La divina equidistancia

No es necesariamente negativo, en mi opinión, mantener una actitud equidistante ante determinados debates, asuntos o controversias. Si se carece de información suficiente y contrastada sobre las causas, antecedentes o contenidos de un asunto en concreto, o se duda de las diversas fuentes de información por ser éstas muy diversas, o simplemente se prefiere optar por la prudencia, la verdad es que una cierta equidistancia ayuda a evitar un decantamiento no deseado, un alineamiento no buscado y a mantener una neutralidad de consecuencias beneficiosas.

No es la actitud que yo prefiero, sin duda más proclive al posicionamiento concreto y razonado y al alineamiento sin ambages la mayoría de las veces, pero ya digo, no considero que la equidistancia sea una actitud necesariamente negativa, ni por supuesto, reprochable. Considero, en esa línea, que los poderes públicos y las organizaciones políticas, sociales y ciudadanas deben procurar un nivel de información, documentación y opinión para dotar al conjunto de la ciudadanía de elementos de análisis y de contraste de pareceres, y mantener siempre un nivel de debate público lo suficientemente didáctico, argumentado y sustentado, como para que el mantenimiento de posiciones equidistantes fuera residual.

Que la equidistancia se limitara a quienes verdaderamente no desean optar, o a quienes realmente mantienen posiciones no identificables (ni exclusiva ni mayoritariamente) con una sola opción, sino encuadrables en varias opciones o en ninguna. No deja de ser, en estos casos, la equidistancia una posición comprometida, incluso militante.

Cuestión bien distinta, en mi opinión, es situarse (normalmente autosituarse) en el altar de la equidistancia, como norma o por definición. Pretendiendo mantener así una posición de cierta superioridad moral o de divinidad, por encima de los simples mortales, que sin embargo no muestran equidistancia. Hay quienes se consideran dotados de un status tan especial, que no toman partido y prefieren no optar. Como si el legítimo ejercicio de la opción por una posición fuera menos divino. Y no digamos ya, el combate dialéctico o la crítica razonada de otra opción.

Un altar el de la equidistancia sistemática, muy concurrido en tiempos de crisis y de indefiniciones, pues sin duda, es un lugar confortable y agradable de transitar, pues allí no se reciben críticas ni opiniones contrarias. Basta con declarar que todo o casi todo está mal hecho, mal pensado y peor planificado. Y dejar caer que cada cual lo habría hecho mucho mejor, pero que nadie le ha solicitado su colaboración, que nadie de los “mortales” ha tenido a bien considerar que su aportación habría resultado fundamental. En este caso, esos indefinidos mortales suelen coincidir con antiguos correligionarios del sector que sea, sin duda celosos de la brillantez (no siempre contrastada) que se esparce desde el mencionado altar divino, pero sólo allí.

A partir de ahí, y como en situaciones de crisis no estaría nada bien visto, cargar todas las tintas en el mismo tintero, nuestros divinos equidistantes lanzan a los cuatro vientos, desde su inaccesible altar, proclamas que generalizan el mal. No sólo éstos o aquellos lo hacen mal, sino que también aquellos o estos lo hacen mal. De hecho, cualquiera que hiciera algo, lo haría mal. No sólo no me mojo, sino que evito que una sola gota de agua, alcance mi posición en el altar de la equidistancia. Poco tiene que ver esta segunda acepción con la primera, y desde luego, no le resultan, en absoluto, aplicables los calificativos que le he dedicado a la primera.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS

Wordpress (0)
Disqus ( )