Notre-Dame y los miserables

Temporalmente, muy temporalmente, me he trasladado a Francia, pero en poco más de un par de semanas estaré de vuelta, para retornar a Granada, sus cosas y una campaña municipal que se presenta tormentosa en mayo, una campaña contaminada por el resultado por venir de las Elecciones Generales. Ando por Provenza, en una ciudad que recuerda a Granada por su comercio y sus ruinas; su hermosa decadencia y su capacidad para el progresismo y la tradición en una sola calle; por sus obras y su dependencia turística; sus entornos naturales y su devoción por el agua.

Estamos lejos del incendio de Notre-Dame y de ese otro incendio que atraviesa Francia desde hace meses, con chalecos amarillos, y que tiene confundido ya no solo a medios de comunicación, politólogos y clase política, sino también a la gente de a pie, con una propuesta que ha reventado el eje de izquierda y derecha. Víctor Hugo escribió “Notre-Dame de París”, una novela minimizada por esa caricatura de jorobado que, una vez más, parió Disney para confundir por siempre el legado cultural y dejarlo en trazos de colorines y enanismo cultural. Pero Víctor Hugo también escribió “Los miserables”, esa historia de las revoluciones parisinas (Disney no le ha metido mano, aún, y solamente el musical ha convertido la novela en una banda sonora). Los “chalecos amarillos” se presentan como los miserables, los desasistidos, los abandonados.

No se trata de que Notre-Dame sea o no un símbolo cristiano: es indiscutible, Europa se funda en el Cristianismo, para lo mejor y para lo peor, por eso es propensa a la guerra de religión; pero no solo se funda en el Cristianismo, esa es su gran ventaja, su altísima capacidad de asunción y comprensión, porque ha crecido en el entorno de diversas culturas, en el esfuerzo del conocimiento y en la jactancia de su universalidad. Francia es un buen ejemplo. Notre-Dame es un símbolo cristiano tanto como un símbolo artístico de una época en la que el Cristianismo era religión dominante, pero es un edificio mantenido hasta la actualidad por cristianos, ateos y ciudadanos de otras religiones. Esos, todos esos ciudadanos, son los que van a apoquinar la restauración. Los ateos también pagan –y disfrutan, y soportan- la Semana Santa de Granada, no lo olviden.

Las grandes fortunas de Francia, como si de los nobles prerrevolucionarios se tratase, han puesto a disposición del Estado cientos de millones de euros para restaurar la Catedral. Y ha sido la gota de sangre azul que ha colmado el vaso de los chalecos amarillos. Ellos, los miserables, se preguntan por qué los nuevos nobles pagarán la elevación de la piedra en tanto dejan la carne, la carne del ciudadano francés, en la barricada.

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