Pobre política

En una semana en que nuestros políticos han convertido este país en un circo de tres pistas, con el patético espectáculo de adelantos electorales, mociones de censura frustradas, compra de diputados para tumbarlas, triples saltos mortales desde la vicepresidencia del Gobierno hasta la Comunidad de Madrid, argumentarios guerracivilistas por la Juana de Arco de la Puerta del Sol y prostitución hasta la nausea de la palabra «libertad», los ciudadanos nos hemos dado cuenta que somos pobres como ratas. Pobres objetivos y estadísticos. Pobres sin consuelo y lo que es peor, sin amparo de quienes deberían dedicar todo su tiempo, a evitar que lo fuéramos, en lugar de intentar parecerse a los protagonistas de «House of cards».

El dato es demoledor. Casi un tercio de la población granadina está en riesgo de pobreza, considerando la misma cuando un hogar unipersonal no supera un nivel de ingresos de 8.011 euros anuales o 668 euros al mes, o en el caso de los hogares familiares, los ingresos no superen los 16.823 euros al año, o los 1.401 euros al mes. En esos datos se encuentran 30 de cada cien granadinos de la capital, lo que supone tener muy difícil poder llegar a fin de mes y hacer frente a los gastos más básicos.

Son datos del último informe elaborado por la empresa de consultoría Ais Group, que indica que la tasa de población en riesgo de pobreza de la capital granadina, supera en casi ocho puntos la media nacional, situada en el 22,1%, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Si nuestros datos son alarmantes, los del resto de las capitales andaluzas, suponen una enmienda a la totalidad a la clase política, presente y pasada, pero también desde el empresariado y entidades financieras de esta tierra, que mantienen unos datos de escalofrío en toda Andalucía. En Jaén la tasa de población en riesgo de pobreza alcanza al 30,2%; en Sevilla, el porcentaje se eleva al 32,2%; en Málaga, al 32,9% de la población; en Huelva alcanza el 35,8%; en Almería, el 36,7%; y Córdoba se lleva la palma con un terrible 37,2% de su ciudadanía en riesgo de pobreza … Inasumible, impresentable, indecente e incalificable

Y mientras estos datos nos dan de bruces con la realidad, nuestros políticos dedican su tiempo a ver si cambian de partido y cuando lo hacen; si se mantienen en la alcaldía, o cambian de sillón, partido y ciudad, o si disputan la secretaría general de su formación contra viento y marea … A todo, menos a trabajar por cambiar una realidad tan dura como la que reflejan estos datos, que provocan la angustia de miles de sus conciudadanos, ante un futuro más que oscuro.

La desconexión entre la realidad social y la realidad política, empieza a ser tan alarmante, como demuestra el esperpento general vivido en esta semana, que por sobreactuado, no superaría el filtro del guionista más truculento de series políticas para televisión.

Lo grave es que, mientras unos y otros están encantados de conocerse y de lo cool que suenan en sus cabezas, las jugadas de ajedrez para putear al prójimo político, el personal ha llegado al límite de su capacidad de aguante. Unos han decidido desconectar y pasar de semejantes próceres, pero otros muchos se han convertido en terreno abonado para el populismo más grosero, protagonizado sin pudor alguno, por quienes prostituyen la palabra «libertad», con la inconsciencia de quienes no saben lo que es vivir sin ella, o directamente por los neofascistas patrios, que asisten con regocijo al pelapollos en que algunos han convertido nuestra democracia.

En momentos tan difíciles como los que nos está tocando vivir, es cuando se necesitan liderazgos que inspiren confianza entre quienes asistimos confundidos y atemorizados, a escenarios tan anormales y complejos, pero sin embargo, nos estamos encontrando con una clase política tan escasa de altura, como incapaz de salir de su burbuja y conectar con la realidad de quienes necesitan soluciones y no series de Netflix.

La política, cuando se ejerce como es debido, es la que mueve el mundo hacia alguna parte, para bien y para mal. Las ideas, sin la política, pueden ser meras abstracciones inútiles o irrealizables. Los presuntos líderes, sin la política, en el mejor de los casos son simples gestores de la normalidad –gravísimo problema que hoy lastra a muchos partidos– incapaces de resolver una crisis, y en el peor, lunáticos que acaban haciendo imposibles las aspiraciones de la sociedad. Sin la política se socavan los cimientos sociales y se abona ese auténtico cáncer que es la demagogia y los populismos, de izquierda y derecha.

La política determina el bienestar o la desgracia de mucha gente y precisamente por eso, no debemos consentir que, como está ocurriendo en estos días, unos/as incompetentes la prostituyan y deslegitimen, hasta el punto que la sociedad le dé la espalda. Ese y no otro, es el primer paso para la llegada al poder, de quienes no querríamos ver jamás decidiendo sobre nuestras vidas.

Como decía el jesuita Jaime Loring: «Si el pasado es asunto de los historiadores, y el presente de los técnicos, el futuro es el asunto de los políticos». Y es que la política es el instrumento del progreso histórico de las sociedades humanas. Siempre hay un mundo mejor que el que tenemos y es misión de la política vislumbrar ese futuro, y dotar a la sociedad de medios para caminar hacia él. Por eso es fundamental, que quienes tienen la responsabilidad de protagonizar esa política no la conviertan en un vodevil y sí en la esperanza de aquellos quienes la necesitan para mejorar sus vidas.

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