Procesiones electorales
Pongamos que las derechonas granadinas se encuentran descabezadas y sin un hermano mayor que las funda en un mismo cuerpo y las ampare bajo un mismo manto. Sin la presencia de esa autoridad, muestran sus leves discrepancias acusándose de plagios, malas caras, trampas al parchís y cosas por el estilo. A pesar de esto, es mucho más lo que las une que lo que las separa. Porque las discrepancias entre las derechas han existido siempre. Franco y José Antonio Primo de Rivera, con la mediación de Serrano Suñer, no se entendieron en su día, ni tampoco se entendieron con Calvo Sotelo, que era el más pacifista de los tres.
En Granada hacen como que no se entienden, pero llegada la noche, los sueños más plácidos siempre acaban en otra triple alianza. Sebastián Pérez sueña con una santísima trinidad de las derechas en todos los estratos posibles: local, autonómico (que ya es) y nacional. Se sueña a sí mismo acudiendo a todas las procesiones con sus hermanitos ideológicos detrás. Pero sus sueños, estos días, andan sobresaltados por los chicos díscolos que le han salido en la provincia.
El partido más gamberrillo de la Santa Alianza está sustituyendo el discurso político por las cabalgatas. Reconozcamos que un poco de show tienen los comicios venideros con los ultrasur de la derecha granadina y sus carros militares procesionando los domingos por Puerta ‘Rá’ cuando las gentes de toda la vida se dirigen a misa. A ellos estas cosas les funcionan. Estas exhibiciones públicas y la mentira como arma política, son sus mejores armas electorales.
Luis Salvador, de Ciudadanos, hace gala de su porte de señorito jerezano montado a caballo, pulcro de imagen y palabras, tranquilo y severo en sus intervenciones. Habla de sus contrincantes políticos con un algo de soberbia castiza y madrileña. Sus idas y venidas a la capital le han aportado un deje de “chotis” que enfatiza sus acusaciones.
Son los polluelos del águila de Carlos V que ha pasado de bicéfala a tricéfala. Un águila que se está preparando para bajar el nido de la Alhambra a la plaza del Carmen, procesionando, eso sí, que esta ciudad solo se engalana para las procesiones y las cabalgatas, y ella es muy de galas.
Antonio Cambril ha cambiado la nicotina nocturna por la nicotina del crepúsculo, y la soledad del escritorio por los largos paseos, las idas y venidas, las reuniones y los pactos. Sus columnas las escribe ahora sobre los acuerdos electorales con su formación, ajeno a los ruidos y las cabalgatas, como tejiendo una estrategia electoral que consiste en no tener estrategia.
Y Paco Cuenca ha diseñado un equipo a su medida, convencido de que Granada no es ni será una ciudad de izquierdas. Ni lo fue con Jara, ni lo fue con Moratalla. Granada no se hizo socialista en aquellas épocas, sino Jarista y Moratallista. Paco Cuenca ha desechado cualquier marcado perfil ideológico y se ha rodeado de perfiles técnicos, persiguiendo erigir un pacocuenquismo que está aún por ver cómo anda de resuello. Mientras, apura sus últimos días a lo Evita Perón, entregando él solo todos los premios, colgando todas las medallas, pronunciando todos los discursos (dicen que sorprendió su discurso en la inauguración del Piday) y clausurando todo lo habido y por haber.
Pongamos que las elecciones en este país, nacionales y municipales, son un poco personalistas, a lo Evita Perón, herencia directa del franquismo y un lastre para la democracia. Estos personalismos ya se daban en la Grecia clásica, así que tranquilos, de esta enfermedad no muere nadie. Pero no podemos negar que tiene su ramalazo folklórico. Cuando la democracia se cuartea, cuando no se respeta y la demagogia se apodera de ella, aparece el folklore, las procesiones electorales, las cabalgatas de coches militares, los militantes díscolos, el
personalismo… El folklore. Y el folklore siempre ha sido terreno abonado para el águila tricéfala y sus polluelos. Es su hogar. Es el nido donde nacen, crecen y se reproducen.