La hoguera de las vanidades

Resulta que uno de los pecados innegables en estos tiempos —no hace falta demostrarlo— es la vanidad, o sea, la arrogancia, la presunción, el envanecimiento. Tenemos necesidad de que se nos reconozca y ser lo más de lo más. No hay programa televisivo que no esté cuajado de pseudo-expertos, de gente que sabe de todo y que de todo opina con un rigor enciclopédico. Basta freír un huevo para sentirse un chef de importancia; basta haber publicado unas rimas para presumir de poeta; basta haber tenido un hijo para dársela de semental.

En la Roma imperial existía lo que se denominaba «memento mori». Cuando el César recorría las calles de la ciudad después de un triunfo —en el desfile de la victoria (costumbre etrusca establecida por Tarquinio)— siempre llevaba un esclavo diciéndole al oído: «recuerda que eres mortal», advirtiéndole de las limitaciones de la naturaleza humana para que no incurriese en la soberbia y se creyese un dios omnipotente.

El cartaginés Tertuliano (155-220) nos remite la frase exacta: «Respice post te! Hominem te esse memento!», que se anuestra* como «¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre», y no un dios, completaríamos.

A través de algunas lecturas y películas sobre los indios americanos, constatamos la generosidad y el orgullo de los pueblos indígenas. No sé dónde leí que si, estando de invitado en una aldea —a comer y no a ser comido—, se te cruzaba un perro, sacrificaban al animal y te lo ponían de almuerzo. Tenías que tener cuidado por otra parte de no alabar el caballo o la hija de cualquier nativo pues se vería obligado, incluso contra su voluntad, de hacerte donación del objeto elogiado.

Marvin Harris, en ‘Jefes, cabecillas y abusones’ (1993), relata: «Richard Lee nos cuenta cómo se percató de este aspecto de la reciprocidad a través de un incidente muy revelador. Para complacer a los !kung, decidió comprar un buey de gran tamaño y sacrificarlo como presente. Después de pasar varios días buscando por las aldeas rurales bantúes el buey más grande y hermoso de la región, adquirió uno que le parecía un espécimen perfecto. Pero sus amigos le llevaron aparte y le aseguraron que se había dejado engañar al comprar un animal sin valor alguno. “Por supuesto que vamos a comerlo —le dijeron— pero no nos va a saciar, comeremos y regresaremos a nuestras casas con rugir de tripas”. Pero cuando sacrificaron la res de Lee, resultó estar cubierta de una gruesa capa de grasa. Más tarde sus amigos le explicaron la razón por la cual habían manifestado menosprecio por su regalo, aun cuando sabían mejor que él lo que había debajo del pellejo del animal. “Sí —le decían—, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o un gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta manera atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico”.

* Anuestra: término empleado por fray Antonio de Guevara (1480-1545) para traducir los textos de otras lenguas.

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