Política y pragmatismo: retrato de un bar

Resulta inevitable sentir algún tipo de envidia cuando aparecen imágenes de personas en otros países caminando tranquilamente por la calle, bebiendo en las terrazas o haciendo deporte. Muchos países han adoptado medidas menos restrictivas que en España, por ejemplo, en Suecia, al parecer, no hay restricciones y apelan al sentido común, aunque han sugerido algunas recomendaciones. Entre ellas, aconsejan que las personas de riesgo permanezcan en sus casas o se expongan lo menos posible. Por supuesto, las medidas estrictas tienen relación con el número de casos y la capacidad de un sistema para enfrentarse a ellos, pero también tienen relación con la idiosincrasia de ese lugar. Hay un punto medio entre la actitud «estos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros»,  de Groucho Marx y la ofuscación tenaz del que todo lo ilumina al amparo de la ideología. Ese punto podría ser el pragmatismo: las teorías nacen con la intención de explicar un contexto, ir más allá significa naufragar discursivamente. Cuestiones relativas a la verdad, la ideología verdadera, el bien o el mal no tienen sentido para el pragmatismo, pues con esos planteamientos arrastramos los residuos del absolutismo. Hay en estos días, ciertamente, dos posiciones políticas, más o menos absolutas, miopes, acerca de las medidas adoptadas a lo largo del mundo en relación a la pandemia que estamos viviendo. Ambas posiciones parecen interpretar el contexto sin atender a la idiosincrasia.

Por un lado, las políticas neoliberales asumen que el mercado no se puede parar porque una serie de personas sean potencialmente pacientes de riesgo. Solo ellos deberían mantenerse en cuarentena. Así, las personas jóvenes y fuertes podrían desempeñar su trabajo, ganar su salario, mantener el consumo y con ello la salud de la economía. En estos argumentos prevalece la conclusión final de que si alguien no muere por coronavirus morirá debido a la pobreza. Es curioso que los políticos supuestamente más neoliberales defendieron estas medidas en un principio, como el caso de
Johnson en Reino Unido, que llegó a decir que los ingleses deberían asumir la pérdida de seres queridos, Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil. Poco después han tenido que rectificar (aunque el caso de Trump siempre será un oráculo), especialmente Johnson, que demostró pragmáticamente (hospitalizado) que el posicionamiento político inicial merecía algunas modificaciones.

Por otro lado, está la posición intervencionista, emparentada en principio con cierto socialismo: todo el mundo debe confinarse para salvar a la población de riesgo y evitar, además, que se colapse el sistema sanitario. La economía puede pararse porque prevalecen las vidas humanas. Algunos pensarán que el argumento neoliberal es el más social, pues en la competencia que otorga el libre mercado nadie puede hacerse con el monopolio del poder, de este modo, la riqueza queda distribuida “socialmente” y no la entorpece el Estado. Por ello, muchos gobiernos neoliberales consideran la idea del confinamiento obligado como algo propio de regímenes paternalistas o dictatoriales.

Al final, estas dos posiciones alcanzan siempre un dilema esencial semejante a la pregunta acerca de si el huevo fue antes que la gallina. Algunos pensarán que fue el huevo, y que gracias al carácter emprendedor de los empresarios los obreros pueden ganarse la vida. Otros pensarán que fue la gallina, y que es la fuerza productiva de los trabajadores la que genera la riqueza de las empresas. Posiblemente los políticos lleguen al huevo o la gallina por la intención del voto, que proviene de algo anterior que consiste en abrazar una ideología como pretexto para ser querido. Conozco muchas personas pertenecientes a partidos políticos que llegaron a ellos por herencia familiar, como forofos de un equipo de fútbol. Los abuelos contaban siempre quiénes son los buenos y los malos, sus padres también, y esa persona acababa abrazando al partido como quien abraza a un familiar. Otras personas conocen a una pareja que les animó a afiliarse o, sencillamente, encuentran en la agrupación política los amigos o parejas que no tendrían más allá de la ideología. Este este el origen de la miopía y solo el pragmatismo ofrece una especie de cortafuegos ante su avance.

Los suecos han adoptado las medidas relacionadas con el discurso neoliberal, pero son famosos por su socialdemocracia. En este caso, comprobamos que es la idiosincrasia o cierta consideración pragmática la que les ha permitido posicionarse. En primer lugar, hay factores naturales y sociales, ellos viven en poblaciones menos numerosas y más dispersas, el clima no les permite pasarse todo el día en la calle y muchos trabajan desde casa. En segundo lugar, hay factores morales, asumamos por un momento el cliché del sueco, supongamos que es verosímil el arquetipo, son personas de trato distante, detestan las manifestaciones afectivas en público, la buena educación está relacionada con la ausencia de contacto físico, no están continuamente manoseándose, están concienciados con la salud pública y el cuidado del medio ambiente, son más higiénicos y no tienen la dependencia familiar que aquí nos caracteriza.

Imaginemos ahora a un sueco cualquiera en un bar español un viernes por la noche en el que no entra un alfiler en el recinto. Con toda seguridad acabará echando espuma por la boca. Nuestro sueco arquetípico no contemplaría en su país la posibilidad de un bar en el que todo el mundo esté golpeándose con los codos y comiendo tapas mientras están de pie. Imaginemos a ese sueco que ve cómo el camarero empuja la célebre tortilla de patata con su dedo para servírsela en su plato. Poco antes, el camarero había cogido con esa misma mano los billetes y se había rascado la sobaquera. El sueco se asusta y decide no comerse la tortilla por miedo a una infección, pero un parroquiano le dice que está muy buena. Lo exclama entre gritos y mientras él mismo la engulle, los perdigones que salen de su boca caen en la caña del sueco arquetípico. La persona que se encuentra detrás estornuda y olvida taparse, dando como resultado un frescor esparcido por su nuca sueca. El que está al lado ha demostrado más urbanismo, pues se ha llevado la mano a la boca antes de toser, aunque lo recomendable sea el brazo. Acto seguido esta persona ha cogido una de esas servilletas, pero ha sacado todas, coge una, y el resto las aprieta contra el dispensador, dejando en la primera servilleta una huella de grasa mezclada con los restos de su tos.

El sueco arquetípico está impresionado por la inexistente funcionalidad de las servilletas españolas, que en lugar de secar y limpiar restriegan la mierda. Otro de los camareros está empapado de sudor y para cruzar la sala se ha chocado con él, dejando gran parte de su transpiración en su ropa. Alguien sale a fumar y decide dejar la puerta abierta, creando una corriente que hace temblar a nuestro admirable sueco. Una mujer que sorbe ruidosamente el caldo de los callos se le han caído unos garbanzos al suelo, que posiblemente den sus frutos junto a los huesos de aceituna y el reguero de servilletas que esperan allí algo que el sueco no puede comprender. Aturdido y confuso, el sueco decide caminar entre la congregación de personas rumbo a los lavabos. En medio de su hazaña se encuentra con una mujer borracha, que le llama guiri, le habla como si tuviese problemas de audición, le llama rubio y que es guapo, acto seguido le planta dos besos húmedos en sus mejillas blancas y puras. Llegar a los lavabos no es sencillo, pide perdón, se excusa para que le dejen pasar, pero la gente no se aparta. Finalmente llega, y para su sorpresa el sanitario no es sano, hay charcos de orín en el suelo, todo apesta, no hay papel higiénico y mucho menos jabón. Finalmente el sueco entra en colapso nervioso, le llevan al hospital y entiende por qué nosotros necesitamos medidas extremas, de hecho, considera que lo mejor es que nos encierren hasta que aprendamos a convivir. A nuestro sueco arquetípico el bar español le ha parecido el paraíso para cualquier virus, lo que no sabe es que la propagación ideológica también se produce en ese mismo lugar.

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