Lo común

Si tuviéramos forma de medir los recientes cambios sociales de estos últimos años, estoy segura de que ese instrumento señalaría con ritmo acelerado los «antes» y los «despueses» de estos tiempos por esa cuestión que hemos llamado «crisis civilizatoria», que nos está poniendo patas arriba nuestros sistemas democráticos y las formas de vida y de organización social en todo el planeta.

No hay duda de que, según las condiciones de vida y los avances sociales y de derechos humanos en cada territorio (todos bajo la presencia común de este capitalismo feroz insaciable), se están ofreciendo respuestas muy variadas a problemas de enorme profundidad, como son el indigenismo y su aniquilación en muchos territorios (Brasil es un ejemplo), la usurpación de esos territorios y sus recursos (Nigeria, Argentina y un sinfín de países), las violencias globalizadas contra las mujeres y sus vidas precarizadas, el derecho a una pensión digna, el acceso a la ciudadanía y a los derechos básicos de los que poblaciones enteras están excluidas, el acceso a la vivienda, el trabajo asalariado y de calidad, el derecho al cuerpo, la redistribución de la riqueza, entre muchos otros.

Estas y otras reivindicaciones están reclamándose a través de masivas movilizaciones sociales feministas, ecologistas, pacifistas y de derechos humanos en Brasil, EE:UU., España, Italia, Argentina, Chile, China, México y muchos otros países, frente a la resistente oposición de un neoliberalismo que combina el miedo, la seguridad y el control mediante el fantasma de la xenofobia, el cierre de fronteras, el abuso e imposición de identidades y la sujeción y explotación deliberada de gran parte de la mitad de la población, las mujeres.

Frente a las lógicas extractivistas, explotadoras y destructivas de vidas y ecosistemas globales se va imponiendo en muchos colectivos sociales la lógica de lo común, de la creación estable de lo común. Conceptos como el cuidado, la interdependencia de unas personas con otras, o la ecodependencia de nuestros maltrechos ecosistemas vienen a desvelar, primero, que nuestros sistemas democráticos representativos no son ya la mejor fórmula para dar solución a la variedad y profundidad de nuestros conflictos (y de esta medicina estamos probando en nuestro país); segundo, que existen alternativas en la democracia horizontal y participativa, aquella que escucha, que fundamenta sus decisiones en la posibilidad de dialogar desde la complejidad de los problemas que atañen de modo desigual a una población.

En suma, los conflictos que estamos viviendo en lo personal y en lo social, sobre lo público, lo laboral, la salud, la soledad, la incomunicación, la pobreza, la precariedad en escuelas y universidades, la privatización de nuestras vidas, todo ello nos atañe a todas nosotras como personas que habitamos este planeta, que vivimos con pocas o muchas opciones de vida digna o indigna, y todas esas desigualdades son lo que colectivamente estamos exigiendo introducir en la agenda político social de nuestros Estados y macro-organizaciones de Estados, porque todo ello tiene que ver con nuestra esperanza de futuro, como humanidad que habita un planeta, como territorio, como comunidad.

Sin ser experta en análisis político, basta con que mire y observe lo que sucede a mi alrededor para poder identificar una parte del problema, y para entender por qué se están dando las respuestas que estamos dando en todo el mundo. Por ejemplo, en nuestro país, como ocurre en toda la Unión Europea, parte del problema está en la confirmación de dos escenarios políticos e ideológicos distintos, con concepciones diametralmente opuestas entre sí y, probablemente, irreconciliables hoy por hoy.
– No hay término medio posible entre quienes niegan la violencia machista y quienes tratamos de erradicarla por los estragos que ocasiona a diario en miles de mujeres;
– Tampoco es posible acuerdos entre quienes quieren hacer de la educación un negocio y un contexto de eficacia y doctrina moral y religiosa, y quienes la vemos como espacio de libertad de conciencia y de salud física y mental para las vidas de nuestra infancia, adolescencia y juventud.
– Y si hablamos de trabajo, jamás se podrán entender quienes apuestan por un sistema laboral explotador de cuerpos, tiempos y recursos frente a un sistema de dignificación del trabajo vinculado a tiempos de vida compartida y convivida, o quienes pretenden recortar las pensiones frente a quienes quieren revalorizarlas como un derecho adquirido que les permita continuar con sus vidas.

Uno explota y reprime la rica diversidad humana, la oculta y la frena en pos del capital y el desmedido poder que proporciona; el otro, con sus dificultades, trata de buscar alternativas viables en el poder compartido, lidiando con la complejidad estructural y con todas nuestras subjetividades y demandas.

Cuando hablamos de lo común como alternativa a la expropiación hablamos de disponer de aquello que no es de nadie en particular y de todo el mundo a la vez y, por tanto, no usurpable por ningún individuo o colectivo. Una mirada a nuestro alrededor para ver qué sucede nos devuelve espacios comunes -las plazas de Granada, por ejemplo- tomados por cientos de negocios privados de restauración, evitando la posibilidad de espacios abiertos, de libre movimiento, de fácil desplazamiento, de vida comunitaria y de sociabilidad ciudadana en el amplio sentido del término, de interrelación, sin trabas ni obstáculos, no centrada en el consumo.

Lo común, como ha señalado la jurista y escritora Mª Eugenia Rodríguez, exige una política que ponga lo relacional en el centro, pero no la posesión, y no donde el poder se ejerza verticalmente de mí hacia el resto, sino de mí contigo y con el resto de personas. Es justo lo contrario, lo opuesto y lo antagónico (es necesario dejarlo clarito) al marco político neoliberal del millonario Marcos de Quinto, de Ciudadanos, cuando vincula un gobierno como «empresa», a sus contribuyentes como «clientes» y a los impuestos como «precios». Definir de forma clara qué es lo común que nos une implica identificar nuestras condiciones materiales, cómo somos, qué queremos; necesita que nos miremos a los ojos, que nos escuchemos para determinar por dónde es mejor caminar, y esto no es ni podrá ser nunca un negocio privado y particular.

Lo común ya fue señalado como lo democrático hace más de un siglo por el pedagogo John Dewey. Asumió que las personas vivimos en comunidad en virtud de lo que tenemos en común, y sólo existirá algo común -venía a señalar- si nos comunicamos, es decir, si hacemos vida convivida. No somos sociedad porque vivamos físicamente en espacios cercanos, sino porque, al dialogar (y esto es un aprendizaje pendiente) aseguramos nuestra participación en una «inteligencia» común, es decir, somos más sabias porque sabemos más del resto y de cómo responder a nuestras expectativas. Esta es la verdadera educación social que nos garantiza nuestra permanencia, transformación y avance.

Lo común está en la defensa de la Amazonia, pulmón del planeta y, por tanto, hoy, expolio de toda la humanidad defendida con vidas humanas y, recientemente, por miles de mujeres indígenas en peligro de extinción decretada públicamente por Jair Bolsonaro. Lo común está en la defensa de la escuela plural, laica, integradora, pública, solidaria, equitativa, coeducadora, es decir, igualitaria, lejana a la escuela privatizada con idearios morales impuestos, que la propia Convención de Derechos del Niño de 1989, ratificado por el Estado español en 1990 e incumplida sistemáticamente, denuncia en, al menos, siete artículos. Lo común es sentirnos parte de una comunidad, no fuera de ella y de su sistema. Lo común es participar en el modelo de ciudad que queremos, un aspecto suficientemente olvidado en nuestras ciudades, que sufren de un deterioro democrático estable. Lo común es entender y tratar de dar respuestas a nuestras necesidades como parte de un problema colectivo. Lo común es no privatizar el Mercado de San Agustín de mi ciudad, frito a impuestos y olvidado y enterrado como espacio de comercio justo y de necesaria sociabilidad.

No nos queda otra que apostar por uno u otro sistema, representativos de dos modelos de vida; pero si con uno la vida carece de valor o tiene un precio demasiado alto, ¿por qué no apostar por lo segundo, donde todas las personas tenemos una oportunidad?

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