El alma de las mujeres

Hasta hace relativamente poco tiempo las mujeres no tenían alma para determinadas creencias. Fue Aristóteles (384-322 a.C.) quien planteó por vez primera la aberración de que «la mujer no tiene moral, no tiene alma, por tanto no es humana». En su ‘Ética a Eudemo’, nos dejó esta joyita: «La mujer, sin duda, es inferior al hombre, pero su relación con éste es más íntima que la del hijo y la del esclavo, y está más próxima a ser de igual condición que su marido». Esta sentencia, y otras muchas, hizo las delicias de más de un misógeno, entre ellos del proselitismo religioso (que determinó el paso de un panteón matriarcal al determinante dominio del Dios padre), y relegó a la mitad de la población a un segundo plano. (Aunque es peligroso aventurarse por estos caminos y frivolizar de cualquier forma, ya que no fue una chispa lo que diferenció los sexos, sino una serie de circunstancias socio-biológicas a través de milenios de historia, que quizá se remonten al «homo erectus».)

Aldous Huxley, en ‘Dos o tres gracias’ (1926), interpreta al filósofo griego preguntándose: «Pero ¿tiene alma la mujer? Para el joven Weininger es clarísimo: NO. Para él, como para Aristóteles, el principio masculino es el activo y formador, el ‘logos’, mientras que el principio femenino constituye la ‘materia pasiva’; el alma ‘es forma, entelequia, y, por lo tanto, está ausente en la mujer’. En términos menos filosóficos: la mujer es una especie de viscoso protoplasma que adopta cualquier forma porque no tienen ninguna. De donde su notoria capacidad para el teatro y la simulación. De donde que sus opiniones sean las de su marido o de su amante».

Tertuliano, en el siglo III, llegó a anunciar que «la mujer es la puerta del infierno, es una permanente tentación. La mujer es el pecado»; y Collin de Plancy, en su impagable ‘Diccionario infernal’ (1818), en la entrada «Mujeres», apunta: «Aun después de los descubrimientos de Cristoval Colon, algunos casuistas pretendieron probar que las mujeres del Perú y de otras regiones de la América, eran una especie de animales, seductores en verdad, pero sin alma y sin razón; de cuya opinión se valió un papa para preservar á los cristianos del crimen de brutalidad, dando á las mujeres americanas el titulo de mujeres dudosas de una alma racional y destituidas de todas las cualidades que constituyen la naturaleza humana». Y termina refiriendo que «Aristolo y otros autores dicen que la presencia de una mujer en ciertos días críticos corrompe la leche, agria la nata, empaña los cristales, seca los campos por donde pisa, engendra culebras y produce la rabia en los perros».

Por suerte la larga marcha de la razón vislumbra la natural equidad y desempaña una injusticia de inexplicables abismos. La conciencia y la educación son las únicas armas, como para tantas cosas. La luz al final del túnel se vislumbra, pero me temo que vamos dando pasitos hacia adelante y pasos —si no saltos— hacia atrás.

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