Símbolos, discursos y acción

Una de las veces que expulsaron a mi hijo de clase tuvo que ver con un episodio parecido al siguiente: un compañero de clase, pintó en la pizarra la cruz celta, sí, la cruz que va dentro de un círculo y que es parte de la nueva simbología nazi desde hace ya tiempo, y que exalta la creencia de la superioridad de la raza blanca sobre las demás. La que entre los jóvenes se conoce como la “mirilla”. Cuando entró el profesor, mi hijo le pidió que borrara ese símbolo nazi. El profesor se negó, aludiendo que él no veía nada malo en ese dibujo. Mi hijo, enojado y tras argumentarle varias veces que era un símbolo nazi, como otros que el compañero que lo había pintado lucía en carpetas y libros, se levantó y lo borró. Esto, le valió la expulsión de clase.

Yo nunca sabré si este profesor realmente desconocía el simbolismo nazi de la cruz celta, o como nos ha venido ocurriendo a los españoles, hemos preferido mirar para otro lado. No quiero pensar, que ese profesor, comulgara con las ideas que esa imagen, sacada de sus orígenes, simboliza en la parafernalia neonazi.

Y es que en España, nuestro primer error ha sido permitir que toda esa simbología y gestos que exaltan ideologías totalitarias y dictatoriales, y especialmente la franquista, se siguieran permitiendo como si aquí no hubiera pasado nada. Aquí exhibir banderas, saludos brazo en alto, entonar canciones de ardor guerrero, insignias y lemas están toleradas.

Mientras, en Alemania está totalmente prohibida la exhibición de simbología nazi y en Italia, igualmente, toda apología del fascismo está prohibida y penada.

Y no hay excusa, aunque en 1977 se aprobara la Ley de Amnistía, una ley de punto final, donde renunciamos a revisar el pasado y exigir responsabilidades a los que nos habían gobernado durante cuarenta años. Aquellos que un día cantaron “el Cara al Sol” o “Yo tenía un camarada” con el brazo en alto, y al otro, eran demócratas de toda la vida.

Pero si esto ocurría en España, en Europa no pudieron impedir que el Parlamento Europeo condenara la dictadura franquista en 2006, eso sí, con la oposición del PPE. Aquí el Partido Popular vetaría una iniciativa similar que condenaba al franquismo, en el Congreso de los Diputados. Vamos, que aquí, nunca hemos podido conseguir que las instituciones democráticas condenaran el franquismo.

Así, se ha venido repitiendo esa simbología de gestos fascistas y racistas en muchos ámbitos de la vida española, sin que esto haya supuesto condena alguna. Los vemos en el deporte, saludando brazos en alto o con los tres dedos, cuando no con imágenes de banderas franquistas o nazis. Pero también entre miembros del ejército y policiales se han denunciado las poses de saludo franquista/fascista/nazi, con banderas y otros símbolos franquistas.

Pero de la simbología, pasamos a los discursos. Intervenciones públicas alabando al franquismo. Mintiendo sobre los logros de cuarenta años de dictadura y atribuyéndole méritos como la política hidráulica, que lo fue del también golpista Primo de Rivera y otros logros implantados durante la II República Española.

Y ahí siguen, mintiendo sin vergüenza alguna, repitiendo sus versiones grotescas de la historia y esto no solo lo hacen en la calle y en sus medios afines, lo hacen en las instituciones democráticas.

De nuevo el ejército se lanza con loas a Franco en la revista de la Academia Militar de Zaragoza, o con un manifiesto de oficiales, 181, alabando las virtudes del dictador Franco. Con articulistas en la prensa que argumentan siempre a favor de estos intereses y que nos confirman en manos de quien están los medios de comunicación. Y no les salimos al paso, de forma dura y clara. Poquísimas veces veo a concejales o parlamentarios replicar y responder a las mentiras de estos neo franquistas. Y no leo en prensa a la intelectualidad salir en tropel contra estos difamadores, negacionistas. Ni en tropel, ni de uno en uno.

Y en estos discursos, apología del odio y la mentira, ya han llegado a la violencia. Llaman al golpe de estado. A linchar rojos y masones. Y lo hacen sin que ninguna fiscalía muestre preocupación alguna por esas injurias que incitan al odio, que son racistas, que son violentas.

Y casi sin darnos cuenta, hemos pasado a la tercera fase, la de la ejecución. Irrumpen en actos culturales para mostrar su “tolerancia”, bandera del aguilucho al frente y con esos símbolos que nos preocupaban pero que los dejamos llevar. Queman sedes de partidos políticos democráticos, violan domicilios particulares y golpean a sus moradores para quitar una bandera republicana, apalean y hasta matan en la calle a cualquiera que les parezca un rojo, un marxista, un moro, un homosexual, un feminista.

El neonazi, el neofascista, el neofranquista, responden a la llamada del simplismo político, la de los buenos y los malos, la de los culpables y los victoriosos, la de las frases imperativas. Han llegado para quedarse porque se lo hemos permitido, porque se lo estamos consintiendo.Cuentan con el apoyo del capital para financiarse y publicitarse. También con apoyos en la judicatura y en los cuerpos de seguridad del estado como lo demuestran continuamente. Están cuestionando la democracia con fórmulas del pasado. Las que pensábamos que habíamos superado.

No hicimos nada para evitar la simbología, les hemos permitido que entren en las instituciones y nos suelten sus discursos de odio y mentiras. Les estamos permitiendo que nos apaleen y pidan un golpe de estado. Y todo esto, vestidos de demócratas y con la Constitución de 1978 en la boca, (cuando les interesa).

¿Dejaremos que nos quiten la democracia? ¿Dejaremos sin más que nos devuelvan al pasado? Ganaron los nacionales (ahora son constitucionalistas), perdimos los españoles. No dejemos que la historia se repita.

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