Manos de futuro

Hoy no les voy a castigar con nuestros pesares docentes con el COVID, ni con mi particular visión de la sociedad, ni tampoco con mi opinión sobre la ley Celaá. Hoy les quiero contar lo que mis ojos ven cada mañana. Puede resultar una mala introducción, pero les aseguro que tiene un final maravilloso, sólo tienen que dedicarme un par de minutos más.

Cada mañana, llego a mi colegio temprano. No es una obligación, es una costumbre. Soy una persona extremadamente puntual. Después de fichar, como Pedro Picapiedra, subo a mi clase, la abro de par en par y enciendo los medios informáticos. Me acerco a comentar cualquier cosa con Censi y Paula, mis compañeras de nivel. Nos echamos las primeras risas del día y nos bajamos al patio.
Allí, nos encontramos con una “fila” de niños y de niñas que, igual que estaba haciendo instantes antes con mis compañeras, están comentando cualquier historia de sus partidas de AmongUs o sus conversaciones de Hangout. Ese momento me encanta, me mezclo entre ellos, les hago alguna broma o algún comentario mientras esperamos a que suene la sirena y subir a las clases.

Armado con mi pistola de hidrogel junto al quicio de la puerta del aula, mis alumnos y alumnas, de uno en uno, van juntando sus manos y las acercan para que los desinfecte. Siempre me ha resultado curioso cómo ponen sus pequeñas manos: unos en paralelo, otros solapadas, otros haciendo un cuenco, otras planas, otros como quien va a tomar la comunión… Pero no fue hasta hace unos días en los que, reflexionando sobre cómo había sucedido el día y en esa curiosidad, cuando me di cuenta en el gesto tan bonito que hacen nuestros alumnos y alumnas, nuestros hijos e hijas y, de los que somos testigos privilegiados en el colectivo docente.

Con ese sencillo gesto, nuestros niños y niñas, nos están ofreciendo lo que tienen y lo que son. Nos están ofreciendo su futuro, sus ganas de crear una sociedad mejor. Su ilusión por las pequeñas cosas y también su preocupación ante los problemas que puedan tener. Nos ofrecen sencillez, humildad y honestidad. Nos ofrecen lo que son y lo que serán. Puede que alguien piense que solo son dos manos que se exponen ritualmente a su baño de hidrogel, pero ya lo escribió Antoine de Saint-Exupéry en El principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Desde nuestra perspectiva docente, esas manos son las que tienen la obligación de contribuir a tener una sociedad más justa e igualitaria día tras día. Esas manos son las que tienen que erradicar la pobreza y las desigualdades. Esas manos son las que crearán las vacunas del mañana y las que lucharán contra las injusticias. Esas manos, son un regalo y nuestra obligación es ir dándoles los recursos y las herramientas para que consigan esos propósitos. Son manos llenas de progreso y de futuro.

Quisiera terminar mandando todo mi ánimo a mis compañeros y compañeras. Nos acercamos al ecuador de este curso tan atípico y nos seguimos reinventando día a día, ofreciendo nuestra mejor versión como docentes, a pesar de las dificultades, a las personas que están detrás de esas manos llenas de futuro dispuestas a aprender. Y es que todas las profesiones son importantes, pero la docencia, es imprescindible.

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