El protector eterno de los eunucos

Cuentan las crónicas que Yung-Lo, tercer emperador de la dinastía Ming, que gobernó en China durante los años 1402 a 1424 de nuestra era, era tan buen amante como extremadamente celoso y suspicaz. En su residencia de Beijing, en la ‘Ciudad Prohibida’, llegó a poseer un harén con setenta y tres concubinas al que —como es lógico—, nadie podía tener acceso (y menos con supuestos fines lúbricos si estimaba su cabeza). En cierta ocasión, muy a su pesar, tuvo que ausentarse por largo tiempo de palacio, así que dejó a cargo y custodia del gran harén y sus barraganas al general Kang Ping, el único hombre a su servicio en quien más o menos confiaba.

No obstante, ante el miedo a que sus detractores lo acusaran de ‘irregularidades sexuales’ con alguna de las concubinas imperiales y, lo que es peor, conociendo el carácter irascible del emperador, dicho oficial no tuvo otra idea que la de castrarse e introducir sus partes pudibundas embolsados en un saquito de pellejo de buey en las alforjas del emperador antes de su partida. Era más grande el temor a ser puesto en tela de juicio y tener que demostrar (infructuosamente) su inocencia que conservar su hombría.

Cuando al cabo de muchos meses regresó el emperador a la Ciudad Prohibida, el general Kang Ping —como acertadamente predijo— fue acusado por sus múltiples envidiosos detractores de no haber respetado sus votos de castidad ante el apetitoso panorama mujeril y la tentación diaria. Entonces el general sin inmutarse, pero con sonrisa agridulce, pidió que trajeran la silla de montar del gran emperador, de la que extrajo la bolsita con sus genitales —ya gangrenados y oscurecidos— y bajándose el calzón, como quien mete los dedos en la llaga, demostró su pírrica inocencia.

Conmovido el emperador Yung-Lo por el ‘astuto’ (y sacrificado a la vez) gesto de su consejero, le obsequió con múltiples parabienes, nombrándolo sin vacilar jefe de los eunucos de palacio, ejemplo vivo de todos los emasculados del imperio, lo que suponía una poderosa y envidiada posición política dentro de la Ciudad.

En torno al año 1410 murió el abnegado Kang Ping y el emperador lo quiso nombrar ‘Protector Eterno de los Eunucos’ y levantó un templo en su honor a las afueras de Beijing que presidía la entrada a un cementerio donde eran enterrados todos eunucos nobles.

El glorioso general, de esta manera, ha pasado a la historia más por este acto de auto-castración como muestra de lealtad a su emperador que por su trayectoria, de mérito sin duda, en la corte imperial de su tiempo.

Pasado el tiempo, en 1530, el templo de Kang Ping fue ampliado y rebautizado con el mismo fin como ‘Hugo Baozhong Si’, que significa: ‘Sala Ancestral de los Valientes, Exaltados y Leales’. A principios del siglo XX el templo y los terrenos estaban todavía en uso por los eunucos y el culto de los castrados, hasta que en la década de 1950, el conocido como ‘Templo de los Eunucos’ pasó a llamarse, en un difícil eufemismo, ‘Cementerio Municipal de Beijing para los Revolucionarios’ y en 1970 se amplió el concepto como ‘Babaoshan’, o sea, ‘Cementerio Nacional para los Revolucionarios’, nombre que, con la misma intención originaria, lleva hoy en día, aunque dudo que haya muchos chinos que sigan el ejemplo de aquel resignado general.

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