No conviertan el turismo en problema

Odio ir de agorero, pero algunos partidos están lanzando estos días propuestas que basan en el turismo su apuesta de desarrollo económico para la ciudad, no como valor añadido, si no como dependencia vital que mutila los derechos de ciudadanía. Es una apuesta cortoplacista, insostenible y equivocada. Como todo modelo económico, afecta de manera interdependiente a muchas esferas de nuestra vida cotidiana: medio ambiente, movilidad, vivienda, urbanismo, calidad del trabajo, poder adquisitivo y servicios públicos.

Granada superó con creces los tres millones de turistas en 2018  sin sumisión a la estacionalidad en la capital (asignatura aún pendiente en la costa). No se debe buscar más cantidad, sino más calidad. Algunos partidos apuestan por la explotación intensiva del sector en una suerte de nueva burbuja económica. Los espacios públicos deben buscar el equilibrio entre ciudadanía y visitantes, pero últimamente comienzan a decantarse por los segundos. Las consecuencias del turismo desmesurado y sin regulación son peligrosas para una ciudad que por su riqueza patrimonial, cultural, artística y natural se presta a ello.

El destino de viviendas de los centros históricos a uso turístico, ya sea a través de apartamentos (a los que se les debe exigir regulación y fiscalidad) o grandes inversiones especulativas hoteleras que compran edificios enteros, desplazan a la ciudadanía a la periferia de la ciudad o área metropolitana. El descenso de oferta para uso residencial convierte los precios en inaccesibles si buscamos una vivienda digna. La población es expulsada de un centro cada vez más amplio.

Así, van desapareciendo vínculos sociales comunitarios, la participación activa en la vida pública, los agentes que cuidan el entorno y dan vida a los espacios urbanos, la cohesión entre la población. En ocasiones incluso se quiebra la convivencia. Cambian los usos del suelo. Desaparece el modelo de negocio tradicional y el comercio de necesidad, simplemente porque los turistas no precisan comprar tornillos en la ferretería. Desaparecen negocios tradicionales o familiares, que además ya no pueden hacer frente al alquiler de los locales, para ser sustituidos por franquicias. Así, una nueva dificultad en  nuestro entorno urbano.

La vida cotidiana se vuelve inaccesible e incómoda. Y llega el desplazamiento de residencia a zonas periféricas (la capital no deja de perder población en la última década), conlleva a su vez desplazamientos diarios para poder trabajar en los centros urbanos, que es donde se está generando casi en exclusiva actividad económica. Estos es, más tiempo vital invertido en el trabajo, costes de desplazamiento, aumento de la contaminación por emisiones, accidentes laborales in-itinere, en definitiva, pérdida de calidad de vida. Y por supuesto, cronificación de los enormes problemas de movilidad que vive esta ciudad.

La concentración de la economía en un solo sector, el turístico, altamente desregulado, provoca ingente competencia, desleal en la mayoría de los casos. Esto es, temporalidad, bajos salarios, jornadas de trabajo inhumanas y fraude en la contratación, todo para mantener las rentas del capital. Esto es, empobrecimiento de la clase trabajadora, que cada vez en mayor número se concentra en este sector.

Los turistas que llegan a Granada generalmente tienen un poder adquisitivo superior al de las clases trabajadoras del sur (norte de España, Francia, Reino Unido y Alemania encabezan las estadísticas de procedencia de visitantes). Mientras, en la provincia el salario medio ronda los 1000 euros brutos. Es ley de mercado: si en un espacio acotado el poder de compra crece “artificialmente”, los precios aumentan. La inflación en el centro de Granada tiende a la constante escalada en establecimientos hosteleros, en los parking, transportes y otros servicios. Al final el centro y barrios históricos se convierten en espacios limitados a clases privilegiadas. En algunas terrazas del centro ya ponen directamente el mantel y la carta para persuadir al “cliente de bajo coste”.

Se da la paradoja de que los granadinos y granadinas que se marchan a vivir a la periferia, se desplazan al centro para trabajar. Y los que aun logran vivir en el centro, se tienen que desplazar a la periferia para consumir. El puzzle no encaja. Los entornos urbanos van modificándose, no para cubrir las necesidades de la ciudadanía, si no para cubrir las expectativas del visitante.

Y el gran problema de los servicios públicos. Menos población que paga impuestos, pero más visitantes que generan necesidades en materia de transporte público, recogida de basuras, seguridad, asistencia sanitaria y un largo etcétera. Ruptura del principio de solidaridad. La transferencia de gasto de los turistas va dirigida al sector privado, mientras estos servicios se sostienen principalmente por los impuestos de la población trabajadora, que ya se ha desplazado a las áreas metropolitanas. Por tanto, deterioro e insostenibilidad de los servicios públicos. Parece que no está en el debate electoral dar forma a un modelo de tasa turística que ya se aplica en muchas capitales europeas, parece tema tabú por imposición de la patronal y sin embargo es la única forma de mantener los servicios públicos dignamente y dignificar el empleo.

Este modelo turístico que promulgan algunos es una burbuja porqué cuando sucede con “éxito”, cuando se concentran las visitas, cuando aumenta la presión sobre el patrimonio, cuando se dispara la intensidad y la densidad del turismo, entonces la experiencia turística se degrada, y los turistas, que son muy libres, comienzan a elegir otros destinos. Y la torre de naipes cae entera.

Turismo para la ciudad sí. La ciudad para el turismo, no. Un turismo sostenible, de calidad, con una industria cultural que nazca desde abajo. Un turismo diversificado y cooperativo entre sus zonas geográficas, capaz de convivir con la ciudadanía en equilibrio. Un turismo que genere empleos de calidad, estables y profesionalizados. Y un modelo de desarrollo económico que no lo apueste todo a una sola carta. Granada no es un espacio museístico viviente, tiene potencial y recursos suficientes para generar economía y puestos de trabajo en otros sectores generando sinergias con el resto de la provincia.

Granada aún está a tiempo. Paremos el despropósito de las propuestas de algunos partidos, nos va la ciudad y calidad de vida de los granadinos y granadinas en ello. El fichaje estrella del Partido Popular para las elecciones locales mantuvo a más de 15.000 trabajadores y trabajadoras de la hostelería granadina sin convenio colectivo durante cuatro años, apoyándose en la muleta de la reforma laboral de Rajoy, mientras recibían sustanciales subvenciones públicas. Ni trenecitos, ni teleféricos, ni más superficie esquiable, ni parques de atracciones en el Albaicín o la Alhambra. Se agarran a un modelo que afecta de manera integral a todas las esferas de nuestras vidas, los granadinos y granadinas aún estamos a tiempo de pararlo. Hay alternativas, no caigamos en la falacia de la “creación de empleo” si este dura lo que dura un fin de semana de sol, está mal remunerado y vulnera las leyes laborales fundamentales.

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