El crimen de anabel (1985)

Un suceso vitando. Solo de este modo puede calificarse el crimen en el que fue asesinada María Isabel F.S., Anabel, una niña de 4 años cuyo asesino pretendió violar y cuya escena de agonía parece extraída de un episodio del Medievo. Pero no, ocurrió hace tanto tiempo. Sucedió hace escasamente cuatro décadas en el pueblo de Huétor Santillán, muy cerca de Granada, y su raptor y asesino resultaría ser una persona muy próxima; demasiado próxima.

Treinta y seis horas después de ser vista por última vez, los rastreadores, dos perros de la Guardia Civil especialmente adiestrados llamados “Tronco” y “Arra”, condujeron a la Policía y a los familiares hasta un lugar muy concreto del huerto del Tío Jacinto.

Desaparecida

El mes de mayo depara jornadas cálidas y luminosas en el sureste español. Así fue el día en el que desapareció Anabel. Hizo calor. Durante la tarde la bonanza invitó a dejar jugar a los chiquillos en la calle y cuando cayó la noche, y la madre de Anabel se ocupaba en preparar la cena, la pequeña jugaba con sus hermanos de nueve, ocho y seis años en la puerta de la casa. En un momento dado Anabel le pidió dinero a su madre para ir a comprar gusanitos. A regañadientes le dio un duro, y poco después, aproximadamente a las 22:05, los chiquillos partieron corriendo para ir a comprar las chuches y a jugar con el agua de la fuente de la plaza de la Constitución, situada a escasos metros de la casa. Fue entonces cuando verían por última vez a su hermana pequeña. En un instante los hermanos la perdieron de vista. No sabían qué pensar. Avisaron a los padres de la falta y con no poca preocupación ante lo extraño de la situación iniciaron la búsqueda por distintos lugares y casas de vecinos y familiares hasta que, no encontrándola por ninguna parte, decidieron dar aviso a la Guardia Civil.

Recordando tiempos pasados aquella noche las campanas de la iglesia del pueblo tocarían a rebato hasta en tres ocasiones llamando a los vecinos a colaborar. Todo Huétor salió a la calle. Se revisaron una tras otra las casas de la localidad, los cobertizos, las eras, los montes, los arroyos y los barrancos cercanos valiéndose de luces y antorchas, con caballerías y perros de caza, así como de vehículos todo terreno y motocicletas, pero no se encontró a la chiquilla. Hubo quién con credulidad centró su atención en la carretera de Murcia, que atravesaba población, pensando en secuestradores de niños llegados de alguna parte. No faltó quien apuntara a un conductor concreto habría sido visto aquella misma tarde conduciendo un coche de color azul que estuvo aparcado en la subida al Puerto de la Mora, hipótesis a la que la investigación de la policial se dirigió inicialmente.

Muy avanzada la noche, procedentes de Almería, llegaron dos perros de la Guardia Civil especialmente adiestrados para buscar personas desaparecidas. Venían de localizar a otra niña que había sido secuestrada por un pastor. Les dieron a oler las botas y la ropa interior de la pequeña, comenzando una nueva etapa de la búsqueda conducida por ambos sabuesos. Se volvieron a revisar incluso sitios que ya habían sido registrados. Se volvió a mirar en vaguadas, en pozos, estanques, casas abandonadas, pajares y en las veredas próximas, pero no se obtuvo ningún resultado. Parecía como si Anabel se hubiera volatilizado.

En un pozo

Fueron dos noches enteras de búsqueda desesperada, la de la madrugada del viernes 25 de mayo al sábado 26 y la de este día hasta el amanecer del domingo 27 en el que fue hallada Anabel, cuando los perros condujeron nuevamente a las fuerzas policiales y a la familia hasta el entorno de una lúgubre fosa situada junto a una casa deshabitada, en el conocido como Huerto del Tío Jacinto. Eran las 8 de la mañana. Tronco y Arra, los dos perros, estaban muy nerviosos cuando se centraron con sus olfateos en ese lugar exacto a pocos pasos de un viejo pozo tapado con una gruesa losa de hormigón. A las 8 y 10 se desvanecía la tortura que suponía la incertidumbre sobre el destino de la niña y comenzaba la auténtica tragedia. Cuando se destapó el pozo abandonado, en su interior fue encontrado flotando el cuerpecito sin vida de Anabel, con claros signos de violencia.

Al principio se pensó que no debía llevar muchas horas en el interior del pozo enclavado en el huerto del Tío Jacinto y que podía haber sido arrojado en algún momento reciente, porque la propiedad donde apareció había sido minuciosamente examinada en al menos un par de ocasiones durante el día anterior con las primeras pesquisas de la Guardia Civil.

Indignación

Nada más abrirse el pozo y hallarse el cadáver cundió la indignación por el pueblo. La preocupación había hecho mella en la familia y en los vecinos de Huétor, pero nadie espera un desenlace tan dramático. Había ilusión de que la chiquilla se hubiera podido quedar dormida en algún lugar apartado al que habría llegado tras desorientarse o que le hubiese sufrido un accidente y estar inconsciente; o que estuviera en casa de una vecina. Sin embargo, cualquier esperanza se desvaneció súbitamente con el hallazgo del cadáver, que fue trasladado inmediatamente al Instituto Anatómico Forense de Granada para practicarle la autopsia. El informe confirmaría que Anabel había sido víctima de una violación y posteriormente asesinada. Muy probablemente, como después se conocería, había muerto poco después de desaparecer, tras ser arrojada al pozo aún con vida, razón por la cual en sus pulmones los forenses pudieron encontrar agua y barro, por lo que la muerte le sobrevino por ahogamiento.

Comenzaron a correr por el pueblo distintas versiones sobre lo sucedido a la pequeña. La opinión más extendida era que alguien se llevó a la niña con algún tipo y de engaño para intentar violarla y, como ésta gritara, la tiró al pozo, donde se ahogó. La autopsia revelaría lo acertado de esta hipótesis, pero ¿cómo sucedieron realmente, con precisión, los hechos? Lo veremos seguidamente.

Sospecha

Momento especialmente crucial y dramático en esta terrible historia fue el momento del hallazgo del cadáver, porque nada más descubrirse el cuerpo de Anabel flotando en el frío pozo, el padre, Juan José Fernández, que estaba presente en ese instante, se abalanzó sobre Atanasio Sánchez Madrid gritándole que él era el asesino, ante el asombro y desconcierto de éste. Sin embargo, había razones fundadas para tal actitud del progenitor. Las sospechas sobre los hermanos Enrique y Atanasio Sánchez Madrid, primos hermanos de la madre de Anabel y por tanto tíos de la víctima, habían recaído desde el principio al observarse que los perros rastreadores se dirigían hacia la vivienda en la que ambos, parados, habitaban con su madre, viuda, situada en la calle de las Eras, próxima a la casa de la pequeña, para después perderse el rastro y desorientarse. Una y otra vez los perros conducían a la casa y allí se detenían.

Hallado el cadáver y así las cosas, con el fin de evitar el linchamiento de los dos sospechosos dado el ánimo enaltecido de la población, ambos fueron detenidos y conducidos hasta Granada para ser interrogados. Las indagaciones, casi desde el principio, arrojaron como resultado la exoneración de toda culpa de Atanasio Sánchez Madrid, de 28 años de edad, no así de Enrique, de 22 años, que poco después acabaría reconociendo el crimen.

¿Cómo sucedió?

La niña fue asesinada por su propio tío; porque Enrique Sánchez Madrid era primo hermano de la madre de la pequeña de cuatro años y medio, por la que parece que podía sentir alguna atracción previa, a la que engañó cuando se la encontró jugando con sus hermanos y ésta le dijo que tenía un duro para ir a comprar gusanitos. Fue en ese momento cuando surgió el impulso criminal. Enrique la tomó de la mano y diciéndole que lo acompañara que él le compraría las chuches, la condujo hasta el corral de una casa próxima deshabitada, en cuya huerta, según confesaría el propio asesino, le bajó la ropa íntima y trató de violarla por primera vez. Después, para evitar ser descubierto porque la niña gritaba, la trasladó hasta el huerto del Tío Jacinto, donde nuevamente lo intentó, comenzando a gritar de nuevo la chiquilla. Fue entonces cuando se produjo el fatal desenlace, debido a que le tapó la boca con una mano y le agarró el cabello con otra, tirando con tal fuerza que la niña cayó contra el suelo, quedando inconsciente. Asustado por el resultado, el agresor, creyendo que la había matado, se afanó en ocultar el cuerpo. Se fijó en la losa del cercano pozo abandonado, la levantó y arrojó a la niña dentro, volviendo a taparla.

Contrariamente a lo que había pensado Anabel todavía se hallaba con vida en ese momento. Moriría después, ahogada, en una situación terrible de agonía en la oscuridad de un agujero. Como si nada hubiera ocurrido Enrique regresó a su casa, cenó, vio la televisión y se fue a dormir. Al día siguiente, tras regar sus melones, se sumó a la comitiva que buscaba a la niña y por la noche se fue a bailar a una discoteca con toda frialdad y disimulo.

Pruebas y confesión

Pese a que en un principio Enrique Sánchez Madrid negó su participación en la muerte de la pequeña Anabel, terminó confesándose autor de la misma, ante la contundencia de las pruebas que lo incriminaban. En especial por la coincidencia de las huellas de unas botas suyas, marca Segarra, de tipo militar, que fueron halladas en el trastero de su casa, con la huella de pisada más sospechosa que se encontró junto al pozo y la coincidencia del barro que estas tenían con el del huerto donde cometió el crimen. Otras evidencias encontradas en el pozo, como una muñeca o un rotulador, resultarían no ser de Anabel.

Según confesaría el propio asesino todo ocurrió cuando encontrándose él en la plaza de la Constitución, llegó la niña mostrándole la moneda que le acababa de dar su madre para comprarse los gusanitos. No explicó nunca la razón de su impulso, pero de ahí a cometer su execrable acción y morir su víctima no transcurrieron más de veinte minutos.

El juicio y la condena

La sociedad granadina estaba horrorizada por el crimen. La prensa local y nacional se hicieron eco de lo abominable de la acción del encausado y para el día en que dio comienzo la celebración del juicio oral por la violación y asesinato de Anabel el Pleno de la localidad, había adoptado una moción pidiendo la condena del responsable. Asimismo, hubo que designarse por el Colegio de Granada a un letrado que se hiciera cargo de la defensa de Enrique Sánchez Madrid, que correspondió al magnífico profesional y jurista, Andrés Villalta.

El juicio en la Audiencia Provincial dio comienzo el día 5 de febrero de 1986, apenas 9 meses después de ocurrir el crimen. La acusación sostenida por el Ministerio Público contra Enrique Sánchez Madrid interesaba la condena a cuarenta años de prisión. Veintiocho años por el delito de asesinato, nueve por la primera violación frustrada, tres por la segunda y cuatro meses más por inhumación ilegal. Por su parte el abogado de la defensa solicitó la imposición para su representado de una condena de total de catorce años y tres meses.

La vista se desarrolló en medio de la lógica indignación del numeroso público que acudió a la celebración en la sala, que tuvo que ser contenido en plaza Nueva por las fuerzas de seguridad cuando intentó linchar al acusado al salir del furgón que lo conducía desde la prisión provincial.

La Audiencia Provincial dictó la sentencia el 11 de febrero de 1986, condenando a 40 años de reclusión a Enrique Sánchez Madrid, de veintidós años, como autor de los delitos de asesinato, violación frustrada y abusos deshonestos cometidos contra su sobrina de cuatro años Anabel Fernández Sánchez. Se había hecho justicia. Huétor Santillán, un pueblo pequeño y tranquilo donde nunca pasa nada, se había convertido inesperadamente en el lugar donde vino a ocurrir uno de los hechos criminales más terribles de su género que se recuerdan, pero todo no había acabado.

¿Venganza o cosas del destino?

Prácticamente treinta y tres años después del terrible asesinato de Huétor Santillán, no se sabe bien si por venganza o por las casualidades de la vida, el destino iba a deparar un nuevo suceso sangriento.

El viernes 12 de abril de 2018, el padre de Anabel, Juan José Fernández, carnicero de profesión y contando ya con 70 años de edad, acompañó a uno de sus hijos a un centro médico situado en la calle Pedro Antonio de Alarcón. A la salida del mismo, a la altura del número 60 de la popular calle granadina, de un modo u otro se encontraron con Enrique Sánchez Fernández, con 54 años, el violador y asesino de su hija.

A partir de este momento difieren las versiones, porque según el abogado de Juan José Fernández, se cruzaron de forma casual con otro hombre que le intentó robar y que sacó un cuchillo. Se produjo un forcejeo en el que el anciano, que acabaría en el suelo, no habría reconoció al asaltante como el hombre que treinta años antes había acabado con su hija, cuya identidad le sería aclarada posteriormente ante el instructor policial. En el transcurso del enfrentamiento entre ambos, con la misma arma del agresor, éste habría sufrido cortes en las manos y una herida en el tabique nasal, que se habría provocado, siempre según la versión del padre de Anabel.

Por el contrario, Enrique Sánchez Madrid, mantuvo que fortuitamente se encontraron y sin mediar prácticamente palabra Juan José Fernández sacó una navaja y con ella le agredió repetidamente, repeliendo él la agresión. Él sí que dijo haber reconocido al anciano al que incluso denunció por el apodo con el que se le conoce en la localidad. Ambos fueron citados para la práctica de diligencias por el Juzgado de Instrucción número 9 de Granada, el día 27 siguiente.

Sea como fuere el resultado de este otro nuevo suceso, el cual no es sino un remedo de lo sucedido más de tres décadas atrás, el crimen de Anabel, por el que su asesino cumplió la condena, no deja de ser uno de los acontecimientos criminales más escalofriantes que registra la historia negra reciente de Granada.

 

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