Pero, ¿quiénes son los neandertales?

Hemos tomado la mentira como costumbre. Pese a toda nuestra historia educativa, con sus valores acerca de la verdad y la honradez de las personas sinceras, y a siglos de catolicismo donde se nos ha inculcado el mandamiento del «no mentirás ni difamarás», incluso a lo extendido en la sociedad sobre la mentira como delito judicial, la mentira forma parte recurrente de nuestra vida.

La mentira no piadosa en política, esa mentira que se cuenta, se usa y se disfruta para perjudicar al contrario o la contraria o, simplemente, para ocultar verdades poco rentables políticamente, tiene efectos perversos sobre las personas, sobre usted y sobre mí, además de convertir la ética del ejercicio político en una ejercicio abonado para el descrédito. «¿Cómo vamos a confiar en quienes nos mienten en política y, sobre todo, en quienes no lo hacen?».

Una forma de mentir es elaborar una media verdad en asuntos tan duros como la dependencia. Me viene a la cabeza esa costumbre política e institucional de no decir verdades completas cuando se rinden cuenta, un arte refinado en el ejercicio del discurso político para no perjudicar intereses partidistas o corporativos. Vamos a ver: cuando las familias con personas dependientes necesitan recursos y atención, se hace urgente que la persona responsable de la Consejería encargada de la Dependencia diga claramente qué se puede hacer para paliar el sufrimiento de estos seres, con qué recursos pueden contar las familias (mayoritariamente mujeres) y cuáles son sus responsabilidades políticas y de gestión para facilitar la vida de la persona dependiente y la de aquella o aquellas que la cuidan.

En tales casos, resulta imprescindible que la claridad y transparencia en la gestión de la Dependencia sea clave para la confianza de las personas en las políticas sociales y en los servicios de atención primaria. Por eso, y porque la verdad te hace comprender mejor qué lugar ocupa cada persona en el ejercicio democrático de las instituciones, es tan necesario destacar, por ejemplo, que en Granada se están tratando 55.000 personas dependientes en los Centros de Valoración y Orientación en este pasado mes de febrero, tanto como reflejar a la vez que aún se da en Andalucía (Granada incluida) la desatención sin prestación alguna de un 32% de personas en situación de dependencia. Lo uno y lo otro importa, porque las personas, nuestras energías, nuestro tiempo y nuestras esperanzas y recursos importan, y mucho, y lo que esperamos es el compromiso de cualquier administración en solventarnos los problema, comprometiendo más recursos y energías políticas en su solución.

Pero las mentiras en política son más difíciles de desmontar, causan confusión, fomentan prejuicios y, sobre todo, generan desconocimiento de la realidad y perjudican a la ciudadanía. Mentira es cuando dice Pablo Casado en un foro público que cada mujer es capaz por sí misma de conseguir lo que se proponga, como si lo que nos pasa cuando no tenemos ayuda pública institucional (para una hija en silla de ruedas o un hijo ciego) respondiera exclusivamente a nuestra fuerza, decisión o falta de esfuerzo. ¡Qué «baratas» salimos las mujeres al Estado cuando se trata de poner sobre la mesa nuestras fuerzas individuales! Eso sí, que cuando interesa someternos, mentira es decir que somos el «sexo débil», relato inamovible a día de hoy en la Real Academia Española. ¿En qué quedamos? ¿De verdad creen que tienen que definirnos como si fuéramos idénticas?

Y las mujeres podemos ser objeto de las peores mentiras en la argumentación política sobre nuestra capacidad de cometer atrocidades contra el ser humano, en un ejercicio de ignorancia y cinismo incontenible: las mujeres «somos» como los neandertales cuando interrumpimos nuestro embarazo porque, a juicio del número dos del PP por Madrid, Adolfo Suárez Illana, aquéllos decapitaban a sus criaturas. La barbaridad, a estas alturas, ya ha sido desmentida, pero resulta más difícil de desmontar la percepción de la maldad femenina, si consideramos que se superpone sobre la idea generalizada de nuestra bondad femenina infinita. Así, cualquier ejercicio de libertad se paga políticamente con denominaciones como «cuerpos para engendrar», «manipuladoras», «provocadoras» o «frágiles», siempre designadas desde ese «otro autorizado», siempre como si fuéramos idénticas. ¿Que no nos afectan las mentiras? Revisen la de políticas que se hacen basándose en cada una de las aquí mencionadas. ¿Quiénes son -entonces- los neandertales?.

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