Hagamos frente al Prometeo andaluz

En estos días en los que desde un planteamiento sosegado buena parte de la sociedad granadina ha pretendido concluir unidamente sobre la situación real, de abandono y postergación, a la que ha sido conducida Granada —y cuando digo Granada me refiero a su concepto histórico y a su área de influencia— durante las últimas décadas, han aflorado voces entre los culpables directos para decirnos que los únicos responsables de la sucedido somos nosotros, los granadinos, que no sabemos nada más que quejarnos, por culpa de ese gen cainita y canalla que portamos en nuestro ADN los nacidos a los pies de la Alhambra y Sierra Nevada. Bueno, todos no, solo los que no piensan como ellos y que no son de sus mesnadas. Los culpables somos los que ellos tildan de “tradicionalistas” —le ha faltado añadir lo de la FE y de las JONS, aunque eso vendrá después embutido en el término fascista—. Porque para quienes nos culpan a los granadinos solo se es progresista, como ellos, si se defiende el andalucismo, el sevillanismo y el “pesoismo” —por fortuna en el PSOE no todos piensan igual ni han actuado del mismo modo—, que ha vivido al albur de los detentadores del poder partidista en la ciudad de la Giralda.

El añadido de tacharnos de plañideras y llorones, de egoístas y cainitas, o lo de tradicionalistas y fascistas, ya nos lo sabemos desde hace mucho. Tanto como el discurso instalado por esta pseudoprogresía admiradora de los colores de la bandera del Betis, del caudillo Infante y de la sombra de la Cruzcampo, de que solo se es progresista y socialista si se defiende a Andalucía y a la Junta, y que todo el que aboga por Granada y concluye que el poder sevillano instalado solo ha servicio para expoliarnos, somos fachas y tradicionalistas.

Lo más grotesco es que tales epítomes los profieren quienes son directamente responsables de lo sucedido, o quienes, en un pasado muy próximo, tanto como el reciente día de San Cecilio proclamaban su orientalismo y su convicción en que había que acabar, como poco, con el centralismo sevillano para reivindicar Granada y nuestros lesionados derechos. Claro ha quedado en apenas un mes, que tan acendrado como repentino rebato de granadinismo, solo era una manifestación o una treta más de su permanente proclividad a perpetuarse en el latrocinio político que desde hace cuarenta años destruye Granada y como modo de perseverar en sus interesados objetivos. Total, a ellos qué más le da cómo le vaya a la tierra que representan, si en esta fábula mentirosa a ellos les ha ido y les va de cine…

Las opiniones de tan significados adalides del andalucismo de opereta, que no llega ni al epíteto de cavernario, no merecen comentario intelectual alguno. No obstante, sí que son acreedores de una buena dosis de compasión, porque siendo difícil levantarse todos los días sin saber a dónde ir o por donde tirar, no hay que negarles el reconocimiento de la tristeza que supone el reconocerlos porfiando en algo en lo que no creen, o más precisamente, en lo que creen solo por interés hedonista, cuando a la menor oportunidad que tienen, en privado y sotto voce, confiesan que lo peor que le ha pasado a Granada fue integrarla en esta comunidad autónoma que solo ha servido para concentrar recursos a la sombra de la Giralda, sirviéndose de una falaz idea de Andalucía, así como que lo que hay que hacer es reivindicar como poco lo nuestro y como mucho el irnos de este engendro autonómico, de esta especie de monstruo del Doctor Frankenstein nacido a patadas del texto constitucional. Nadie les pide que hagan ese discurso que desde siempre hacemos otros, pero es que eso de decir públicamente lo contrario a lo que dicen en privado, ruboriza, como poco…

Hablan de la piedra de Sísifo o de la tela de Penélope, pero callan al moderno Prometeo autonomista. Así que a modo de “brevísima relación de la destrucción de Granada”, es necesario que se comience a proclamar abiertamente y sin ambages, sin miedo a las represalias, que las hay, que el proceso andalucista se basa en el establecimiento de una serie de relatos falseados de la historia real. No hay una nación andaluza, ni una patria llamada Andalucía, ni un padre de tal patria y menos aún una soberanía andaluza, por la sencilla razón de que Andalucía no ha existido nunca, ni como poder político, ni como realidad jurídico-administrativa, y que solo es una creación de estas últimas décadas en las que se ha gestado un nacionalismo de intereses particulares que ha basado su eficacia en generar un sentimiento de pertenencia inaceptable, sobre símbolos que no son nada más que mentiras pagadas.

¿No es hora ya de que quienes permanecen en la oscuridad de engaño conozcan la auténtica dimensión de la ficción creada y reaccionen y nieguen junto a los que llevamos tanto tiempo haciéndolo, exigiéndolo que sé que cuente la historia verdadera y que se fijen los elementos reales del relato para que no nos impongan su versión aquellos que solo se debaten de mentira en mentira para negar nuestro futuro y nuestros valores de toda índole? Mi opinión es que sí, porque la verdadera historia del sur de España que en 1833 trató de organizar Javier de Burgos a golpe de decreto sin conseguirlo, no es sino la suma la suma del territorio histórico de Granada (de su antiguo reino, del cristiano –1492-1833-), y de lo que era la Andalucía castellana (la occidental después o la baja, en el sistema departamental del XIX). Dos regiones, dos territorios distintos, que se unieron sin consultarse debidamente a la población, con la promesa de un futuro mejor, pero que realmente se ha desvelado solo como la unión forzada de dos regiones para acrecer a una parte desmantelando a otra, para armar la Andalucía sevillana, eliminando a región de Granada.

Que se diga ya la verdad desde el poder establecido, es necesario. Que se diga que Andalucía nunca existió, que nunca fue y que nunca va a ser ya dada la gestión que se ha hecho de esta parca y ramplona idea del andalucismo ostracista y disgregador. Eso es lo que debería estar enseñándose en las escuelas. De hecho, de este fracaso solo son culpables quienes desde hace 40 años han trazado la hoja de ruta basada en el falseamiento de la historia y en el adoctrinamiento de faralá, alentado de modo más acentuado en los últimos tiempos, muy posiblemente para tapar problemas de la mala gestión que nos han llevado hasta aquí.

Así que es necesario que reivindiquemos que desaparezcan del preámbulo del estatuto de autonomía de 2007 los conceptos inventados y que solo acentúan la mentira histórica y política; que Andalucía no es nación, que no es histórica y que no es ninguna patria. Chóquense ya con la realidad de que Andalucía es menos nación que la de los sioux, por ejemplo, y déjennos de bobadas y de milongas.

Lo que digo no es peyorativo, que no. Solo es llamar a las cosas por su nombre. De modo que si Andalucía no es nación, menos aún es Estado, por mucho que quieran los próceres andalucistas —si es que queda alguno—, los mismos individuos interesados que por mucho que quieran no van a lograr ni que nos olvidemos de nuestro sentimiento granadino, y mucho menos que Andalucía sea una nación o un estado a golpe de repetirlo, por la sencilla razón de que no interesa a nadie y porque no se sustenta sobre una base histórica real, como algunos pretenden hacernos creer. Nadie nos hará concluir jamás que había una antigua Andalucía que se ha recuperado para la historia, porque es simplemente es falso.

Quienes esto pretenden solo quieren seguir reescribiendo la historia para su beneficio, porque no existe una Andalucía político-administrativa más allá de hace cuatro décadas, porque si Andalucía nunca ha sido una realidad, lo cierto y verdad es que cada vez se aleja más de poder serlo, como lo es la teoría de la expansión del universo.

El Andalucismo nos ha empobrecido en todos los órdenes. Véase si no el fracaso que desvelan los datos estadísticos cuarenta años después. Nos costará años recuperar el tiempo perdido, pero la situación es reversible si las personas que pensamos que nuestros derechos deben ser respetados salimos a la calle y lo reivindicamos. Y lo hacemos primero pidiendo argumentos a todos aquellos que tienen una fe ciega en un proyecto y en unos individuos que nos han llevado hasta el actual fracaso; dirigiéndonos a todos aquellos que nos dicen que es mejor esta Andalucía, que definen como una sola, grande y libre —que eso sí que suena a nacionalismo fascista—, y que proclaman que este engendro autonómico, es mejor. De modo que ha llegado el momento efectivo de que hagamos frente al Prometeo Andaluz, que tanto nos ha dañado y nos perjudicará de continuar.

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