El extraño suceso de la calle Cedrán 

“¿Crimen o ritual?” Esa es la cuestión aún por resolver, que se plantea cualquier investigador que se aproxima a los hechos que rodearon al que debe ser llamado: “El extraño suceso de la calle Cedrán”, que ahora abordamos. Sea una u otra la respuesta, en cualquier caso, se trató de un acontecimiento insólito que la policía investigó barajando como principal hipótesis la de tratarse lo sucedido el 30 de mayo de 2008 en la casa número 6 la calle Cédrán, de un homicidio ritual que acabó con la muerte de un joven de 34 años de edad, estudiante de Geología en la Universidad de Granada.

Una calle tranquila 

La víctima fue hallada muerta en su vivienda, situada en pleno centro de la ciudad. La calle Cedrán es una de las perpendiculares que caen hacia a la Gran Vía desde la popular y antigua calle de Elvira. Más hoy día que entonces hace una década, era una calle poco transitada, tranquila, dormida en un pasado no muy lejano en que existieron en ella varios comercios. Esa apariencia de lugar en el que nunca pasa nada iba a quedar desvirtuada con el hallazgo del cadáver de D.L.S. en muy extrañas circunstancias.

Un móvil desconocido 

La práctica de un extraño ritual, posiblemente animista, fue la primera y casi única hipótesis que barajó la policía como causa de la muerte de aquel joven introvertido, sin enemigos conocidos y de una vida dominada más por la monotonía que por otra cosa. De profundas convicciones religiosas que le hacían tener su casa decorada con mensajes de corte religioso, lo cierto es que todo cuanto rodeó la aparición de su cadáver fue desconcertante. Las circunstancias fueron tales que los investigadores del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional constituido en Policía Judicial bajo las órdenes del titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Granada, Miguel Ángel del Arco Torres, no barajaron prácticamente ningún otro móvil que no fuera el de crimen ritual. No hubo otra una causa o aparente que motivara con cierta certeza algún elemento determinante como para poner sobre la pista de lo sucedido realmente, abandonando la teoría del ritual.

En efecto las circunstancias en las que fue encontrado el cadáver hicieron descartar inmediatamente la posibilidad del suicidio. La existencia de varios elementos rituales, la ausencia de violencia física extrema, así como la completa falta de signos de lucha o de alteración de elementos que avalaran el móvil del robo en el domicilio de la víctima, centraron las sospechas en la existencia de un suceso extraño.

Se pensó en un ritual desconocido que tenía que haberse producido en presencia de algún conocido del fallecido, dado que él solo no pudo procurarse la situación en que fue hallado y que no se escucharon ruidos de violencia alguna en el inmueble. Tal vez por ello se vio alimentada, no solo por la aparición de elementos rituales en lugar del hecho, la teoría del crimen ritual, a lo que había que unir el hecho cierto de haber pertenecido D.L.S. hasta época muy recientemente a una secta hinduista de la que había logrado salir rehaciendo totalmente su vida.

El hallazgo del cadáver 

La víctima fue encontrada a las siete de la tarde del viernes 30 de mayo, festividad de San Fernando, por su propia madre que vivía en la misma casa, pero en otro piso. Lo visitaba a diario, pero aquel día no lo había visto aún y extrañada por no saber nada de él, entró en su vivienda. Lo halló en la cama, en su dormitorio, con tres bolsas tapándole la cabeza y que estaban atadas al cuello con el lazo de un albornoz. El cuerpo no presentaba otros signos de violencia evidentes, aunque tenía maniatadas las manos a la espalda con varios lazos. Esto fue precisamente lo que hizo rechazar la posibilidad del suicidio como causa de la muerte y la necesaria participación de al menos una persona de confianza durante el desarrollo de los hechos que provocaron la muerte.

Además, y por si fuera no fuera ya inusual el hallazgo en tales condiciones, en el escenario del crimen se hallaron otros signos relacionados con lo que aparentaba ser una muerte ritual. Entre las manos, el cadáver tenía colocados dos rosarios de cuentas marrones —que no ataban sus manos sólo colgaban de ellas—, y una herida en el pecho causada con un arma blanca, junto al corazón, pero sin llegar a alcanzarlo.

Dos pistas relevantes  

Según manifiesta el informe de la autopsia incorporado a las diligencias judiciales, está herida pudo debilitar al joven todo lo más, porque le habría hecho perder alguna sangre, pero en modo alguno fue la causa de la muerte, que sobrevino por hipoxia completa y parada cardiaca. El óbito se habría producido a juicio de los dos forenses intervinientes, entre las nueve y las once de la mañana del viernes, esto es no más de 10 horas antes de ser encontrado el cuerpo.

Durante la inspección ocular realizada en el piso se hallaron dos elementos importantes para poder aclararse las circunstancias del crimen. Primero, en la cama donde yacía el cadáver fueron localizados restos biológicos procedentes de una reciente relación sexual y, segundo, en el suelo, junto a un mueble próximo, se halló ropa con manchas de sangre. Se esperaba que el análisis de los fluidos fuera determinante, sin embargo, analizados por el laboratorio de toxicología de la Policía nada vinieron a esclarecer. Pertenecían a la víctima y no a otra persona como inicialmente se pensó.

¿Ritual o exceso sexual? 

Como ya se ha aludido, las tendencias religiosas de D.L.S. eran más que evidentes. En toda su casa podían verse imágenes religiosas y numerosos carteles con mensajes cristianos que ilustraban sobre valores humanos. Algo que no habría sido tenido en cuenta durante la investigación del crimen si no fuese por los dos rosarios que tenía colocados la víctima en las manos cuando fue hallada.

También se consideró el móvil sexual. Quienes conocían a D.L.S. lo definieron sin ambages como una persona muy delicada, pulcra, ordenada y extremadamente reservada. Precisamente esto último dificultaría sobremanera la investigación, porque la policía buscó sin hallarla, a una persona de su entorno próximo como posible participante en el homicidio. Sin embargo, nadie pudo aportar datos que condujeran a tal persona, ni de la presencia de otros amigos más íntimos, ni a la existencia de una pareja conocida. Solo se pudo saber y sobre ello pesquisó profundamente la policía, que solía acudir a un cibercafé cercano a su domicilio para chatear, lo cual avaló la hipótesis de que pudiera haber realizado algún contacto a través de la red, que habría tenido que ver con su muerte. La policía investigó todos los movimientos de D.L.S., para intentar dar con este individuo que tendría que ser el mismo que estuvo en la casa con él el día de su muerte.

Sin resolver 

Todos estos factores dibujaron una escena propia de un ritual: alguien que no pudo ser identificado quitó la ropa al hombre después de que sufriese la puñalada en el pecho; la misma que le habría colocado los rosarios en las manos y atado a su cabeza las bolsas que le causaron la muerte. El orden en el que ocurrieron los hechos y el porqué está todavía por aclarar, dado que la muerte de D.L.S., nunca ha podido aclararse, por lo que la pregunta a contestar sigue siendo la misma: ¿“el extraño sucesos de la calle Cedrán” fue un crimen o un homicidio ritual, o fue acaso un acontecimiento que provocó la muerte de un joven debido a un exceso de otra índole, tal vez sexual?

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