El crimen de la calle Candiota

Situada en pleno centro de la ciudad, la calle Candiota es hoy día un espacio urbano preterido, casi semisalvaje, por razón de los asaltos constantes de los grafiteros que la han hecho lugar donde realizar impunemente sus nefandas fechorías sobre fachadas y zócalos. Una callejuela más olvidada que tranquila que muchos desconocen y que de modo inconsciente usan la mayoría de las veces como atajo entre las de San Jerónimo y Santa Paula.

La de Candiota es una calleja estrecha y solitaria. Ha mejorado algo su aspecto en los últimos años, pero realmente no es muy distinta de cómo era 1983. Entonces existían varios inmuebles abandonados, que hoy han sido reconstruidos o mejorados, pero como entonces, pasar por ella provoca la misma sensación de desolación que entonces, más especialmente desde que se conoció el terrible suceso acaecido en ella la noche del miércoles 16 de noviembre de aquel año, en la primera planta de la casa número 13, entonces en estado ruinoso.

La sospecha

Exactamente hacían, eso, cinco días que Nicolás se había “vuelto a fugar” —lo había hecho en otras ocasiones antes— del hogar paterno situado en la calle Lavadero de Tablas. En esta ocasión se había marchado la tarde del miércoles 16 en compañía de un amigo algo más joven que él, Miguel Ángel López G., un muchacho de 13 años, sin que se volviese a saber más nada de su estado ni de su paradero. Apenas dos días después de haberse marchado de su casa, su amigo, Miguel Ángel, sí que regresó a su domicilio. Era la mañana del viernes 18 y aparentemente lo hizo sin saber dónde se encontraba Nicolás. Miguel Ángel, que tras su regreso había sido informado por su hermana de que Encarna, la madre de Nicolás, andaba buscándolo para saber de su hijo, se desplazó hasta el domicilio de su amigo con la intención de tranquilizar a la familia. Sin embargo, provocaría el efecto contrario cuando de manera extraña, entre jocosa y desenfadadamente, dio a entender a Encarna de que “Nicolás estaba muerto”. Ello provocó la consiguiente alarma en los familiares del joven, que comenzaron a temer que realmente algo malo podía haberle sucedido.

La aparición del cadáver

Dos días más tarde cuando ya se le buscaba por todas partes desde que sus padres denunciaran su desaparición el jueves 17 y entre la población de Granada comenzaba a temerse por la vida del menor, el cadáver de Nicolás Sánchez Aranda, de 14 años de edad, fue casualmente descubierto por unos muchachos que se habían introducido para jugar en el interior del número 13 de la calle Candiota, algo después de las 1 del mediodía del domingo 20 de noviembre. La voz de alarma la dio R.J.C. que telefoneó a la policía dando a conocer el hallazgo.

Poco después, en medio de un gran despliegue, el cuerpo del joven, que presentaba un tiro en la sien, con orificios de entrada y salida, y el rostro destrozado. Se hallaba en una pequeña habitación, en posición sedente, encima de una especie de poyo de cocina, recostado sobre una tabla y ligeramente inclinado hacia su costado izquierdo. Los primeros leves síntomas de descomposición que ya se apreciaban indicaban que llevaba varios días muerto. La autopsia que se le practicaría seguidamente por mandato del Juzgado de Instrucción determinaría que el óbito habría sobrevenido de modo instantáneo cinco días atrás, cercana la madrugada del día 17 de noviembre.

La detención del autor

Para el momento en que apareció el cuerpo de la víctima las sospechas de la Policía sobre la autoría del crimen recaían en Emilio Morales Gilabert, que había sido visto en varias ocasiones en compañía de Nicolás y otros jóvenes, con quienes se reunía frecuentemente. Según la versión inicial que corrió entre los vecinos de la familia Sánchez Aranda, en casa de Emilio Morales habrían sido encontrados unos pantalones del joven Nicolás, lo que unido a que podría haber amenazado en algún momento a los padres del muchacho, habría llevado a su detención. No obstante, ello parece que no era cierto. Porque la sospecha recayó sobre Morales a causa de la declaración de Miguel Ángel López que si bien inicialmente había guardado silencio atemorizado por las amenazas de Morales, poco después, tras conocer que el cuerpo de Nicolás había sido encontrado, desveló a la policía lo sucedido. Fue este el motivo por el que la policía no tardaría en conocer con todo detalle los pormenores que rodearon el asesinato del joven, sobre el que al principio se pensó que sobrevolaba el móvil de las drogas más que el sexual.

Emilio Morales Gilabert, de 20 años de edad y con distintos antecedentes policiales por delitos contra la propiedad, tras ser detenido el lunes 21 de noviembre, confesaría ser el autor de la muerte Nicolás Sánchez Aranda al que mató con toda frialdad después de que el joven se negara a realizar prácticas homosexuales con él.

La versión policial y la condena

En efecto, la versión policial, determinó que los hechos ocurrieron en la misma casa donde se encontró el cadáver. En ella se hallaban el homicida con Nicolás y con Miguel Ángel. Al parecer, en un momento determinado, Morales abordó al joven y le propuso realizar prácticas homosexuales, a lo que éste se negó. Sin mediar ningún tipo de discusión, Morales le descerrajó un tiro de una pistola Star del 7,65 a quemarropa, provocando que Nicolás muriera en el acto.

Según mantuvo la policía y posteriormente recogería la sentencia de la Audiencia Provincial por la que se condenó a Morales Gilabert por el delito de asesinato a la pena de 30 años de reclusión mayor, la accesoria de destierro y se le imponía la obligación de indemnizar a los familiares de la víctima, tras cometer el asesinato había convenció a Miguel Ángel López G. para que no dijera nada de lo sucedido y marcharse, después de deambular por las calles de la ciudad, a dormir a casa del primero situada en la calle Santa Paula y al día siguiente a Almería, donde permanecieron todo el día 17.

La misma noche del crimen Morales volvería al lugar de los hechos cuando Miguel Ángel dormía para deshacerse de la pistola (una Star calibre 7,65 fabricada en los años veinte), lo hizo arrojándola a unas obras próximas a la casa donde cometió el crimen. El arma sería encontrada al día siguiente por el constructor que la entregó inmediatamente a la policía.

Tras el hallazgo del cadáver de Nicolás la policía retuvo e interrogó a Miguel Ángel López, quien como ya sabemos, narró todo lo sucedido en el inmueble abandonado de la calle Candiota. Seguidamente la policía detuvo a Emilio Morales Gilabert en su domicilio y el mismo día 21, al mismo tiempo que tenía lugar el entierro de su víctima, se declaró autor de la muerte en los términos ya expresados.

El sepelio de Nicolás Sánchez Aranda se llevó a cabo en medio de las cariñosas muestras de respeto y el profundo dolor del vecindario de Granada próximo a su domicilio, entre el que él, sus padres y sus tres hermanas, gozaban de gran consideración.

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COMENTARIOS

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    Francesco 4 años

    Tuve la desgraciada oportunidad de conocer a Nicolás Sánchez Aranda, la víctima de la Calle Candiota, y puedo dar fe de que, a diferencia de lo se afirma en el artículo, no era digno «de gran consideración». Aunque no era más que un crío, se dedicaba a amedrentar, extorsionar, robar y golpear sin miramientos a chaveas menores que pasaban por la Plaza de los Lobos, cerca de donde él vivía. Nadie merece lo que le pasó, pero no era ningún angelito.

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