La muerte del pensamiento crítico

El problema del fascismo hoy no se debe al olvido de la Historia, ni a su desconocimiento; el problema emana de la desidia intelectual, de la deriva individualista que lleva a la sociedad al abandono de aquello que debiera diferenciar al ser humano de animales y plantas: el pensamiento crítico. Y en muchos casos, el pensamiento, a secas.

En el siglo de la tecnología, en la era digital, en la sociedad de la información y la comunicación, las pantallas han tomado el mando de la formación y de la educación sentimental de la ciudadanía. En el siglo XX, las pantallas instruían menos y la escuela, la familia y la calle educaban a una sociedad capaz aún de pensar por sí misma y construir sus propios valores.

Vemos hoy cómo afecta a la juventud, al mundo adulto y a la infancia desprotegida el adiestramiento de la comunidad por Facebook, Instagram y TikTok, santísima trinidad del conductismo 3.0 y la respuesta condicionada 5G. “Influencers”, “youtubers”, “instagramer” y “tiktokers” son un peligro, una estulta amenaza que crea rebaños dóciles al silbido y temerosos al cayado.

A pesar del ingente flujo de información que recorre las venas de móviles, tabletas y ordenadores, la ciudadanía no asume su rol receptivo ante ciertos mensajes. Afecta esta degradación intelectual a personas mayores (“boomers”), pero es masiva en las generaciones jóvenes (“millenials”, “zoomers” y “alphas”). Así lo ha explicado Steve Bannon a la extrema derecha mundial con gran aprovechamiento por los de Abascal y los de Miguel Ángel Rodríguez, que también beben del magisterio de Goebbels.

Las nuevas tecnologías hacen que el maltrato a las mujeres, las agresiones al colectivo LGTBI, la explotación laboral, la xenofobia, el racismo y otras degeneraciones del ser humano, se diluyan entre reguetones y memeces. Lamentablemente, estas aberraciones dan votos a gente como Putin, Orban, Le Pen, Duda, Abascal, Olona, De los Monteros, Monasterio, Smith y otros peligros fascistas para la democracia.

Hay quienes padecen la destrucción de la Sanidad y la Educación Públicas, detestan la corrupción, sufren la desigualdad, soportan la explotación laboral y piensan, porque así se cuenta en los medios y las redes, que estas situaciones nada tienen que ver con el sistema neoliberal del capitalismo salvaje. Muchas personas que así lo ven otorgan sus votos a neoliberales corruptos como Ayuso, Bonilla, Mañueco o Feijóo.

Mujeres, homosexuales, personas de otras razas, de otros países o gente de bien que votan a Vox merecen un análisis y un diagnóstico que expliquen su voto suicida. Personas que no pueden pagar una sanidad o una educación privadas, que no disponen de dignidad y estabilidad laboral, que a duras penas sobreviven en la selva de los mercados, también, como las anteriores, ejercen el voto suicida.

Vivimos malos tiempos para las clases medias y bajas de la sociedad, como ha sucedido en otros momentos de la historia. El enemigo es fuerte, y temible, terrorífico. El enemigo es hoy, además, invisible a millones de ojos encadenados a las hipnóticas pantallas, a millones de cerebros seducidos por los fuegos fatuos de la industria de la diversión y el ocio, como siempre ha sido.
A paralizar el pensamiento crítico y libre, a proteger sus intereses, se dedican con vehemencia y eficacia finanzas, patronales, jauría mediática (qué peligro) y unas imbatibles legiones de trolls en redes sociales. Gran provecho de estos afanes sacan las derechas: es complicado conversar en el entorno familiar, laboral o de ocio, sin que algún contertulio se muestre cegado con consignas cogidas al vuelo en los medios o las redes.

Pero hay que hacerlo, argumentando: es nuestro derecho y es nuestra obligación.

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