Madrigal Paradiso

El gran Giuseppe Tornatore, nos contaba en la magistral «Cinema Paradiso», la historia de Salvatore, un niño de un pueblecito italiano en el que el único pasatiempo era ir al cine. Subyugado por las imágenes en movimiento, el chico cree ciegamente que el cine es magia, probablemente lo mismo que les haya ocurrido a muchos y muchas de ustedes y a toda una generación, para la que ir al cine, era la gran evasión, el convertirnos por unas horas en Ava, Marilin, Audrey, Humprey, Cary, Gregory o Kirk, vivir sus aventuras, viajar a lugares remotos, enamorarnos, llorar … vivir.

Hablo de la época de las dobles sesiones y el celuloide inflamable. Aquellos tiempos en los que ir al cine provocaba más emociones que un viaje en una montaña rusa. Una época en la que el futuro parecía algo demasiado lejano como para pensar en él, y, al final, acabó llegando para arrasar con todo, incluidos la mayoría de los templos, donde se desarrollaba aquellas maravillosa liturgia de taquilleros conocidos, acomodadores cómplices, ambigús variados, suelos de tarima, butacas de terciopelo, penumbra … ¡Cine!

Pero si importante era el contenido, o sea la película que íbamos a ver, casi tanto lo era el continente, el cine donde la íbamos a ver. Salas que en muchos casos se transformaron en algunos de los espacios arquitectónicos más importantes de cada ciudad y que con el paso del tiempo y la llegada de la especulación, se convirtieron en ese oscuro objeto de deseo de constructores y promotores que cambiaron aquellos mágicos lugares, en apartamentos, hamburgueserías, bares de copas, o tiendas de moda.

Isabel la Católica, Aliatar, Palacio del Cine, Cervantes, Regio, Príncipe, Olimpia, Goya, Avenida, Granada, Gran Vía, Capitol, Albaicín, Apolo, Astoria, Central, Azul, Imperial. Todos ellos eran cines de Granada, cada uno con su encanto, su personalidad y su estilo. En el centro y en los barrios, de estreno, de sesión contínua, con más glamour o más autenticidad, pero todos ellos continentes de miles de historias, sueños y deseos de toda una ciudad …

Hoy solo nos queda el Madrigal, la única sala identificable, con sello personal que sobrevive en Granada. Es cierto que hay otras, pero responden a los circuitos de exhibición propios de estas últimas décadas, cadenas dentro de los grandes centros comerciales, sin ninguna personalidad ni identificación con las ciudades donde se implantan.

El Madrigal cumplió la semana pasada 60 años. Se había inaugurado un 24 de septiembre de 1960, con la proyección del estreno de la película argentina de

Luis César Amadori, «Un trono para Cristy», con la actuación estelar de las divas, Zully Moreno y Christine Kauffman. Lo hacía con la presencia de las fuerzas vivas de la ciudad y por supuesto con la bendición del Arzobispo, monseñor García y García de Castro. Las informaciones que recogían la inauguración en Ideal y Patria, la destacaban los calificativos de «moderno, sencillo y acogedor», además de la excelencia de su tecnología.

El cine fue diseñado por Francisco Prieto Moreno, uno de los más importantes arquitectos de la Granada del siglo XX. Por su aspecto y sus cualidades rápidamente comenzó a conocérsele como «La Bombonera»

En este cine de quinientas butacas generaciones de granadinos pudieron acceder a películas extraordinarias, elegidas con auténtico primor que le fueron dotando de una personalidad única, con la que ha llegado hasta hoy en día.

Con el paso de los años y las décadas, además de templo de nuestros sueños, el Madrigal se ha convertido en un auténtico milagro, obrado por obra y gracia de la familia Torres Molina, que han preferido seguir siendo los sumos sacerdotes del cine con acento granadino, en lugar de convertirse en millonarios, porque a nadie se le escapan las numerosas y suculentas ofertas, para que el Madrigal pasara a mejor vida, en aras de la ampliación de unos grandes almacenes, o la construcción de apartamentos de lujo con precios de muchos ceros.

Salvo durante el confinamiento, la sala no ha cerrado nunca, salvo el 20 de octubre de 1984 y el 9 de agosto de 2018 -fechas en la que fallecieron Juan Torres-Molina y Ana María González, los fundadores de ese auténtico sueño que es el Madrigal y que ahora continúa sus hijos Juan, Pepe y Manuel.

El Madrigal es además el último cine español superviviente en 35 milímetros, , con su Galaxi 140, la última que queda activa en todo el país, algo muy apreciado por los cinéfilos que defienden que la calidad de una copia en 35 milímetros es infinitamente mejor a la de una digital y si no que se lo pregunten a Jorge Maya, que es el responsable de colocar la película en el proyector, o a Francisco Puerto, otro de los históricos de esta sala.

Sesenta años lo contemplan y sin duda no hay una mejor felicitación que acudir a su patio de butacas y disfrutar con sus películas, porque si Granada quiere seguir manteniendo vivo ese lujo que es el Madrigal, debe obrar en consecuencia, pasar por taquilla, llenar la sala y despejar así cualquier tentación de que se eche el telón.

Solo una cosa más ¿A que esperan nuestras instituciones, Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía, para reconocer públicamente un trabajo impagable? El Madrigal, bien merece ser declarado Bien de Interés Cultural y recibir la Medalla de Granada, como depositario que es de los sueños y las ilusiones de los últimos sesenta años de esta ciudad.

¡Gracias por tanto!

PD. Hoy jueves en el Madrigal, dan «las Niñas», en sesiones de 16.00, 18,05, 20,10 y 22,15 ¡Anímense en acercarse y desearles cumpleaños feliz! … porque ningún sofá podrá sustituir jamás a una buena sala de cine.

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