Los de siempre. Lo de siempre.

Fue un espejismo, una quimera, una utopía.

Las ilusionadas esperanzas despertadas por el 15 M en la sociedad española corrieron paralelas a una súbita alarma en el bipartidismo y al establecimiento de una inexpugnable trinchera mediática. Por un tiempo fue el sueño del país y la pesadilla del régimen que veía peligrar el statu quo muñido, tras la muerte del dictador, durante cuarenta años.

La mejor defensa es el ataque, pensaron. La artillería fue desplegada de inmediato por tierra, mar y aire, de forma desmesurada e implacable. El bipartidismo, los medios, la patronal, las finanzas, las fuerzas de seguridad y la Justicia agitaron las cloacas del Estado y tendieron la celada: «¡Que participen en las elecciones!», «¡Que se adapten al sistema!», «¡Que nombren un líder!», “¡Que señalen interlocutores!”, gritaron a una los amos de la patria.

Y nombraron líderes, y llegaron las elecciones, y presentaron listas, y fueron muy votados, tanto que los cimientos del sistema temblaron. Y los tambores de la guerra tronaron, y las pinturas de guerra lo cubrieron todo y a todos: analistas y tertulianos, platós y juzgados, partidos y afiliados, alcaldes y diputados, Congreso y Senado. Y así comenzó la cacería de políticos novatos que dura largos años; hasta hoy ha llegado, pero el sistema se apresta a entonar aquello de «Cautivo y desarmado…».

Unos y otros, los poderes y las cloacas del Estado, se han permitido bombardear a diario con falsas denuncias, falsas noticias y falsos escándalos, sin descanso, a un pueblo crédulo e insensato hasta sumirlo en un sueño, en un letargo anestesiado. Así, de ser una esperanza, al 15 M lo han transformado en el enemigo de todas y de todos, en un diablo. Y, como advirtió Goya en uno de sus caprichos, la razón se durmió y produjo monstruos.

La factoría de los monstruos se centró en dos: Ciudadanos (idea del presidente del Banco de Sabadell: un Podemos de derechas) y Vox (idea de Aznar para arrastrar al PP al neofascismo “sin complejos” de Ayuso). Los primeros han desaparecido, amortizados tras abrir las puertas a la extrema derecha en Madrid, Murcia, Andalucía, Castilla León y allá donde ha estado en su mano. Los segundos acabarán comiéndose al PP moderado a nada que Miguel Ángel Rodríguez consagre a su corrupta marioneta Ayuso, más extrema que Abascal y más populista que el mediocre fiasco de Feijóo: poco falta (20-21 de mayo).

Así se ha llegado al punto de que el infeliz pueblo español devuelve con sus votos el gobierno a los mismos de siempre, al bipartidismo, teniendo en cuenta que Vox es el PP y Ayuso es Abascal. Así se ha llegado a la aberración de seguir permitiendo que los de siempre se dediquen a lo de siempre: a la corrupción, a las puertas giratorias, a privatizar, a recortar derechos a la base social, a aumentar los privilegios de las élites, a esclavizar, a mantener parásitos de mitra o corona, a medrar.

Mientras, el pueblo, como siempre, a lo de siempre, a quejarse en la peluquería o en la barra del bar, a criticar a los de siempre y a volverlos a votar.

Romper esta dinámica es imperiosa necesidad.

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