¿Qué tenemos que celebrar?

Va para un año que hay un nuevo poder político instalado en la Junta de Andalucía y todo mal o sigue igual o va peor. Fueron muchos los que acogieron, confieso que yo de algún modo también, el cambio de personal político con ilusión. Más que nada por el deseo de ver moverse esto y de asistir a algo tan ignoto como sentir el alivio de zafarse, siquiera temporalmente, del peronismo trianero y de un gobierno monocolor que duraba ya desde hacía cuatro décadas, tanto como el régimen de Franco.

Todo lo malo es susceptible de empeorar y aquí ha sucedido, lamento decirlo. No es solo mi parecer, sino que ya se lo he oído decir en estos días a varias personas, muy distintas, que dicen estar deseando que llegue el momento de volver a votar para rectificar el error que cometieron al haber confiado en que los que llegaran, fueran quienes fueran, por muy mal que lo hicieran, serían bienvenidos por el hartazgo que provocaban los jaeces protoandalucistas y el neoconstructivismo político hispalense solo inspirado en su divisa: “todo para mí y si sobra algo también para el menda”.

En toda jerarquiología, como la Administración y no digamos ya si lo extendemos a lo político como parte de aquella, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: “la nata sube hasta cortarse”, como expresaría Laurence J. Peter, o como antes que él lo significara Ortega y Gasset al afirmar que “todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”, es decir, hasta el umbral de la incompetencia.

Peter formuló su teoría allá por 1969, muy próximo al Mayo Francés, las posiciones sobre la tecno estructura de Maurice Duverger, con la pujanza del Flower Power, los últimos conciertos de los Beatles, sumido en el ambiente de protesta contra la guerra de Vietnam y el asesinato de Sharon Tate, un momento tan de “mode” en estos días. Ortega lo hizo más lejanamente, a la sombra de su España invertebrada, para mí la mejor y a la vez más equivocada obra del filósofo madrileño, y al socaire de su Vieja y Nueva política y de sus Meditaciones del Quijote. Ahora bien, lo cierto y verdad, es que Peter y Ortega se podrían dar la mano en este campo de pruebas que es la anodina Junta de Andalucíay su administración, pero más que nada en la observación y definición de su personal político. En él y en ello podrían hacer práctica de comprobación de sus principios y teorías puesto que con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones, mientras que el trabajo es realizado por aquellos empleados que aún no han alcanzado su nivel de incompetencia, pero que sin duda lo harán pronto.

Así es el día a día de la actual grey política autonómica que el destino nos ha deparado, que anda debatiéndose entre el denuedo y la pamplina. Muy poco se le ha visto que no sean brindis al sol o guiños a la luna, porque de efectividad, “rian de rian”, como diría con sarcasmo y agudeza, no Edith Piag, sino el despreciable Voltaire, el mismo que dijo aquello que ahora viene tan a la medida de que “para encadenar a un pueblo es preciso aparentar que se llevan las mismas cadenas que él”.

Si mal estábamos en Granada antes, en términos de postergación y olvido por la Junta de Andalucía, peor estamos ahora. En solo un año los malaguistas y los sevillanistas se han coaligado y se reparten el pastel andaluz avituallándose sobre el resto de una autonomía que no se sostiene por ningún lado y que cada vez hace agua. Asimismo, cada vez son más las voces que se alzan para manifestar como lo haría Ortega que, ¡esto no es, esto no es!, y que a los granadinos, a los andaluces orientales si así queremos denominarnos en argot andalucista los vecinos de esta parte del territorio del Sur de España llamado desde siempre Granada y su histórica área de influencia, se nos engañó. Que se nos metió aquí, en esta comunidad autónoma sin preguntarnos realmente y que tras cuarenta años no nos ha ido bien y que con un año más va aun peor, según el Principio de Peter.

En términos de eliminación y olvido de nuestra tierra la cosa ha empeorado. El nuevo gobierno andaluz nos mira para aquí para prometer y mentir, envolviéndose en una falsa bandera, en una todavía más falsa patria, en un inventado e impuesto padre de la misma y en un algo que ni siquiera es ni algo. Ahora que ya comienzan a sonar los preparativos de la celebración del 28-F, según han comenzado a informar algunos medios, tiempo es de comenzar a replantearnos el asunto de tan nefanda celebración, con la que se nos encadenó y se pretende por el nuevo gobierno andaluza seguir encadenándonos hasta la idiocia. Hora es ya de preguntarnos qué hay que celebrar aquí el próximo mes de febrero sino es más que la constatación del abandono y de nuestro intento de la eliminación de Granada.

Tiempo habrá para analizar algunos casos que causan estupor, risa y hasta vergüenza a propósito de este tema. Sé que el panorama que dejo asomar no es muy halagüeño. Sé también que algunos dirán que concrete que no me mueva en el plano de las meditaciones orteganas y del perspectivismo y que saquemos consecuencias que nos permitan aprender en la vida y más que nada que proponga acciones para avanzar.

El otro día el que acaso haya sido el político más volteriano, dicho sea en términos de desprecio y encadenamiento del pueblo que haya sufrido Granada desde las consecuencias de los trabajos del afrancesado Javier de Burgos, expresaba su repugnancia por aquellos que criticaban al panoli, cretino y memo de Blas Infante como “padre de la patria andaluza”. Bueno, yo no lo tacho como tal, afirmo sin ambages tales atributos de aquel que se proclama como ideólogo del andalucismo en sus vertientes regionalista, federalista, islamófila y nacionalista, a modo de auténtica ensaimada cerebral más que como una doctrina. Esa que se nos han impuesto y que nos ha conducido hasta donde estamos. Así que creo llegado el momento como ya he dicho, de iniciar la reflexión sobre ¿Qué tiene Granada que celebrar el próximo 28-F?… contéstenme ustedes, porque “la duda no es un estado demasiado agradable, pero la certeza (de lo ocurrido con Granada) es un estado ridículo”, según dijo, quién si no, el mismísimo Voltaire.

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