Granada en tiempos de coronavirus

Pemítanme la licencia de parafrasear el título de la maravillosa novela de García Márquez, «El amor en tiempos del cólera», para arrancar mi primera columna en tiempos de aislamiento. En esa maravillosa, barroca, exuberante y cadenciosa obra, el Nóbel colombiano nos traslada a aquellos tiempos en que el cólera, y cualquier otra enfermedad intestinal y contagiosa, antes del descubrimiento de las vacunas, acababa en breve con la vida de miles de personas.

Más de un siglo después, en la era de la ultrainformación, de la telemedicina, de la ciencia ficción en el terreno de la investigación, volvemos a ese escenario que recrea en su novela García Márquez, en el que miles de personas están muriendo a nuestro alrededor, mientras el mundo espera una vacuna que acabe con esta pesadilla, más propia del Apocalipsis que del siglo XXI.

Como estoy absolutamente convencido de que ustedes estarán sobradamente al día de todo lo relacionado con esta pandemia y de como está afectando a nuestra tierra, no voy a desgranar en estas líneas ni el balance de víctimas, ni el de contagiados, ni las estremecedoras previsiones de como puede evolucionar la infección, ni el estado en que se encuentra la posible vacuna, ni las medidas adoptadas -o no adoptadas- por el Gobierno, ni de los bulos que se multiplican en las redes, ni de las «cositas» de la Casa Real en tan dramático momento, ni de los impresentables intentos de sacar tajada política de la tragedia, ni del patético papel de la Unión Europea en esta crisis, ni del IBEX35, ni de las idioteces de algún médico más pendiente de su ego que de su profesión … No voy a hablarles de nada sobre esas cuestiones que están haciendo y harán correr ríos de tinta. Tiempo habrá

Quiero utilizar esta columna para dar las gracias a todas aquellas personas que permiten que la vida continúe, arriesgando su salud para que nosotros podamos proteger la nuestra quedándonos en casa. A quienes nos cuidan en los hospitales y los centros de salud, a los celadores, conductores de ambulancias, del transporte público, a quienes alzan la persiana para que podamos abastecernos de alimentos o medicamentos, a quienes mantienen limpia la ciudad y nuestros pueblos, a los periodistas que nos cuentan al minuto lo que está pasando y por supuesto a agentes de las policías locales, nacional, autonómica, guardias civiles, militares de la UME … En definitiva, muchas gracias por el sacrificio que supone arriesgar tanto por los demás.

Quiero también agradecer a las decenas de miles de granadinas y granadinos su disciplina, a la hora de acatar las medidas dictadas desde el Gobierno, dejando desiertas las calles de una ciudad tan hermosa como la nuestra, lo

que nos está dejando imágenes insólitas que ya han empezado a entrar en los libros de la historia. Sé lo difícil que es quedarse en casa, un día tras otro, en una ciudad que invita a recorrerla en cada rincón y en una primavera que la hace aún más apetecible. Es lo que toca.

Pero me van a permitir que personalice esta columna en nuestros mayores. En esos hombres y mujeres que por su edad están más expuestos a este maldito virus. Quién les iba a decir a nuestros padres y abuelos, que después de haber superado desafíos titánicos a lo largo de toda su vida, iban a encontrarse ahora con el mayor de todos. Ni más, ni menos, que el de darle la batalla a la epidemia y salvar sus vidas, tan valiosas y queridas por todos nosotros.

Desde estas líneas quiero hacerles llegar el reconocimiento de las granadinas y granadinos. Los mismos a quienes ellos salvaron literalmente la vida, cuando la crisis de 2008 se llevó por delante, sus empleos, sus ingresos y sus viviendas. Fue entonces cuando abrieron las puertas de sus hogares para que regresaran hijos y nietos y cuando hicieron maravillas con sus magras pensiones, para que dieran para todos ¡Y vayan si dieron!.

Ahora cuando el número de mayores fallecidos es espantoso, es el momento de hacerles llegar todo nuestro apoyo, nuestro cariño y nuestro aplauso, para que peleen y luchen por superar una batalla más, quizás la más difícil a la que se han tenido que enfrentar en sus durísimas vidas.

PD.- Permítanme que agradezca muy especialmente el cariño, la profesionalidad y el impagable trabajo que están desarrollando con ellas y ellos, sus cuidadoras/es. Me consta que están peleando más allá de lo humanamente exigible, para que cuando todo esto pase, que pasará, podamos volver a reunirnos con nuestros padres, madres, abuelos y abuelas y disfrutarlos muchos años más.

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