El Reino de los Suelos

Érase una vez un reino cuya realeza en realidad no reinaba, sino que dejaba los asuntos del Estado en manos de una manirrota y corrupta Corte, que a su vez los entregaba a una caterva de mercaderes, usureros y toda suerte de medradores, sobre los que descansaba al fin el poder de derivar, interrumpir y aun encauzar a su antojo, todo el flujo pecuniario proveniente de tributos, trabajos, artesanía, comercio y demás actividades que laplebe, como en cualquier otro reino, debía ejercer para subsistir, algunos incluso, o tal vez demasiados, con la engañosa esperanza de prosperar, tales aguijones penetran con suma facilidad en la voluble masa.

Empero, no divagaré, pues no era nuestro reino por ello diferente a otros, ni lejanos ni vecinos, ni siquiera fue siempre así, pues al igual que otros países con el devenir de los años y los naturales periodos de paz y guerra, la veleidosa fortuna expuso, depuso y también impuso, reyes, reyezuelos, tiranos y dictadores, e incluso a algún que otro gobernante decente, que todo hay que decirlo. Por eso en ocasiones, sin duda históricas, se instauraron normas y leyes que perseguían equilibrar la balanza de la ciega Justicia, logrando bienes para el populacho, aunque solo fuera revirtiendo una porción de los diezmos con que este sufragaba y sostenía al Rey, al Estado, a la Corte, etcétera. Así se practicaron caminos, se tendieron puentes, se construyeron canales y acueductos. Se reguló el comercio, el tránsito… Se levantaron hasta escuelas para el vulgo, cosa no vista hasta entonces. Se abolió la esclavitud y a cambio erigieron reformas para amparar a humildes jornaleros. Se elevaron hospitales y no de campaña, sino de carácter público, algo impensable para un pobre. Un día se empezó a hablar de libertad, idea inconcebible hasta la fecha, de bienestar, palabra nunca antes acuñada. Democracia, vocablo diluido en la memoria del tiempo… Pero tanta equidad, orden y concierto, no podía sino traer consigo el desconcierto, pues ante virtudes como la Justicia, suelen vicios tales como el de la avaricia, darse cita para confrontar y contender. Y es que como escribiera el más célebre autor de este reino: Es propio de la naturaleza humana estar siempre insatisfecho. Por eso, buhoneros ávidos de riqueza y ricos que nunca se hallaron lo sobradamente ricos, los primeros por taimados y los segundos por lo mismo, comenzaron a picar, arañar y llamar a las puertas de nuestro reino, ofreciendo la salvación a nada, pues nada se estaba perdiendo, bueno, si acaso su habitual opulencia, esa que todo estado totalitario otorga a los que lo rigen y que si no ya se arrogan ellos. Debemos ganar más dinero, dijo allá uno. Hay que aumentar los diezmos, clamó aquel. Pero nosotros seguiremos exentos, dictó otro. Y ¿qué ganamos nosotros con todo esto?, se escuchó la voz de un regidor y la Corte entera se suspendió en espera de una respuesta. Recibiréis dividendos, ofreció magnánimo un señor de afable aspecto y los cortesanos sonrieron. Yo administraré el agua, se adjudicó un forastero. Yo la tierra y sus cosechas. Pues nosotros, se apresuró una oligarquía nativa, nos haremos con la energía eléctrica. Nosotros con el petróleo…estallaron en varias lenguas y allá fue Babel, o un abrevadero de bestias, según se entienda, porque entenderse, se entendieron. Y así se repartieron el negocio de las telecomunicaciones, el de la industria armamentística, la farmacéutica y la sanitaria, que industrial ya se consideraba. La textil, la naviera, la ferroviaria… ¡Debemos privatizar lo público!, bramó uno y aullaron todos. Poco a poco, recomendó astuto otro, vamos primero con la sanidad, sin perder tiempo con la educación, así, ignorantes, se acomodarán en el miedo. Manejaremos el ocio; la alimentación; absorberemos el transporte público… Y usaremos y abusaremos de los paraísos fiscales, apuntó alguien causando el regocijo generalizado. ¡Esto será el Reino de los Cielos!, explotaron al unísono. Y así es como hay que vendérselo a la horda de necios que nos adora, odia, envidia y teme, sentenciaron con voz autoritaria. ¿El Reino de los Cielos?, balbució al fin el Rey absorto. Si, Majestad, persuadía el más allegado cortesano, aunque en realidad se trate del Reino de los Suelos.

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COMENTARIOS

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    Antonio Montero 5 años

    Tengo mucho interes por lerlo ,animo y a seguir publicando

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