¿La excepción confirma?

Es recurrente aludir a que «la excepción confirma la regla» cuando nos salimos del tiesto, cuando algo no encaja en lo habitual, cuando pecamos en contra de la tónica. La regla es la regla y lo que traspasa su decálogo ya no es regla. En su extremo recuerda a «valga la redundancia», que se dice cuando se repite una palabra o un concepto, a veces sin querer y otras por no hallar ninguna otra que la sustituya. Flaubert, en el ‘Diccionario de lugares comunes’ (1911), en la entrada ‘excepción’ apunta: «Decir que confirma la regla. No arriesgarse a explicar cómo».

Leopoldo Alas ‘Clarín’, en su novelón ‘La Regenta’ (1884-85) refiere una conversación donde se atacaba al clero y se contaban chascarrillos escandalosos sobre los curas y amas de cura; «en esta amena conversación —cuenta el autor zamorano— entraban también con gusto algunos conservadores muy ortodoxos. Si creían haber llegado demasiado lejos y temían que alguien pudiera sospechar de su acendrada religiosidad, se añadía, después de la murmuración escandalosa: “Por supuesto que éstas son las excepciones”. “No hay regla sin excepción”, decía don Frutos el americano. “La excepción confirma la regla”, añadía Ronzal el diputado».

En el ensayo sobre ‘Robert Louis Stevenson’ que escribió Gilbert K. Chesterton en 1927 escribía: «Hay pocas escenas en las historias de Stevenson más vívidas y típicas que la del duelo a medianoche en ‘The Master of Ballantrae’. Pero aquí, también la excepción confirma la regla; la descripción insiste no en la oscuridad de la noche sino en la dureza del invierno, en la “quieta constricción de la helada”, las velas que se tienen rectas como espadas; las llamas de las velas, que parecen casi tan frías como las estrellas».

Pero, pensándolo bien, la simple idea del no es sí es un sinsentido. Si hay una lógica, ¿cómo puede haber algo ilógico que lo determine? ¿Si todo triángulo —por poner un ejemplo— tiene tres lados (que es lo que le da identidad), por qué un triángulo de cuatro lados puede ratificar el concepto?

Ambrose Bierce, en su ‘Diccionario del diablo’ (1911), explica este dislate y define la excepción como: «Cosa que se toma la libertad de diferir de las otras cosas de su clase, como un hombre honesto, una mujer veraz, etc. “La excepción prueba la regla”, es un dicho que está siempre en boca de los ignorantes, quienes la transmiten como los loros de uno a otro, sin reflexionar en su absurdo. En latín, la expresión ‘Exceptio probat regulam’ significa que la excepción “pone a prueba” la regla y no que la confirma. El malhechor que vació a esta excelente sentencia de todo su sentido, substituyéndolo por otro diametralmente opuesto, ejerció un poder maligno que parece ser inmortal».

O sea, la frase completa en latín de la que deriva la expresión es: ‘Exceptio probat regulam in casibus non exceptis’, que literalmente se traduce como: ‘La excepción confirma la regla en los casos no exceptuados’. Se trata de un principio jurídico medieval, cuyo significado viene a ser: «Si existe una excepción, debe existir una regla para la que se aplica dicha excepción».
La Wikipedia pone el ejemplo siguiente: «Una señal de tráfico con el texto “Prohibido aparcar los domingos” (la excepción) implica que se puede aparcar el resto de la semana (la regla), siempre y cuando sea la única regla presente».
Camilo José Cela, en su novela ‘Oficio de tinieblas 5’ (1973), escribe (sin ningún signo de puntuación): «cría hijos y devorarán tu cadáver dice un viejo refrán persa cría hijas y esconderán tu nombre bajo las tres llaves del sexo la duda la desesperanza y la soberbia las reglas generales se presentan siempre salpicadas de excepciones».

Carlos Fuentes, en su novela negra ‘La cabeza de la hidra’, de 1978, habla sobre las leyes de su país como si todo fueran excepciones que entroncan con la Ley de Murphy: «La primera regla de una política tan barroca como la mexicana es la siguiente: ¿para qué hacer las cosas fáciles si se pueden hacer complicadas? De allí la segunda regla: ¿para qué hacer las cosas bien si se pueden hacer mal? Y la tercera, que es el corolario perfecto: ¿para qué ganar si podemos perder?».

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