Esperanza

Como no puedo aseverar quién dijo la frase, aunque creo que fue Amín Maalouf, baste con no arrogármela y en cambio tomarme la licencia de discrepar un poco: el mayor mal de nuestro tiempo es buscar un culpable antes que la solución al problema. Corrijo, pues a mi juicio, es una tendencia ancestral buscar un culpable que ofrecer en sacrificio para aplacar la ira de los dioses, esos seres fruto de nuestra imaginación creados para darle sentido a todo aquello que nuestro pobre cerebro era incapaz de encontrárselo.

Pero hoy el ser humano ha evolucionado y gracias a mentes preclaras que desarrollaron su inquietud e invirtieron su vida en investigar, tenemos certezas, por ejemplo, de que una persona puede sanar de un tumor si se lo extirpan y que de lo contrario morirá, por muchas oraciones que sus familiares recen; que una infección severa se cura con un tratamiento de penicilina, o no menos grave, que un epiléptico es un enfermo y no un endemoniado.

Somos individuos de esa especie que cree dominar el Planeta; dominar, ¿qué? Tal vez si nos observáramos como parte de él y no como dueños del mismo, podríamos alejarnos de nuestra egolatría y tomar otra perspectiva más lúcida, lo cual debería de ser en común, claro. Imposible, asumo. Por tanto y como viable remedio, qué tal si nos asomamos a la Historia y procuramos aprender de ella, de los traspiés de nuestros antepasados, de las enseñanzas de nuestros padres, del conocimiento de nuestros maestros, de la sapiencia de los científicos y de todo aquello que desde hace siglos quedó plasmado para no incurrir de nuevo en los mismos errores… Complicado, lo admito, pues resulta evidente que no aprendemos, que tienen que ocurrir cosas terribles para que podamos valorar lo sencillo y que transcurrido un tiempo, unos días tan solo, nuestra memoria selectiva tiende a olvidar y volvemos por defecto a preocuparnos de asuntos tan vanos e inestables como el dinero.

Cito de nuevo al escritor libanés: Más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación. He observado estos días de incertidumbre y temor, a muchos de nuestros gobernantes y próceres, bien en el Parlamento, en las diferentes comunidades autónomas y respectivos ayuntamientos, de los más diversos colores políticos, cómo toda vez decretado el estado de alarma se han puesto manos a la obra, con mayor o menor acierto, quizá más tarde que pronto, para poner freno a la pandemia y tratar de combatir y detener a ese microscópico enemigo mortal denominado Coronavirus.

Así como también estamos viendo, y no quiero dedicarles más que un pequeño párrafo, a esos representantes políticos que vuelcan todos sus esfuerzos en señalar y acusar a sus rivales en el Gobierno, como culpables de todo mal y sin aportar nada a cambio que ayude a mejorar la situación que estamos padeciendo. También haré un reproche para nosotros mismos, metámonos todos, que durante este eterno confinamiento empleamos horas en despotricar en RRSS contra el Gobierno, contra la Oposición y contra todo lo que se menea, que hipócritamente entonamos la unidad para salir reforzados de esto mientras nos enzarzamos en una lucha fratricida que solo sirve para crear fronteras y enervarnos aún más de lo que ya estamos.

Pero retomando la Historia a la que antes hice alusión y en un alegato de esperanza, quisiera recordar cómo a lo largo de los siglos, los diferentes pueblos repartidos por toda la esfera terrestre y en las más diversas épocas, han soportado calamidades de todo tipo, como la viruela; el cólera; la sífilis; el tifus; la malaria… Y sobrevivido a ellas hasta llegar a donde hoy nos encontramos. Para no extenderme tomaré como ejemplo la Peste, una enfermedad que asoló ciudades enteras diezmando la población a la mitad, como en el caso de Marsella en el año 1720, (no es necesario retroceder a la Edad Media,) para cuya erradicación tan solo se precisaba de higiene, palabra que proviene del griego hygíeia, que significa salud, qué curioso.

Para terminar, quisiera mencionar a mis abuelos, pues si una me contó que siendo niña se salvó de morir de inanición yendo a hurtadillas a mamar la leche de la cabra de alguna vecina, otro me habló en innumerables ocasiones de cómo se las tuvo que ingeniar para sacar a sus hijos adelante, durante aquella época de hambre y miseria que siguió a la Guerra Civil, causada por un tipejo no mucho mayor que el virus que ahora nos ocupa y nos preocupa. Lo dicho, hemos salido de cosas peores, saldremos también de esta, mantengamos la esperanza.

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