Feminismo sin apellidos

A tan solo tres días de que lleguemos al 8 de marzo, la fecha más emblemática de la lucha de la mujer por su participación dentro de la sociedad, en pie de igualdad con el hombre; la fecha más simbólica en la senda y las conquistas de las mujeres, la fecha que encarna el feminismo como concepto y conjunto de movimientos políticos, culturales, económicos y sociales que han tenido y tienen como objetivo la búsqueda de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y eliminar la dominación y violencia de los unos sobre las otras, la sociedad española asiste atónita, a como un gobierno bipartito de izquierdas y autodefinido como «feminista», se tira los trastos a la cabeza entre sus dos socios, a cuenta de la ley de Libertad Sexual, que a toda pastilla se ha querido elaborar, como gesto para enarbolar en las manifestaciones del próximo domingo.

Sin entrar en lo que unos llaman «chapuza» jurídica y otros la ley más avanzada en la materia de los países democráticos, flaco favor se hace a las mujeres, a la igualdad y al feminismo, con esta especie de gymkana gubernativa para ver quién es más feminista, si Unidas Podemos o el PSOE, o quién más riguroso, porque mientras unos y otros se tiran los trastos feministas a la cabeza, en la sala del Consejo de Ministros, quienes no creen en la igualdad y quienes la combaten desde trincheras ideológicas y partidistas, se frotan las manos ante semejante espectáculo que está sirviendo como auténtica cortina de humo, para no dejarnos ver lo esencial, algo con lo que están encantados quienes quieren que todo siga igual.

Lo cierto es que 14 mujeres han sido asesinadas en los 65 días que llevamos de año, que 55 mujeres lo fueron el año pasado, que el 100% de los condenados por violencia sexual son hombres, que el 95% de las condenas por violencia entre miembros de la pareja son varones, que 7 de cada 10 mujeres sufren violencia física o sexual en algún momento de su vida; que las españolas siguen teniendo una de las menores tasas de empleo femenino de la Unión Europea, por debajo de un 60% para la población entre 20 y 64 años; que cobran casi un 22% menos que los hombres y que, al ritmo actual, esa diferencia tardará más de un siglo en eliminarse; que tan solo un 8% de los cargos de presidencia y un 9% de las posiciones de alta dirección están ocupados por mujeres, o que tan solo un 26% de mujeres se sientan en los consejos de las empresas del IBEX .

Es verdad que hay pocas revoluciones equiparables a las que han protagonizado las mujeres a lo largo del siglo XX y primeros años del XXI, logrando desde el derecho al voto, al acceso a la educación y al empleo, consiguiendo forzar el desarrollo de sistemas legales que garantizan la igualdad formal.

También es verdad que las mujeres en nuestro país, han experimentado un cambio muy significativo en estas últimas décadas, pero no lo es menos, que aún estamos lejos de alcanzar la igualdad real. Y lo que es más grave, no podemos pensar que el camino de la igualdad será siempre hacia delante, porque estamos asistiendo a tendencias y discursos que pueden hacer peligrar los avances en igualdad de género y que, aunque pueda parecer increíble, han conseguido situarse como tercera fuerza política de este país, además de alcanzar puestos muy notables en la segunda.

Ante un panorama en el que el negacionismo, cuando no la involución se muestran cada día más beligerantes, no parece la mejor idea, que quienes consideran el feminismo como un elemento estructural del presente y el futuro de nuestra sociedad, estén a la greña por un quíteme allá ese artículo, o por quien es más feminista desde el consejo de ministros y ministras.

Tampoco parece una buena idea que vayamos poniéndole apellidos al feminismo. El año pasado fue, el hoy defenestrado, Albert Rivera y su mano derecha Inés Arrimadas, quienes acuñaron aquello de «feminismo liberal», para hacer uno de los mayores ridículos que se recuerdan y este año, es la arrogante y soberbia marquesa de Casa Fuerte, más conocida en el PP, como Cayetana Álvarez de Toledo, la que nos ha descubierto el «feminismo amazónico», fundado por alguien que dejó escrito que «gracias a los hombres, las mujeres tenemos lavadoras». Como sabiamente dice el gran Isaías Lafuente: «Ni radical, ni liberal, ni amazónico … Hay sustantivos que están definidos de manera tan sencilla y precisa que no necesitan adjetivos» y yo añadiría que quien se define como «feminista» con cualquier apellido, es que sencillamente no lo son.

¡Feliz 8 de marzo!

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