¿Es Granada de derechas?

Es recurrente entre los corrillos de las gentes de izquierdas de la ciudad, muy dados al fatalismo, oír esa frase de “es que Granada es muuuuy de derechas”. Bien es cierto que cuesta llevarles la contraria a la luz de los resultados electorales de la capital en el último cuarto de siglo. Y más viendo cómo, pese a corruptelas varias, atropellos urbanísticos o modelos de ciudad más que discutibles, o directamente inexistentes, el electorado ha insistido en apoyar a personajes como ese Torres Hurtado cuyo fin político está en la mente de todos.

Hay quien sustenta esa percepción en aquella frase que dijo nuestro poeta García Lorca en una entrevista publicada poco antes del golpe militar que acabaría con su vida y con la II República: “En Granada se agita la peor burguesía de España”. Lorca cerraba así una reflexión sobre la decadencia en que entró la ciudad tras la caída de aquella civilización donde florecieron“una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada; a una “tierra del chavico”. Y de la mala follá, habría añadido, si no fuera porque la expresión no es muy de poetas.

No seré yo quien lleve la contraria a nuestro admirado y querido Federico, pero su propia vida, su propia obra son testimonio de que en esta ciudad se agitaba también, en paralelo a esa Granada oscura, otra ciudad, a menudo desconocida, que bullía y se esforzaba por abrirse un camino entre tanta carcundia, a veces lográndolo a duras penas, otras pagando su osadía con el ostracismo, el silencio, la represión y hasta la propia vida.

La memoria es corta y la historia… a la historia muchas veces no podemos ni recurrir porque nos la han robado, nos la han ocultado, aunque también  a veces algún esforzado rebuscador de los cajones del olvido rescata para nosotros hechos del pasado que nos reconcilian con lo que fuimos, lo que no nos dejaron ser, lo que tal vez un día no muy lejano alcancemos a ser. Es el caso de Gabriel Pozo Felguera, que recientemente en uno de sus valiosísimos trabajos de investigación, desempolvando viejos documentos que sobrevivieron milagrosamente a la quema, literal, en épocas autoritarias, nos recordaba cómo durante el trienio liberal de 1820-1823 la ciudad, comandada por su Ayuntamiento, se vistió con sus mejores galas para recibir al general Riego en una breve visita a Granada. Y cómo aquel acontecimiento marcó al puñado de valientes que tras la restauración del absolutismo se jugaron la vida, y la perdieron, como Mariana Pineda, para que el país y la ciudad fueran algo más libres.

La historia nos recuerda también que en esa II República en la que Federico escribió algunas de sus mejores obras, Granada estuvo gobernada por las izquierdas y tuvo un alcalde socialista. Un tal Manuel Fernández Montesinos, hijo de un alto cargo de la banca Rodríguez Acosta. Federico lo conocía bien porque era su cuñado. Ambos eran pues hijos de la misma burguesía, la que les pagó la traición a su clase con el fusilamiento cuando los uniformes se hicieron con el control de la ciudad.

Los vecinos y vecinas de Granada no fueron los que eligieron a su alcalde, que diría Rajoy, hasta más de 40 años después. Y lo hicieron volviendo a a optar por las izquierdas en aquellas elecciones del empate a 6 concejales entre el PSOE y el PSA, aquellas del intercambio de cromos con Sevilla que fue la tumba del andalucismo en Granada. En aquellas elecciones, la suma de las cuatro formaciones progresistas que lograron representación (PSOE, PSA, PCE y CGDT) superó el 60% de los votos y logró 16 de los 27 concejales.

Se me dirá con razón que de todo eso hace mucho. Pero tampoco está de más recordar que la derecha no se hizo con la alcaldía de la capital hasta 1995, poco después de que afloraran los escándalos de corrupción y terrorismo de estado en el gobierno de González. Y que si hoy siguen ganando es porque buena parte de sus clases populares han abandonado la ciudad por el encarecimiento de la vivienda. Y que tal vez otro gallo cantaría, más rojo que negro, si los barrios populares votaran religiosamente como lo hacen los acomodados.

Porque en Granada, como en tantos otros lugares, la abstención y el voto a la izquierda habitan en los mismos barrios. Ese es el reto para quienes quieren devolver la ciudad a una senda de progreso, que en Granada se empiece a respirar un aire más limpio, en sentido literal y en el figurado.

Es alentador ver cómo un candidato como Antonio Cambril ha puesto en la zona Norte una de sus principales prioridades. La izquierda volverá a ganar en Granada cuando vuelva a gobernar para su base social. Cuando la Chana, el Zaidín, el Albayzín y Almanjáyar vean que también se gobierna para ellos. Esta puede ser una buena ocasión para empezar a demostrarlo.

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