Le duele la cara de ser tan guapo

Corría el año de gracia de 1988, cuando un grupo musical español originario de Valencia, y llamado los Inhumanos, lo petaba con un tema titulado “Me duele la cara de ser tan guapo”. Previamente su “exquisita discografía había alumbrado piezas impagables para la historia de la música como «Manué», «Pilar», «Las chicas no tienen pilila» o “Que difícil es hacer el amor en un Simca 1000”.

Por aquel entonces, nuestro protagonista de hoy tenía 25 años y seguramente bailó más de una y más de dos veces, el superhit de “Los Inhumanos”, mientras miraba de reojo su perfil apolíneo, en los espejos de la disco y pensaba que esa copla, estaba hecha por y para él.

Aún no tenía la evidencia, pero ya barruntaba que estaba llamado a hacer grandes cosas, porque cada vez que se miraba en el espejo, sentía un estremecimiento inexplicable, una sensación de superioridad -sin duda justificada por la irresistible imagen que le devolvía su reflejo- el magnetismo irresistible del que se sabe elegido.

Tras su paso por la Universidad, decidió que alguien tan bueno como él, debía ser patrimonio público y fue la política la actividad elegida para ello. Fue el partido socialista el que le abrió sus puertas de par en par y tras un fulgurante paso por la Diputación y la Junta de Andalucía, nuestro protagonista alcanzó pronto el Olimpo de los padres de la Patria, con dos legislaturas como Senador.

Fue entonces cuando casi en estado de shock descubrió que ese “no sé qué, que no se yo” que le hacía único, no era lo suficientemente apreciado, por un partido que no se le había rendido con armas y bagajes, hasta el punto de colocarlo de número tres al Senado; una afrenta solo posible en mentes vulgares y mediocres, que nunca sabrían apreciar el privilegio de su presencia.

Mientras esa sensación al mirarse al espejo, solo hacía que crecer, aunque él siguiera desconociendo la causa, su magnetismo le hizo acreedor a que el gran Carlos Alberto Rivera, le reclutara como uno de los elegidos, para la “nueva política” y como no, su entusiasmo fue tal, que volvió al Congreso y al Ayuntamiento de Granada, bajo una ideología tan acomodaticia, como opuesta a sus orígenes públicos.

En esas estábamos, cuando la providencia le trajo la respuesta a su reiterada pregunta de que tenía él, que solo tenía él. Una pregunta que le atormentaba y perseguía desde que era un adolescente y para la que solo una ciencia tan rigurosa como la morfopsicología y su apóstol el doctor Gabarre, tuvieron respuesta.

“Lo veía en la tele y miré en Internet y vi que tenía una buena cabeza”. De forma que, ni corto, ni perezoso, el buen doctor le llamó por teléfono y cual rendido admirador, le solicitó unas fotos de su egregia testa, con las que elaboró un sesudo, -nunca mejor dicho- informe, que vino a concluir que con ese cráneo, nuestro protagonismo sería el mejor alcalde de Granada.

Rendido a su cabeza y tras horas de riguroso y científico trabajo, el doctor emitió por fin su informe. Arrobado por un especimen único, ese informe establecía sin duda alguna, que «hay equidad» y «humanismo» en el rostro del político de Luis Salvador. Aunque lamentablemente vaticinaba que «dentro de poco le van a cortar la cabeza». «A este hombre hay que darle cuerda para que funcione», enfatizaba el doctor: «Me gustaría que una persona así fuera la que nos gobernara, que hay mucha paja en todo este mundo, en el que mandan los psicópatas codiciosos».

¿Quien podría resistirse a votar a alguien tan especial como el que nos describe el doctor? Tal fue el rigor del estudio que, venciendo su natural humildad y discreción, nuestro protagonista colgó en su página web, tan científico trabajo, no por ínfulas vanas, sino porque fuera reconocido el trabajo de semejante eminencia con su cabeza.

Y entonces, solo entonces, Luis Salvador, reparó en la única estrofa de aquel temazo de los Inhumanos que tanto le gustaba de zagal:

Mi sonrisa profiden
mi careto de John Wayne
mi prominente mentón
y mi martillo pilón,
es perfecto mi tupé
cortado en el corte ingles,
al espejo me miré y me excite mogollón

Y se dio cuenta que le dolía la cara de ser tan guapo

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