Un alegato en favor de los partidos políticos

Los partidos políticos están en la Constitución, concretamente en el artículo 7. Dicho así, no parece ni bueno ni malo, pero es la constatación empírica de que no son un invento ni una ocurrencia, sino que conforman el andamiaje político fundamental para asegurar la representación, la vehiculación de propuestas políticas y la organización de las tendencias de pensamiento en la sociedad.

Obviamente, existe el derecho (y la obligación) de ejercer sobre ellos la crítica por sus formas de actuar, por su propia organización y por su manera de relacionarse con la sociedad a la que se deben. Y naturalmente, se debe reconocer que actualmente su figura está sometida a cierta erosión y cierto desprestigio, en una medida muy similar a la erosión que sufren la práctica totalidad de instituciones públicas.

Para la consideración social de los Partidos políticos, es condición necesaria estar en la Constitución, pero no suficiente, pues hay que profundizar en la democracia, día a día. La democracia la hacen (y también la deshacen) las sociedades y la ciudadanía, con su hacer diario, con su nivel de compromiso y con su implicación en la vida colectiva.

Además de lo anterior, también la Constitución establece que el funcionamiento y la organización interna de los partidos han de ser democráticos. Y esa es responsabilidad de los partidos en general, y de todos y cada uno de sus miembros, el profundizar en esa democracia. El PSOE, en particular, ha hecho bastante en este sentido. Históricamente y en la actualidad reciente, se han procurado mecanismos tendentes a ensanchar la base de quien toma las decisiones, de hacer partícipe a mas gente de ello. Eso tiene su «debate», claro, y también sus críticas que si comportamientos cesaristas, que si pérdida de equilibrios o contrapoderes, etc.. Las primarias para elegir liderazgos o candidaturas son tan buenas o tan malas como cualquier otro método, pero tienen dos características innegables, como afirmaba Josep Borrell. Participa infinitamente mucha mas gente en la decisión y son mucho mas «explicitas» que otros sistemas, pues queda clara la voluntad mayoritaria.

Los Partidos políticos, sobre todo los de la izquierda, tienen un Programa máximo (para saber a donde vamos), incluso un Programa mínimo. Además, cada cierto número de años, se dotan de unas Resoluciones congresuales (adaptación y contextualización al momento), un Programa electoral para cada elección (recoge las principales y «seleccionadas» prioridades para alcanzar los fines) y luego está el Presupuesto anual en cada nivel político o administrativo. Pero los 4 instrumentos o documentos están claros, son nítidos, públicos y publicados. Y sobre ellos se puede y se debe debatir, dialogar, contrastar, incluso tan sólo escuchar. Pero creo que todo debate sustentado en propuestas y políticas definidas es mucho más enriquecedor y útil que el mero ejercicio de la escucha, por muy activa que ésta sea.

Y en nuestras sociedades actuales, las aritméticas parlamentarias, la necesidad de pactar, concertar y transaccionar, la búsqueda de grandes acuerdos que permiten avanzar, todo ello va conformando la acción política, con la consiguiente comunicación y explicación. Y que duda cabe que la participación activa de la ciudadanía en esos engranajes políticos y democráticos contribuye a una mayor salud democrática colectiva.

Las reflexiones anteriores precisan que el ejercicio de la política venga acompañado de una gran labor didáctica, que clarifique y explicite dónde han de situarse las prioridades, que consecuencias puede acarrear determinada decisión, y cómo según que demandas ciudadanas resultan incompatibles entre sí y por tanto, salvo que entremos en el terreno de la demagogia, no todas pueden ser atendidas, aunque todas han de ser escuchadas y analizadas. A título de ejemplos, conviene explicar muy bien que es imposible, a la vez, sostener mas y mejores servicios públicos y menos impuestos. O que resulta imposible de compaginar ser radical en lo social y moderado en lo económico. Con sinceridad, considero que eso son patrañas de buenismo infantil, que conviene alejar de un debate político serio y riguroso.

Como artimaña o directamente mentira es lo de la gestión sin ideología. Toda gestión política tiene detrás una ideología, una concepción del mundo y unos valores determinados, que es imposible que comparta la totalidad de la sociedad. Misión de los partidos es organizar ese entramado.

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