Pierde el feminismo, o sea, la gente

Repasando estos días algunos trabajos sobre la dictadura de Primo de Rivera, me ha llamado la atención la visión tan explícita sobre lo que significaba para este general esa conjura militar golpista, que dejó claramente inscrita en su Manifiesto de 13 de septiembre de 1923: «Este movimiento es de hombres. El que no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón sin perturbar los días buenos que para la patria preparamos». La patria, su patria, era cosa de hombres, de género masculino se entiende: hombres de verdad, viriles, bravos, de contienda, trabajadores y sujetos de honor para una patria, dijo, añadiendo: «liberada de profesionales de la política».
Este periodo pre-fascista pasó por situaciones irremediablemente antidemocráticas, convulsas, sangrientas, cambiantes, moralistas y beligerantes e incluso políticas, pero mantuvo intocable la redefinición de la categoría de género en clave nacionalista. Revisando su último discurso, en 1929, ya sin apoyos y con un país en crisis total, Miguel Primo de Rivera recordó lo que nunca debía ser olvidado: «… la masculinidad salva la patria, fortalece el corazón y sentimientos, temperamentos adecuados para la patria; la mujer española es la madre, el gran femenino que es la patria». A cada cual lo suyo.

En aquel momento, recordando una idea clave de Nerea Aresti con la que entender muy bien ese empeño por fijar las características y espacios físicos y simbólicos de hombres y mujeres, estábamos en unos años de incertidumbre sin precedentes con respecto a las fronteras que separaban la idea de mujer y de hombre: hombres desdibujados en ropajes y atuendos, perfumes y gestos poco «hombriles», y mujeres de pelo corto, pitillo en la boca y expresiones públicas amorosas, que acabaron creando formas de vivir y demandas identitarias que hicieron tambalear los registros clásicos de la férrea y eterna diferencia sexual ‘hombre-mujer’.

El discurso de la sumisión de las mujeres a los hombres se mantuvo, por imposición, en la guerra civil española y en los años del franquismo, pero como una botella de gaseosa agitada, tenía que estallar y estalló al finalizar la Dictadura franquista con el movimiento feminista y los aires del feminismo internacional, y hasta hoy.

Con la vigencia actual del alegato de la diferencia sexual, la sujeción de las mujeres modelos de vida ajeno a nosotras y a nuestras necesidades forma hoy parte de un discurso impregnado de capitalismo extremo, manejado fundamentalmente por varones, si atendemos a los datos contantes y sonantes: las mujeres de este planeta disponemos, por ejemplo, de menos del 20% de tierra cultivable e ingresamos un 60% menos que los hombres. Somos tan valiosas que aportamos en este país un 30% de nuestro trabajo en el hogar ¡gratis!, y cobramos de salario medio 5.941 euros menos que el salario medio de los hombres, según el INE. Pero la gran explotación de las mujeres sigue situándose en el trabajo de cuidados y del hogar, ambos considerados rasgos y atributos indisolublemente vinculados a nuestra supuesta feminidad, cuya realidad esconde la nada simple explotación de nuestros cuerpos, nuestras energías y nuestro tiempo de vida. De ahí el cabreo generalizado y explícito de las derechas con el movimiento feminista que cuestiona este crudo desequilibrio injusto.

Se trata de un discurso cultural vigente expandido desde sectores de la clase política actual instalado en las instituciones de medio mundo, donde los feminismos junto a grupos y comunidades de mujeres habían logrado avanzar en derechos (al cuerpo, a la tierra, al aborto, a la orientación sexual, a la etnicidad reconocida, al salario, a la libertad de expresión, a la alfabetización, a la escolarización mixta…) Ahora, la política y parte de sus protagonistas plantean el esforzado cometido de recordarnos a las mujeres y, sobre todo, a los grupos y plataformas feministas, que les sigue correspondiendo a ellos la definición de lo que somos y hacemos. Ya no se trata tanto de lo que digan (que somos feas, por ejemplo) sino de la autoridad que se les concede, y como hemos visto en la noche del 26 de mayo, en el marco político actual su palabra vale hoy tanto como su valor coyuntural en apoyos y pactos políticos. Así de crudo. Somos el precio a pagar.

En ese poder de definición y de opresión más o menos rancio, a partir de la autoridad que se les quiere conceder, interseccionan ideologías machistas, homófobas y xenófobas, clasistas, procatólicas e islamófobas, antiecologistas y antifeministas. Veamos algunas de sus representaciones antifeministas en estas dos recientes campañas electorales. Todas ellas tienen en común su resistencia a la emancipación de las mujeres (de aquéllas que pueden emanciparse, ¡ojo!) y el modelo de mujer sumisa, femenina, tutelada y madre por encima de todo. Nada nuevo. La salvaguarda de la libertad de las mujeres de violadores, asesinos y radicales islamistas conforma hoy un discurso populista muy claro, que puede confundir a ciertos sectores proclives al proteccionismo de las mujeres si no se le pasa un filtro que desvele qué argumentación e intereses hay detrás.

VOX, el declarado «Movimiento patriótico de salvación de la unidad nacional»: 70% voto masculino, llave para gobiernos en cuatro autonomías, entrada en el Congreso y Parlamento europeo, 530 concejales y concejalas, llave para gobernar la capital y muchos municipios junto a PP y Cd’s, con una figuración promocional del líder blanco de clase media a caballo, a la Reconquista de España ha expresado: «¡Defendemos la libertad de las mujeres y no que las mujeres tengan que ir encapuchadas!».- «¡Feministas feas!».- «¡Feminismo maquinador de huelgas!».- «¡Feminismo supremacista de género!».- «Hay que tutelar a mujeres con embarazos no deseados».- «Segregación de sexos en la escuela».- «¡Hay que derogar los ‘chiringuitos’ de la Ley de Violencia de Género!».- «Ampliación del permiso de maternidad hasta los 180 días» (sin tocar el permiso paternal y pese a defender una paternidad responsable).- «Protección de la familia natural, es decir, la formada entre hombre y mujer».- «Suprimir organismos feministas radicales».- «No es derecho de una mujer acabar con la vida de otro (ser)».- «Celebramos ser mujeres 364 días al año, todos menos el 8 de marzo, que trabajaremos para reafirmar nuestra independencia y nuestra libertad».- «Adiós, Carmenita, adiós!».- «Contratación empresarial de madres, con cantidades crecientes en función del número de hijos».- «No somos machistas. Somos uno de los partidos que más defiende a la mujer».- «Adopción de niños nacionales».

Según la lógica de la reconquista patriarcal, el objetivo somos todas las mujeres y, en particular, las que somos críticas y nos hallamos en proceso de luchas globales diversas (muchas arriesgando y perdiendo sus vidas), como modelos opuestos al de mujer acomodada al machismo y a sus directrices ventajosas para él. Pero perderemos todas las personas si pierde el feminismo cuando propone un modelo de vida social infinitamente más generoso y habitable, y resulta que éste no se podrá hacer viable tan claramente si atendemos a los resultados electorales y futuras alianzas con la derecha. Nos corresponde establecer nuevas alianzas y discursos que posibiliten nuestro cuidado, la credibilidad de las mujeres y un mundo de voces plurales que sean capaces de escucharse y atenderse.

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