierno Civil. La rueda de prensa para comunicar lo sucedido y la detención del padre y policía nacional, fue convocada por el gobernador civil cuando lo habitual era que la convocase la Jefatura Superior de Policía. Esta convocatoria había sido anunciada extraoficialmente a los medios el domingo por la tarde, pero medía hora antes de celebrarse parecía pendiente de una conversación telefónica entre el gobernador civil y el ministro del Interior, José Barrionuevo. El gobernador justificó la citación al afectar el caso a un miembro de los Cuerpos de Seguridad. No dejó de sorprender la proliferación de argumentos contenidos en la nota oficial que hemos expuesto, bajo la sospecha de que podía servir de argumentación para atenuar la conducta criminal del padre, apuntando la circunstancia modificativa de obcecación.

Introvertido y depresivo

También, entre las atenuantes facilitados por la nota figura el hecho de que el policía nacional prestara servido durante siete años en el País Vasco, su carácter introvertido y taciturno, las depresiones que padecía, el temperamento inestable, la muerte su madre, ocurrida un año antes; la enfermedad de su esposa y el pesimismo que ésta había mostrado cuando le había visitado aquella tarde.

Todas estas circunstancias expresadas habrían justificado y aconsejado que J.M.D.J. hubiera sido retirado del servicio, sin embargo, su apariencia de normalidad no permitía sospechar que pudiera hacer lo que hizo. De haberse intuido, los responsables policiales lo habrían separado inmediatamente del servicio, según dijeron.

R. M., la madre de Bernardo, murió. J.M.D.J. fue procesado. Hoy vive en Granada y se le suele ver por un barrio popular de la ciudad en compañía de su actual mujer. El tiempo todo lo repara y produce efectos sobre las situaciones jurídicas. No puede ser de otro modo…

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